David Ferrer quiere morir matando, pero no puede porque está cojo. Se juega la primera ronda del Abierto de los Estados Unidos, el adiós del alicantino. Este es su último Grand Slam, el principio de una retirada que debería abrazar la próxima temporada en un puñado de lugares especiales. Ocurre que Ferrer se rompe cuando pasa la hora de partido, que se hace daño en el sóleo de la pierna izquierda. Sucede que intenta aguantar para no abandonar en su última noche, negándose a marcharse de esa forma. Pasa que no puede, que debe decir basta por mucho que apriete los dientes. Bajo las luces de la Arthur Ashe, la pista más grande del mundo, un resultado que es pura mala baba. El abandono que lleva a Nadal a la segunda ronda (6-3 y 3-4) escribe el triste final de Ferrer en los grandes escenarios. Un broche de latón para una carrera de brillantes: la primera vez que el alicantino no puede acabar de jugar un partido de Grand Slam (tras 208 completados) llega en el día de su despedida.
“Estoy triste porque es mi último Grand Slam”, dice Ferrer entrada la medianoche en la sala de prensa del torneo. “Si lo piensas bien es mucha mala leche, pero no quiero dramatizar. No va a empañar mi carrera haberme retirado hoy”, sigue el alicantino. “He dado un buen nivel de tenis y he tenido la oportunidad de jugar en la central con Nadal. Me quedo con lo bueno”, añade el tenista, que planea descansar y después iniciar la recta final en la Hopman Cup. “Ahora necesito tiempo para parar y estar con mi familia antes de volver a arrancar o… no arrancar”.
“David se merecía un final mejor en los torneos grandes”, le sigue justo después Nadal. “Es un jugador que se ha esforzado al máximo para llegar a un nivel muy alto y ha hecho todo lo que tenía que hacer para llegar lo más arriba posible”, elogia el balear. “Cuando juegue el último punto de su vida como profesional se irá al vestuario totalmente tranquilo de haberlo dado todo. Y no hay mayor satisfacción que poder decir eso”
A los 36 años, Ferrer juega su despedida al límite. Cortito de energías, durante mucho tiempo su rasgo distintivo, el español lo apuesta todo a un comienzo eléctrico que termina siendo un calvario. Desde la grada, donde su hijo Leo duerme plácidamente en brazos de su madre, el derroche físico del tenista es una bomba de relojería que explota en la segunda manga: tras perder la primera, Ferrer le rompe el saque a Nadal (1-0), cede el suyo inmediatamente después (1-1) y se pone a soñar con plantar batalla. Entonces, un par de latigazos en el sóleo de la pierna izquierda ponen fin a su historia en los grandes.
Pasa una hora de partido y Ferrer está tumbado sobre una toalla en el suelo, retorciéndose en las manos del fisioterapeuta que intenta aliviarle un dolor tremendo. Al levantarse, el alicantino se da cuenta de que andar le obliga a realizar un esfuerzo titánico. Por eso mira a su banquillo. Por eso pregunta qué hacer con la mirada. Por eso se lamenta negando con la cabeza. Si nadie merece una despedida así, Ferrer menos aún: los campeones no deben brindar con champán caducado; las buenas personas no pueden soplar velas de papel.
Antes de eso, un infierno. El bochorno de la noche envuelve a los competidores. Hace una humedad insoportable (72%) que lleva a los jugadores a colgarse enormes bolsas de hielo del cuello. El estadio es el centro de un volcán por el que aparece un buen Nadal. El primer parcial del número uno es de notable alto porque Ferrer aprieta, muerde y tira buscando en la agresividad el agujero por el que colarse a discutir el partido.
Con la primera manga en su mano, Nadal se despista y cede un break que mete a su contrario en el cruce. Ferrer está encantado y el mallorquín un poco desconcertado, con la concentración dando tumbos. Es 1-0 y saque para el alicantino, que sonríe porque está disfrutando de su adiós. Ferrer tiene motivos: juega en la Arthur Ashe, ante el mejor tenista del mundo y le acaba de pegar un bocado el marcador. La ilusión que chisporrotea en sus ojos, sin embargo, tarda un segundo en irse porque dos juegos más tarde se ha lesionado y ya sabe que aunque lo intenté terminar el encuentro es imposible.
Desde hace tiempo, el alicantino tiene el cuerpo malherido, con los tendones de Aquiles destrozados. Esa es la razón que le conduce hasta la decisión de dejarlo: el tenis lo sigue teniendo, pero su armazón lleva tantos golpes encima que así es imposible aspirar a ser mínimamente competitivo. Con todo muy claro, Ferrer llega a Nueva York mentalizado para decir basta y romperse ante Nadal es solo una muestra más de que retirarse es lo adecuado.
Así, Ferrer se marcha con el orgullo por las nubes. Él ha sido el único que ha conseguido hacerse un hueco entre Roger Federer, Novak Djokovic, Andy Murray y el propio Nadal con unas condiciones mucho inferiores, yendo al límite una vez tras otra para pagar el peaje de igualarse a esos gigantes. Lo de Ferrer es como ir a la guerra con una pistola de agua cuando el resto lleva un fusil de asalto. Y eso es algo que nunca nadie le podrá arrebatar.
La última imagen del partido es la siguiente. Ferrer se sienta en el banquillo, se quita una muñequera blanca y la tira al centro de la pista. Allí, en el cemento azul, descansa el sudor de un jugador que se ha exprimido como ningún otro.
Que lo miren todos los niños. Ahí hay un modelo a imitar.
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