¿Cambia mucho una persona en 13 años?
Han pasado 13 años desde la primera victoria de Rafa Nadal en Roland Garros ante el argentino Mariano Puerta, cuando apenas había superado la mayoría de edad. 13 años del primer Grand Slam del mallorquín, que este domingo ha conseguido la undécima Copa de los Mosqueteros al imponerse a Dominic Thiem en una final vibrante, bonita y disputada de poder a poder. Han pasado 13 años, y sí, en 13 años muchas cosas han cambiado.
Rafa ya no tiene melena larga, no lleva camiseta sin mangas, aunque en el pasado Abierto de Australia le hiciese un guiño luciéndola de nuevo, y tampoco pantalón pirata. La ropa de este Nadal va acorde con los tiempos actuales, pero también con su edad y con una madurez que comenzó en 2008, cuando alcanzó por primera vez la cima del ranking mundial, y que ha ido completándose poco a poco desde entonces.
Rafa ya no recorre todos los kilómetros de hace años porque su juego ha evolucionado por una cuestión lógica. Con 32 años, las piernas no tienen la misma frescura que con 18, aunque en su caso sigan teniendo mucho oxígeno, todavía cuerda para rato. El Nadal actual es más agresivo, más directo, está más decidido a buscar los puntos con atrevimiento. No hay duda de que corre un poco menos, lo reconoce él mismo, pero tampoco la hay de que ahora es mejor tenista.
Rafa ya no cuenta con Toni Nadal en el banquillo de entrenador, aunque este domingo estuviese en la grada de la Philippe Chatrier junto al resto de su familia para vivir de cerca la victoria de su sobrino. Tras la decisión de su tío de dejar de viajar para centrarse en la academia que el número uno tiene en Manacor, es Carlos Moyà el que ha asumido las riendas de su carrera, acompañado por Francis Roig. Toni fue el que formó a la persona, construyó al tenista y guió al campeón, el que cimentó las bases de lo que es Nadal actualmente. Moyà y Roig son los que siguen sus pasos para que ese legado no se pierda.
Sin embargo, y pese a que han pasado 13 años, hay algo que no ha cambiado: Rafa mantiene la sencillez y la humildad del primer día, celebrando las victorias y encajando las derrotas de igual manera, pero también la mirada hambrienta, la mirada de un jugador ilusionado por ser un gran deportista, la mirada de un tenista que podría estar alimentándose de éxitos toda la vida y ni aún así tendría la sensación de estar lleno.
En los ojos del Rafa adulto que acaba de levantar al cielo de París su undécimo título de Roland Garros se puede ver el mismo deseo que en los ojos del Rafa niño que recibió su primera Copa de los Mosqueteros de manos de Zinedine Zidane en 2005, cuando ninguno de nosotros podíamos alcanzar a imaginar todo lo que vendría después.
Ese brillo, esa pasión, esa fuerza, es el motor que hace posibles cosas tan extraordinarias y mágicas como las de este domingo en París: Rafa ganando 11 veces en Roland Garros, conquistando en 11 ocasiones un torneo que la inmensa mayoría sueña con levantar alguna vez en su carrera.
En cualquier caso, eso no es lo mejor de todo. El año que viene Nadal vendrá a por más, querrá 12 títulos. Y esa precisamente es la marca de un tenista único en la historia por el que tengo una admiración eterna.