“Bien hecho, pero ahora volvamos a la pista”. A los 16 años, y tras convertirse el pasado martes en la primera jugadora nacida en el 2000 con una victoria WTA, Destanee Aiava recibió la felicitación de su madre acompañada de una orden: volver a coger la raqueta y marcharse a entrenar sin pasar por la ducha.
Después de remontar a Bethanie Mattek-Sands (2-6, 6-3 y 6-4) en un partido que duró dos días (se suspendió el lunes como consecuencia de la lluvia), la joven australiana se fue a practicar durante 20 minutos con la mujer que le dio la orden, que además de ser su madre también es su entrenadora. “Es que necesitaba mejorar mi saque”, explicaría luego la jugadora con firmeza ante la atónita mirada de los periodistas.
Ese gesto en ese momento, algo así como comerse un trozo de tarta por primera vez e inmediatamente salir a correr para quemar las calorías del dulce, dice mucho de la ética de trabajo de Aiava, de la madurez que tiene pese a ser muy joven y de lo bien rodeada que está. La australiana, que estudia secundaria, llegó a Brisbane antes de que acabase 2016, superó sus dos partidos de la fase previa sin perder un set y se plantó en el cuadro final pidiendo paso, con un saque imponente y una extraordinaria derecha.
Allí remontó a Mattek-Sands, que trucos sabe unos cuantos porque lleva años con la raqueta a cuestas, y acabó perdiendo en segunda ronda con la rusa Kuznetsova (4-6 y 3-6). Eso, en cualquier caso, fue lo de menos: a una edad en la que muchas niñas todavía están decidiendo qué quieren ser el día de mañana, Aiava ya ha empezado a recorrer su camino como profesional.
"Es increíble estar de golpe y porrazo compartiendo el día a día con gente que sólo veía por la tele, pero tampoco siento que sea una sorpresa mayúscula haber ganado mi primer partido”, reconoció la australiana, que tomó la decisión de empezar a jugar a tenis tras ver a Serena Williams por televisión cuando tenía cinco años, durante el Abierto de Australia de 2005. “Vengo entrenando con dureza, muy fuerte para poder alcanzar este nivel”, continuó Aiava, que con el triunfo en Brisbane subirá 117 posiciones en la clasificación, del 373 al 269 mundial. “Mi objetivo para 2017 es llegar a estar entre las 100 mejores”.
Aiava es un claro caso de precocidad, talento en estado puro, pero también de la importancia que tiene contar con un entorno sólido desde la base. Si su madre se encarga de todo lo que ocurre dentro de la pista, ejerciendo de entrenadora, su padre (en su día luchador de artes marciales mixtas) abarca todo el trabajo físico de la australiana, ahora mismo en una etapa clave para su desarrollo, un tramo donde el cuerpo experimenta fuertes cambios. Para la australiana, que jugará en unos días su primer Grand Slam en el Abierto de Australia tras recibir una invitación de la organización, no hay nada al azar, todo está pensado y calculado.
“¿Y serás capaz de manejar todo esto?”, le preguntaron a Aiava antes de dejar Brisbane. “Sí, siempre y cuando tenga gente a mi alrededor que me ayude a mantener los pies en la tierra. Mi madre, por ejemplo”, añadió después de caer con Kuznestova. “Pasaban muchas cosas por mi cabeza. Estaba muy nerviosa jugando frente a tanta gente”, prosiguió. “Aprendí mucho de este partido. Creo que la gran diferencia fue su mentalidad comparada con la mía. Ella estaba mucho más concentrada durante todo el partido mientras que yo me conectaba y me desconectaba, pero ahora sólo pienso en una cosa: mi primer Grand Slam en Melbourne”.