Seguro que alguien se tiró de los pelos en España. El lunes por la mañana, en el primer día del Abierto de Australia, Álex De Miñaur consiguió su primera victoria en un Grand Slam (5-7, 6-3, 2-6, 7-6 y 6-1 a Gerald Melzer) durante su debut en una cita de la máxima categoría. El triunfo fue una prueba de resistencia y también una lección de madurez acelerada: a los 17 años, el australiano salvó un punto de partido (con 2-5 en el cuarto set), sobrevivió a una quinta manga para adultos (con la cabeza llena de ruido y con calambres por todo el cuerpo) y acabó celebrando el pase a la segunda ronda. Eso confirmó lo que los técnicos se temían: el niño que no encontró apoyo en la Federación Española y creció acunado por la Australiana va camino de ser una estrella extranjera que habla castellano perfectamente.
“No puedo describir con palabras cómo me siento ahora mismo”, atinó a decir De Miñaur en la sala de prensa principal del torneo ante una multitud de periodistas, tan ansiosos como curiosos por conocer su sorprendente historia. “Cuando me levanté esta mañana jamás pensé que podría pasar esto. No me lo puedo creer, haber ganado es una experiencia surrealista”, insistió el australiano, que soportó los momentos de presión del encuentro con frialdad ante un rival casi 10 años mayor. “Estoy muy contento, es increíble. Es el momento más feliz de toda mi vida”.
Las buenos directores de cine podrían encontrar en De Miñaur un motivo para construir una película candidata a cualquier premio. La primera semana de la temporada, el australiano superó la fase previa en el torneo de Brisbane y jugó el primer cuadro final de una cita ATP en su carrera (perdió con Mischa Zverev). Días después, sumó su primera victoria en el circuito al ganar en Sídney (su lugar de nacimiento) a Benoit Paire. En el Abierto de Australia, y aprovechando la invitación que le concedió la organización del torneo, De Miñaur se bautizó en un Grand Slam y se citó con Sam Querrey por el pase a la tercera ronda. Increíble.
Como él mismo contó hace unos meses en este periódico, De Miñaur es un caso más de la deficiente gestión del talento nacional. El australiano, de padre uruguayo y madre española, no encontró el apoyo de la Federación Española cuando su madre llamó a la puerta. Tampoco el de la Valencia. Así, y obligado por los negocios de sus padres, que tenían un lavadero de coches y abrieron un restaurante en Sídney, la familia volvió a Australia. Allí fue acogida la pequeña promesa, a la que le dieron todas las facilidades para crecer y formase como jugador en unas instalaciones inmejorables. Cuando volvió a Alicante, donde sigue viviendo ahora, De Miñaur ya tenía claras un par de cosas: que se siente australiano y que representará al país en la Copa Davis porque es su forma de pagar la inversión de los que apostaron por él, todo lo contrario que en España.
“Son las cosas de la vida”, dijo De Miñaur encogiéndose de hombros, sin querer entrar demasiado en el tema. “Nací aquí y he vivido más o menos la mitad de mi vida en España”, prosiguió. “En Australia me han ayudado muchísimo desde siempre. La residencia ahora mismo la tengo en Alicante, pero aquí estoy muy cómodo”, insistió el número 301 mundial, que no pierde ocasión para agradecer todo lo que los australianos han hecho por él. “Fue difícil”, confesó De Miñaur. “Nosotros nos tuvimos que mudar por el trabajo de mis padres y dio la casualidad de que Australia me pudo ayudar mucho. Así fueron las cosas y estaré eternamente agradecido”.