¿Cuál es la solución cuando estás entrenando muy bien y jugando mal? ¿Cómo se hacen desaparecer los nervios en mitad de un torneo tan importante como un Grand Slam? ¿Dónde está la llave para abrir la puerta de la determinación y cerrar la de la desconfianza? Todas esas respuestas las ha encontrado Rafa para ganar el título de campeón del Abierto de los Estados Unidos en otra muestra más de su impresionante capacidad de transformación, lo que en el vestuario conocemos como ir de menos a más hasta el final.
Montreal y Cincinnati fueron dos torneos negativos a nivel de resultados y sorprendentes porque estaba entrenando muy bien. Teníamos expectativas altas en la gira de verano. Los cuadros no eran complicados y entrenaba bien, pero luego a la hora de competir no conseguía darle continuidad a esas sensaciones con las que se volvía de las sesiones preparatorias.
Es cierto que con Shapovalov se vio sorprendido en Montreal. No esperábamos que jugase a ese nivel. Al final del partido, daba la sensación de haber sido malo, pero tampoco fue verdad porque tuvo opciones de ganar incluso en dos sets contra un tenista novato que luego se ha destapado haciendo un excelente verano. En Cincinnati se repitió el desenlace, con matices en el desarrollo de los acontecimientos: otra vez entrenó bien, pero con Ramos jugó mal y con Kyrgios no compitió, estaba demasiado nervioso y con mucho respeto.
Tras perder en Cincinnati, volé con él a Nueva York y estuvimos juntos un día antes de volverme a España. Cuando llegaron Toni Nadal y Carlos Moyà les comenté que Rafa estaba muy bien de juego, preparado para hacer algo importante, pero que le faltaba tranquilidad para competir mejor. Es lo mismo que le dije a él justo antes de irme a casa: ’Rafa, el jugar bien lo tienes al lado porque estás entrenando muy bien. Lo preocupante sería lo contrario, que no lograses entrenarte al máximo nivel’.
Durante la semana previa siguió preparándose por ese camino. Jugó en los entrenamientos contra rivales muy buenos y no perdió ni un set. Ahí ya estaba capacitado para poder hacer algo grande. Por eso, me extrañó un poco que siguiese con la misma dinámica y que le costase salirse de ella en sus tres primeros partidos en el torneo. Hablamos de una película distinta porque son encuentros a cinco mangas y con rivales de no tanta entidad, pero los nervios seguían ahí presentes.
Los nervios, en cualquier caso, no son por el número uno. Es un Grand Slam y tiene una buena oportunidad de ganarlo. Y sobre todo está nervioso porque ha perdido en los torneos previos y eso le ha generado desconfianza. Rafa es un jugador al que se le nota mucho cuando viene con victorias encima, pero también cuando llega con varias derrotas.
Él es el primero que sabe que no está compitiendo bien, lo reconoce y él no desiste en cambiar la dinámica. Sabe también que tiene que hacer el clic en la competición, pero que no es capaz de hacerlo. Y sabe que si hace el cambio puede conseguir algo grande en Nueva York. No están varios de los mejores, Federer no acaba de encontrarse y su nivel de tenis es suficiente para soñar.
Todo empieza a solucionarse entre el segundo y el tercer set que juega con Mayer, durante la tercera ronda. Ese partido es un punto de inflexión en el torneo. A partir de ahí juega sin nervios, de los que se libera con valentía. El síntoma es que va a buscar la bola dentro de la pista, ya no la espera atrás. Es lo mismo que sufren sus siguientes oponentes. Y lo que ocurre después está en los libros de historia: el título como culminación de la enésima mutación de un superdotado irrepetible.
*** Francis Roig fue tenista profesional y es entrenador de Rafael Nadal desde 2005.