La situación es crítica, pero resume por qué Rafael Nadal es candidato claro a ganar el Abierto de Australia. Milos Raonic ha perdido la primera manga de los cuartos de final que le enfrentan al mallorquín, pero tiene su quinta bola de set para ganar el segundo parcial en el tie-break, empatar el partido y convertir la noche en una pesadilla. Nadal le ha anulado las cuatro primeras (todas al saque, tres con 4-5 y otra en el desempate, con 4-6), pero esta vez está obligado a hacerlo al resto.
Antes de poner en juego la pelota, Raonic mira la posición de su rival, esperando encontrárselo arrinconado contra la pared, una señal de falta de coraje en un momento decisivo. El canadiense se equivoca, Nadal está subido encima de la línea de fondo. Raonic duda, quizás porque no se lo espera. Comete doble falta y deja escapar el tren. Su cabeza salta por los aires y de esa no se recupera. El español, que desmantela 6-4, 7-6 y 6-4 al número tres del mundo, llega así a sus primeras semifinales de un grande desde Roland Garros 2014 y se cita con Grigor Dimitrov (6-3, 6-2 y 6-4 al belga Goffin) por una plaza en la final del domingo.
“Ha sido muy valiente”, celebra Carlos Moyà, recordando ese punto clave camino del vestuario. “No es fácil ponerte ahí delante cuando te están viniendo saques a 230 kilómetros por hora. Ha tenido la sangre fría de hacerlo y lo ha hecho además en casi todos los puntos”, prosigue el mallorquín, asombrado por el 70% de restos (¡70%!) que Nadal logra poner en juego frente a su rival. “Ha logrado meterle presión, obligarle a jugar cada punto”, insiste. “En general, ha estado a un nivel impresionante en un partido muy peligroso”, cierra el ex número uno del mundo.
“Sí, ha conseguido restarle muchas veces”, coincide Toni Nadal, tío y entrenador del número nueve. “En Brisbane le decíamos que se metiese delante, pero no lo veía claro. Hoy ha salido con la idea de hacerlo y eso ha cambiado bastante la tónica”, continúa el técnico balear. “Ha puesto constantemente la bola en juego y para Raonic, que está acostumbrado a que la pelota no vuelva casi nunca, ha resultado determinante”.
El martes por la mañana, Nadal se refugia en las pistas cubiertas del National Tennis Centre y se pone a restar los saques de Mark Philippoussis. A los 40 años, el servicio del ex número ocho del mundo sigue siendo el mismo golpe poderoso de los 90 (230 kilómetros por hora llega a alcanzar en el torneo de leyendas, que disputa estos días en Melbourne) que el número nueve aprovecha para preparar su examen de cuartos de final. Luego, Nadal se sienta a escuchar cómo Moyà le disecciona el saque del canadiense. El ex número uno del mundo, claro, conoce como nadie el mejor tiro de Raonic después de pasar un año en su banquillo como entrenador, antes de mudarse el pasado mes de diciembre al de Nadal.
En esa etapa, en la que Moyà lleva al canadiense a su primera final de Grand Slam (Wimbledon) y le aúpa en el ránking (del número 14 al tres), el campeón de un grande trabaja para añadir una tercera dirección al imponente servicio de Raonic, que no sea sólo un tema de disparar a izquierda o derecha. Así, Moyà consigue que el canadiense se atreva con el saque al cuerpo del rival, convirtiendo esa alternativa en un recurso que Raonic utiliza muchísimo, y prueba de ello es que al final de 2016 acaba con menos aces que otros años (874) porque un saque al cuerpo se puede tocar o devolver (no cuenta para la estadística), aunque en malas condiciones, dejando desnudo al contrario en el intercambio, casi sin opciones de ganar el punto.
Todo eso oye el español en la previa, empapándose de ideas (que le reste bloqueando como Roberto Bautista en octavos de final, le aconseja Toni Nadal), mientras inicia un proceso para convencerse de que la prioridad es atacar, no perder nunca la intensidad. Así, Nadal sale decidido a corregir el error que paga con la derrota en Brisbane, al menos de inicio.
Cueste lo que cueste, el mallorquín no quiere ceder metros al resto porque necesita ser agresivo, enseñarle los dientes a Raonic, gritarle con esa posición adelantada que no piensa moverse de ahí aunque sea un espectador privilegiado de sus estacazos, que va a meterse en su cabeza hasta que quede destruida por la inseguridad y las dudas, los peores enemigos de un sacador tan bueno como el número tres. Y eso es lo que sucede.
Tácticamente, es un Nadal impecable que no puede reprocharse nada, ni una sola coma. Poco a poco, el español va hilando restos fantásticos, sobre todo en la zona de la ventaja, porque con el revés se sube encima de la bola con mayor facilidad que con la derecha y abre muchísimo la pista para luego entrar a rematar el punto con su drive. Nadal, en cualquier caso, exhibe unos reflejos admirables para actuar según su intuición y obliga a que Raonic le discuta los peloteos una y otra vez, que le gane con la bola en juego y no a zambombazos. El número tres, evidentemente, sufre horrores expuesto ante esa situación, y más al ver que el español le obliga a hacerlo sin perder terreno al resto.
El gigante canadiense (1,96m) soporta la presión durante sus tres primeros juegos del partido al saque, pero al cuarto explota. Raonic ya ha dejado señas de nerviosismo (un remate al limbo con la pista vacía, dudas para apretar con su segundo servicio…), quizás porque por primera vez se considera favorito, porque le pesa la obligación de ganar, las consecuencias de ser el último en pisar la pista (el que tiene peor ránking sale primero). El canadiense, además, arrastra todavía la fiebre de sus primeros días en el torneo y eso se nota en la falta de brío que tiene en algunos instantes, a los que intenta sobreponerse sacando una garra inusual en un jugador de hielo, siempre con el gesto indescifrable.
Enfrentado al primer momento delicado del cruce en el segundo parcial (tres puntos de set para Raonic con 4-5), Nadal pone calma y decisión. Las opciones del canadiense se dan la vuelta y se marchan por el mismo camino que han venido. Llega el desempate, que es la columna vertebral del partido. Llegan otras tres pelotas para que Raonic iguale el encuentro, para que amenace con remontar y dejar de piedra al balear. Nadal le dice que no, que esta es su noche, que las semifinales son suyas, que ha trabajado mucho para esto. La doble falta de Raonic con su sexto punto de set (el primero al saque) es el reflejo de un jugador destruido por dentro y por fuera, consumido por el aliento de su oponente.
Animado por su mejor partido en el torneo, el número nueve llega como un tiro al tramo final del torneo, donde ya se ve la copa. El Nadal que elimina a Raonic es un jugador de puntería y tacto (40 ganadores por 21 errores no forzados, una barbaridad) y de números increíbles (83% de puntos ganados con primer saque, 22 puntos ganados de 25 jugados en la red y ni una bola de break concedida). A partir de hoy, ya quedan pocas dudas: Nadal es candidato a levantar el título de campeón el próximo domingo para convertirse en mito en La Tierra.
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