“Tuve que motivarme de nuevo para volver a la pista”. Esa simple frase de Novak Djokovic bastó para explicar las secuelas que provoca un empacho de gloria, porque, aunque parezca una broma, entre la dulce sensación de ser el mejor también hay mucho veneno escondido.
El serbio, que lleva dando tumbos desde que logró completar el Grand Slam el pasado año en Roland Garros, debutará este domingo en el Masters 1000 de Indian Wells contra el británico Edmund, lejos de su mejor versión y desposeído de la propiedad que más miedo provocaba en el vestuario: por una acumulación de factores, entre los que destaca el desgaste de ganar siempre, Nole ha dejado de ser invencible.
“El lobo que está subiendo la colina y corriendo por la montaña está más hambriento que el que ya está arriba”, dijo Djokovic tras ganar el Abierto de Australia en 2016, cuando pocos dudaban de su candidatura al Olimpo, con tal superioridad gobernaba el circuito, tan grande era la diferencia con todos sus contrarios. “Mis rivales están luchando cada semana por llegar al número uno del mundo. Todos están hambrientos por ser el número uno. Y yo lo sé, por eso no puedo permitirme relajarme y disfrutar. Pienso que uno tiene que trabajar el doble cuando está arriba”.
Algo más de un año después, con el número uno en manos de Andy Murray y con su armadura de hierro impenetrable convertida en una de cartón barato, Djokovic se acordó de aquella interesante analogía del lobo y radiografió el presente sin filtros, porque la realidad no se puede tapar con mentiras.
“Ahora soy yo uno de los lobos que está tratando de subir, tengo hambre, pero no soy el único”, reconoció el serbio en Indian Wells, donde además se enfrentará a un cuadro plagado de trampas. ¿Qué ha ocurrido para que Nole pase de ser perseguido con un abismo de distancia a perseguidor con muchos metros por delante?
“Pasé dos meses en los que no era yo, pero ahora me siento mucho mejor en términos de mi juego y en términos mentales”, reconoció Nole, que tras aceptar una invitación para jugar en Acapulco cayó en cuartos con el australiano Kyrgios. “Soy un jugador diferente, me siento más cómodo y más fresco”, prosiguió el número dos.
“Si no tuviera hambre de éxito no estaría aquí sentado hablando con la prensa y tampoco jugaría este torneo. Obviamente, haber logrado tanto en mi carrera me hace muy feliz. Fácilmente podría parar hoy y decir que ha sido suficiente, pero sigo adelante porque tengo ese impulso todavía, ese instinto. Mientras eso esté presente, seguiré jugando”, aclaró el serbio.
Culminando una primera mitad de año inmaculada, Djokovic ganó Roland Garros y desapareció del mapa. Aunque se coronó en Canadá, el resto de su temporada se construyó de mal trago en mal trago (tercera ronda en Wimbledon, primera en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, final en el Abierto de los Estados Unidos y final en la Copa de Maestros de Londres, donde Murray le arrebató la posibilidad de recuperar el número uno y acabar el curso sentado en el trono). Tras eso, Nole rompió con Boris Becker (su entrenador desde 2014), habló de cambio de prioridades (su familia por encima del tenis) y se sumergió en una pretemporada tan importante como incierta.
“Creo que tener esos cuatro o cinco meses en la segunda mitad de 2016 fue realmente muy importante para mí, para mi crecimiento como jugador y como ser humano”, reflexionó Djokovic, que sumó el título en Doha en la primera cita de 2017 y luego se despeñó en Melbourne, cediendo en tercera ronda con Denis Istomin. “Aprendí mucho. Sigo adelante. Estoy motivado para continuar jugando a un nivel muy alto. Tuve un par de meses en los que no estaba en la pista y ahora estoy en un lugar mejor. Espero que sea la dirección correcta”, cerró el campeón de 12 grandes, campeón de Indian Wells los últimos tres años.
La dirección correcta, por ejemplo, es la que lleva Roger Federer. A los 35 años, y tras celebrar su grande número 18 en el Abierto de Australia el pasado mes de enero, el suizo ha esquivado una muerte deportiva que los expertos habían anticipado tras ver cómo una lesión en la rodilla izquierda le obligaba a estar seis meses alejado de las pistas después de Wimbledon, dejándole con óxido hasta en las cejas y condicionando su vuelta al circuito, que debería haber sido una pesadilla. El título que le ganó en el primer Grand Slam de la temporada a Rafael Nadal, sin embargo, ha provocado exactamente lo contrario.
“Estoy disfrutando los entrenamientos más que nunca y estoy impaciente por empezar a jugar”, aseguró el suizo, que se estrenará contra el francés Robert en California. “Es fantástico estar de vuelta, aunque todavía estoy en mi proceso de regreso”, siguió el número 10, sorprendido en la segunda ronda de Dubái por el ruso Donskoy en su primer torneo tras levantar la copa en Melbourne.
“Todavía estoy en una nube. Aquello fue fantástico y estoy contento por haber hecho feliz a mucha gente. Sé que no solamente juego para mí en estos momentos. Va mucho más allá”, cerró Federer, que precisamente podría volver a encontrarse con Nadal en los cuartos de final de Indian Wells.
“Los últimos años han sido positivos dentro y fuera de pista”, le siguió Murray, sorprendentemente derrotado por Vasek Pospisil en su debut en el primer Masters 1000 del año (6-4 y 7-6) y con un pensamiento similar al del suizo. “Yo he ido saboreando mucho más mis éxitos de lo que lo hice con mi primer Wimbledon, cuando me llevó un tiempo volver a rendir. Tuve la operación en la espalda poco después, pero también sentía que la razón por la que jugaba al tenis era ganar Wimbledon”, reconoció el número uno, protagonista de una progresión increíble en 2016. “Después de aquello, ¿qué me quedaba? Pero he pasado página desde entonces, y juego al tenis fundamentalmente por mí y por mi familia. Mi deseo es lograr todo aquello que pueda”.
Nadal, citado con el argentino Pella en la segunda ronda de Indian Wells, es la cuarta columna de la histórica estructura a la que el mundo conoció como The Big Four, y quizás el más acostumbrado a sobrevivir a todo. El mallorquín ha vivido en su carrera la inconsciencia del novato que gana aplastando, el dolor de mil lesiones, las caídas abruptas, alguna subida meteórica al cielo y hasta un colapso mental que desnudó su cabeza. De todo salió, como demostró su arranque de un año (dos finales por ahora) en el que vuelve a no tener límites.
Desde 2008, Djokovic, Nadal, Federer y Murray han ganado 71 de los 81 Masters 1000 que se han disputado. El disparate estadístico tiene dos conclusiones claras: que no habrá una generación igual que esta y que la élite quema mucho, pero engancha todavía más.