Melbourne

Florian Mayer agacha la cabeza y saca la lengua. El alemán está desesperado porque el drive de Rafael Nadal le está provocando un socavón en su juego. Se disputa la primera ronda del Abierto de Australia y el mallorquín acaba de ganarle un punto en una posición inverosímil, conectando una derecha por fuera de la red, entre el poste y la silla del árbitro.

La gente aplaude mientras Nadal cierra el puño camino de la victoria. Cuando el campeón de 14 grandes conquista el partido (6-3, 6-4 y 6-4), cuando se cita con Marcos Baghdatis en la segunda ronda (6-3, 3-0 y abandono del ruso Youzhny), la estadística dice que ha disparado 39 golpes ganadores, que solo ha cedido 16 puntos al resto y que no ha tenido que afrontar ninguna bola de break. Las cifras son una declaración de intenciones que no necesitan el análisis de ningún experto: sin perder la cabeza, Nadal quiere morder de verdad.

"Ha sido bastante agresivo dentro de un orden, el desorden nunca es bienvenido", explica a este periódico Carlos Moyà en la puerta del vestuario, con una toalla blanca en los hombros. "También ha sacado bastante bien", dice uno de los entrenadores del mallorquín, recordando el 70% de puntos ganados con primer servicio y el altísimo 83% con segundo. "Era el primero partido en un grande desde hacía bastante tiempo. En las dos primeras rondas se trata de ganar y de sobrevivir. Ha dado una buena imagen, pero va a ir a mejor todavía".

"¡Vamos amigo!", grita una aficionada envuelta en una bandera de España, con una montera de terciopelo en la cabeza. "¡A por el título, campeón!", le secunda otra mientras se abanica con un folleto publicitario, intentando crear algo de aire a su alrededor, buscando liberarse de la sensación de ahogo.

A la hora del almuerzo, Nadal y Mayer salen a la pista con 35 grados de temperatura. Es el día más caluroso de la última semana. Aunque el sol brilla intermitentemente, escondido a ratos entre las nubes, el bochorno es insoportable para los jugadores, que pronto están rojos del esfuerzo y bañados por el pegajoso sudor del verano australiano.

Mayer es un jugador raro porque sus golpes no van en sintonía con la era que vive el tenis a día de hoy. El alemán, que abusa del cortado y volea a dos manos, se mueve a cámara lenta, hace un gesto con poco recorrido para armar su derecha y a menudo salta para apoyarse sobre un pie al tirar con el revés.

El número 49 vive de la inspiración, de que las sutilezas se conviertan en obras de arte o en un auténtico desastre. Así es complicado aspirar a la victoria, más aún cuando el encuentro es contra alguien como Nadal y al mejor de cinco mangas.

Acostumbrado a no intentar grandes cosas en sus primeros partidos en un torneo, habituado a exigirse más con el paso de las rondas, Nadal rompe con el pasado. El mallorquín juega al ataque desde la primera bola del encuentro, y eso es una novedad. No es una agresividad como la de Stan Wawrinka o Nick Kyrgios, dos jugadores que revientan la pelota casi siempre sin que importe si la jugada es adecuada para hacerlo, pero es un paso hacia la meta que el número nueve lleva tiempo persiguiendo, la única ruta si quiere volver a levantar un grande, y está claro que quiere.

Ante Mayer, Nadal ataca mucho, pero lo hace con coherencia, seleccionando casi siempre bien el momento para acorralar al alemán, que termina desesperado. Sin volverse loco, el español aprovecha cualquier bola corta para meterse dentro de la pista y acabar el punto. Su derecha es el golpe que sostiene esa propuesta. Nadal se atreve a pegar más plano y menos combado (acaba con la raqueta tras la espalda y no encima de la cabeza, la diferencia técnica entre ambos tiros). Nadal explora el paralelo, de siempre un termómetro de su juego, y muchas veces toca diana. Nadal, en consecuencia, juega realmente bien.

El mallorquín gana el partido sin ceder una sola bola de break, en parte porque supera cada turno de saque con solvencia (6 aces y buena velocidad con el segundo servicio, un punto débil en muchas de sus derrotas de 2016). Su techo en el torneo es una incógnita muy lejana, pero el comienzo es casi imposible mejorarlo: Nadal está cumpliendo su palabra. Este jugador se siente preparado para pelear por cosas importantes.

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