Las raquetas de Novak Djokovic vuelven al vestuario de una pieza, aunque el número dos mundial entra por la puerta con la cabeza hundida y rodeado de demonios, afónico tras estar aullando palabrotas en serbio durante casi cinco horas. Denis Istomin acaba de eliminarle 7-6, 5-7, 2-6, 7-6 y 6-4 en la segunda ronda del Abierto de Australia, su derrota más temprana en un grande desde Wimbledon 2008. El campeón del título, que suma siete puntos más que su rival en el encuentro (186 por 193) está fuera. El jugador que más veces ha ganado el torneo junto con Roy Emerson (seis) está en la calle, y el tercer día todavía no ha terminado. Djokovic, el indestructible, el invencible, el indomable, está buscando un vuelo para volverse a Montecarlo porque el 117 del mundo le ha cerrado la puerta del trono en la cara. Su crisis, sin embargo, no es nueva: desde que completó el Grand Slam en Roland Garros el pasado mes de junio, cerrando al fin el círculo tras mucho tiempo intentándolo, Nole no levanta el vuelo.
“Cualquier día puedes perder, nada es imposible”, explica luego Djokovic ante los periodistas. “Son más de 100 los jugadores que empiezan en el cuadro principal. Supongo que la calidad va subiendo y subiendo cada año. Todos mejoran. Todos son más profesionales y son mejores en pista”, sigue el serbio. “Lo he dado todo hoy, pero no ha funcionado”, dice, lamentándose. “Seguramente, él era el tapado del partido, pero no ha demostrado nervios en los momentos importantes. Todo le ha encajado. Fue el momento y el día adecuado”.
El primer juego del partido anticipa lo que luego ocurre. Djokovic tarda 16 minutos en mantener su saque porque Istomin le aprieta de lo lindo. El uzbeko, que juega con unas llamativas gafas deportivas amarillas, sale sin presión ninguna y eso es una bendición para pelear contra el número dos del mundo. Cuando el reloj deja atrás las cuatro horas de encuentro, cuando es oficial que para conseguir la victoria habrá que ganar el quinto set, el partido ha visto absolutamente de todo y la pista está alucinada, empezando a pensar que la caída del serbio es posible.
Nole se juega mucho. Está su historia en el torneo (seis veces campeón), algo así como la de Rafael Nadal en Roland Garros (nueve) o la de Roger Federer en Wimbledon (siete). Está su amor propio, el que le impulsa a luchar para recuperar el número uno del mundo, arrebatado por Andy Murray en el tramo final de la temporada pasada después de recortarle más de 8.000 puntos en seis meses. Está la necesidad de demostrarle al vestuario que él sigue mandando, aunque ya no esté sentado en lo más alto de la clasificación. Todo eso se va al traste en una tarde larguísima, que empieza con sol, sigue con frío y deja una imagen impensable, la de Djokovic felicitando a su oponente (“estoy muy feliz por ti”) y abandonando la pista más importante de su carrera con el corazón encogido.
De entrada, las diferencias entre los rivales anuncian un partido sencillo para Nole. Así debería ser, y solo hay que ver la forma de comenzar en 2017 de cada uno. Hace unas semanas, Djokovic empieza la temporada ganándole el título de Doha a Murray y aterriza en Melbourne a lomos de la confianza de haber tumbado a su rival más directo. Istomin estrena el año cayendo en la segunda ronda de un Challenger en Bangkok y entra al cuadro final del torneo gracias a una invitación de la organización, ganada a pulso en el play-off asiático (superó al coreano Lee). En consecuencia, es la noche y el día, dos jugadores que no tienen nada que ver, que compiten en ligas totalmente distintas.
Istomin es el 117 del mundo. Nunca le ha ganado un partido a Djokovic (0-5) y su estadística contra jugadores del top-10 es dramática (una victoria por 32 derrotas). A la hora de la verdad, todos esos datos importan poco. El uzbeko se sobrepone a todas las oportunidades que va dejando pasar (bola de set en el tie-break de la primera manga, otras dos bolas de set para 2-0 en la segunda, ventaja en la cuarta recuperada por el serbio…), y ahí que estar muy fuerte mentalmente para no acabar enterrado por la tensión. A Istomin, que por momentos parece tener hielo por dentro, le mantiene vivo un determinación maravillosa en los instantes cruciales, algo que Djokovic no encuentra.
El uzbeko gana menos puntos que su contrario (186-193) y también conecta menos golpes ganadores (63-68), pero hace suyos los peloteos decisivos. Tiene más agresividad que Nole, una capacidad de aguante mayor y por supuesto la brillantez de la que carece el número dos, que otras veces gana jugando mal y hoy no tiene esa virtud, como demuestra casi durante todo el partido.
Sorprendentemente, Istomin consigue un break tempranero en el quinto set. Lo mantiene sin titubear, olvidándose del escenario y también del rival. Djokovic cierra los ojos en cada cambio de lado, a ver si encuentra calma, paz, algo con lo que agarrarse al partido. Entonces, se da cuenta de que es imposible. Deja de bramar, su cara es la del que ha aceptado la derrota incluso antes de que llegue. Y así sucede. Con un golpe en el pecho, y acompañado de un grito de alegría, el uzbeko celebra un resultado que posiblemente no esperaba, como el resto del mundo. Djokovic está eliminado del Abierto de Australia, el rey ha hincado la rodilla. Es ley de vida: nadie puede ganar eternamente.