“Hoy es un día para estar feliz. Son 11 veces las que he llegado a una final de Roland Garros. Es un día para estar contento. Al final, parece que es lo lógico, pero no lo es. Y no quiero que sea así porque si no entras en una rutina de no valorar las cosas y yo no quiero ser participe de esa espiral. Es un día para disfrutar y a partir de mañana ya pensaré en lo que debo hacer para estar listo el domingo”.
Rafael Nadal habló claro tras alcanzar su undécima final de Roland Garros (6-4, 6-1 y 6-2 a Juan Martín del Potro), que jugará ante Dominic Thiem (7-5, 7-6 y 6-1 a Marco Cecchinato) buscando celebrar otra Copa de los Mosqueteros. A menos de 48 horas del cruce, de nuevo trascendental porque le llevaría a romper cualquier límite imaginable, el español levantó la mano y sorprendentemente pidió disfrutar de lo conseguido. A los 32 años, y tras levantarse mil veces de los obstáculos que le ha planteado su cuerpo, el balear ha aprendido a valorar las cosas que lo merecen, incluso estando en la vorágine de la competición, a las puertas de un momento tan importante como el encuentro decisivo de otro Grand Slam.
“Yo tengo la conciencia muy tranquila porque nunca he sido una persona arrogante”, explicó el número uno del mundo. “Dentro de la humildad está el hecho de valorar todas las cosas que van pasando y no dejarlas como algo normal. Hace tres meses estaba en una situación diferente, sé lo que me cuesta volver a una final de Grand Slam y los momentos complicados que he atravesado en mi carrera”, prosiguió el campeón de 16 grandes. “Mi imagen en Acapulco cuando me lesiono el día antes de volver a empezar, en Australia cuando estoy ganando para meterme en semifinales y me tengo que ir porque me rompo el psoas… Son todas esas cosas que se te van quedando dentro”, insistió Nadal. “Cuando las cosas cambian y son buenas es el momento de aprovecharlas”.
El pasado 26 de febrero, horas antes de debutar en el torneo de Acapulco, Nadal recayó entrenando de la lesión en el psoas-ilíaco de la pierna derecha que le dejó fuera de combate en su partido de cuartos del Abierto de Australia contra Marin Cilic y se vio obligado a cancelar su reaparición en el circuito, renunciando unos días más tarde a los Masters 1000 de Indian Wells y Miami. La bofetada no dejó marca visible en el tenista, pero a Nadal le costó mucho digerir otro parón y condicionó mentalmente su aterrizaje en la gira de tierra batida europea, aunque luego sobre la pista transformó los fantasmas en victorias.
“Cuando vienes de todos esos momentos y te clasificas para la final de Roland Garros tras ganar Montecarlo, Barcelona y Roma… es para estar feliz”, reiteró el español. “Lo valoro mucho y más a esta edad, en una parte avanzada de mi carrera. Todo se complica, he tenido muchas lesiones, y me hace feliz haber pasado todo eso para seguir siendo competitivo”, dijo el mallorquín. “Con los años, uno va descubriendo que todo puede cambiar rápidamente. A veces, las cosas están mal y de pronto comienzan a estar muy bien. Siempre digo lo mismo: cuando todo va mal, uno tiene que estar preparado para que vaya bien. Y eso significa estar listo mentalmente, y sobre todo… que te pille trabajando”.
Nadal, claro, sabe mucho de lo segundo (tantas veces le han venido torcidas) y también de lo primero, porque trabajar es su día a día. Por eso, el mallorquín tiene más derecho que nadie a brindar antes de jugar por fulminar su propia leyenda una vez más.