Garbiñe Muguruza habla del sufrimiento con naturalidad, cuando hasta hace nada la palabra le provocaba escalofríos. La española, que jugará este jueves los cuartos de final del torneo de Brisbane contra la rusa Kuznetsova, ha llegado a esa ronda superando dos maratones (2h45m frente a Samanta Stosur el primer día y 2h58m ante Daria Kasatkina el segundo, salvando punto de partido). Ambos encuentros le exigieron el mismo sacrificio contra natura: renunciar a su juego de toda la vida (de acoso y derribo, de dominar siempre) y ponerse a correr, tener humildad para remar, que dicen en el vestuario utilizando el lenguaje tenístico.
“Ayer fue otra prueba de amarrarme a pista, de decirle a mi rival que tendría que sudar sangre para ganarme”, explica Muguruza a este periódico antes de buscar el pase a semifinales. “Eso es lo que estaba pensado, en no bajar los brazos. Sabía que tendría mi momento. No sabía ni cuándo ni cómo, pero estaba segura de que acabaría llegando”, prosiguió la número siete mundial. “Estoy contenta. Estos son los partidos que te dejan marca. Cuando me toque jugar otra vez un encuentro así sabré qué he hecho para que me funcione”.
Muguruza y Kasatkina jugaron un cruce superlativo. La rusa, que a los 19 años ya está entre las mejores del mundo (número 26), llevó una marcha más durante casi todo el partido, deshaciendo con facilidad los ataques de su rival y procurándose situaciones ventajosas para atacar los intercambios con vertiginosos cambios de direcciones. La española tuvo momentos brillantísimos con su tenis agresivo (54 golpes ganadores), reaccionó con garra cada vez que Kasatkina le arrebató el saque (¡ocho roturas cada una!) y se levantó del suelo cuando estaba noqueada: Garbiñe sobrevivió a su oponente sacando por la victoria (con 5-4), desperdició punto de partido en el tie-break (6-5), anuló luego otro en contra (7-6) y acabó echándole el lazo a un partido que subrayó su intención de trabajar la vía del sufrimiento.
“Hablo bastante con mi equipo, especialmente con Sam [Sumyk] que es mi entrenador”, confiesa la campeona de un grande. “Después de ganar a Kasatkina hablamos un buen rato, pero da igual. ¿Por qué? Porque tienes que jugar estos partidos. Por mucho que hables, por mucho que digas… nada es igual a verte ahí abajo enfrentándote a un punto de partido en contra durante un tie-break después de llevar tres horas corriendo de lado a lado”, prosigue Garbiñe, que salvó con una imponente derecha a la línea esa situación crítica. “Hay que vivirlo, pasar por el tubo. Te pueden decir que respires, pero luego hay que hacerlo. En ese momento me dije: ‘no me voy a arrugar aunque sea punto de partido en contra’. He jugado igual y por pensar así le he pegado tan bien a la bola, sin asustarme”.
La número siete, sin embargo, sabe que a veces no basta con fabricar una bomba en cada golpe, que cada torneo es un mundo y que pueden pasar mil cosas distintas en un partido. Por eso, y dispuesta a tener más caminos para llegar a la victoria, la campeona de un grande está inmersa en un meritorio proceso de asimilación nada fácil, pero a la vez realmente beneficioso. “Vengo de una base española y cuando era más pequeña tenía tendencia a jugar de esa forma”, recuerda Muguruza, criada al calor de la tierra batida en Barcelona. “Poco a poco, y viendo mi físico, no podía seguir así. Cuando hay que hacerlo lo hago, aunque siempre intento ser la que lleve la iniciativa, pero hay que adaptarse”, insiste. “A veces me cuesta porque no es mi propio estilo, pero hay que saber ser humilde y correr”.
Ser humilde y correr. Es es el último capítulo del aprendizaje de Muguruza. Primero, la española se dio a conocer reventando la bola desde las dos alas de la pista, asombrando a todas sus rivales. Luego, llegó a la final de Wimbledon (2015) fiándolo todo a ese juego y ganó su primer Grand Slam en Roland Garros (2016). Después se desplomó, precisamente porque bajó los brazos en muchos de los partidos que disputó tras reinar en París, acabando la temporada con sensaciones encontradas. Finalmente, y días después de iniciar uno de los años más importantes de su carrera, Garbiñe lo tiene claro: los esfuerzos que está haciendo por aprender a sufrir son una garantía de futuro que terminarán convirtiéndola en una jugadora preparada para todo.
Muchas veces, y hay grandes ejemplos a lo largo de la historia, ganar sin sudar sangre es imposible.