Así es la burbuja del US Open: “Se respira una tranquilidad máxima”
Silvia Soler, entrenadora de Sara Sorribes, detalla los protocolos de seguridad del Grand Slam estadounidense, que arranca este lunes.
31 agosto, 2020 12:59Un artilugio negro con forma de columna coronado por una luz azul se desplaza por las zonas comunes de uno de los dos hoteles donde se alojan los jugadores que disputan el US Open. Es casi ciencia ficción: ese elemento extraño que se mueve de un lado para otro es un robot que va tomando la temperatura a todas las personas con las que se cruza. Esa es una escena inusual que resume perfectamente lo que pasa en Nueva York, donde hoy arranca el segundo Grand Slam de esta temporada (Roland Garros se disputa del 21 de septiembre al 11 de octubre y Wimbledon se canceló el pasado mes de abril) entre excepcionales medidas de seguridad frente a la pandemia de la covid-19. Es lo que se conoce como la burbuja, y estas son sus estrictas reglas.
“Desde que comenzó todo”, cuenta por teléfono a este periódico Silvia Soler, entrenadora de Sara Sorribes, “la WTA hacía dos reuniones. La primera con un horario para todos los que estábamos en la zona europea y otra para los de la americana. En esas reuniones, siempre estaba Steve Simon, el presidente, y nos informaba personalmente. Además, en función del tema, participaba la gente de marketing, las fisioterapeutas, el consejo de jugadoras... En todo caso, desde el inicio se ha informado muchísimo sobre cómo estaba la situación. Cuando la posibilidad de jugar fue volviéndose una realidad, se hicieron reuniones específicas con cada torneo: con Palermo, con Praga, con el US Open...”.
Desde el primer momento, los organizadores del Grand Slam estadounidense se mantuvieron firmes en su idea de celebrar el torneo sin público, como finalmente ocurrirá. Ni en los peores momentos de la pandemia pensaron en sacar bandera blanca y engordar la lista de cancelaciones, que comenzó con el Masters 1000 de Indian Wells (el primero en caer) y siguió con citas tan importantes como Miami, Montecarlo, Madrid, Roma, Wimbledon o Canadá hasta completar casi seis meses sin tenis. Así, y mientras muchos jugadores dudaban de la viabilidad de jugar en Nueva York, los despachos de la USTA, la Federación Estadounidense, trabajaban en un protocolo lleno de detalles para garantizar la seguridad de los que tomasen la decisión de jugar desde el momento de subirse al avión para viajar a Nueva York.
“Tuvimos que mandar una fotocopia del pasaporte del jugador y acompañante para enviarlo a la embajada estadounidense , creando así un salvoconducto para cuando llegásemos al aeropuerto”, cuenta Soler. “Ahora mismo, los vuelos con Europa están cerrados y solo se puede viajar si hay algún caso especial, como es nuestro caso. Todos venimos con una carta especial. En cuanto llegamos al hotel, nos hicimos las pruebas PCR, nos dieron las llaves de la habitación y nos quedamos allí dentro 24 horas a la espera de los resultados. Nos pusieron una pulsera de identificación para los de seguridad y no podíamos ni bajar de la habitación hasta no recibir el negativo, que nos llegó vía mensaje al teléfono móvil”, añade. “Una vez con el negativo, pudimos bajar a recoger la acreditación, que es obligatoria para moverte siempre, incluido dentro de hotel”.
Los organizadores del US Open han levantado la burbuja sobre dos hoteles, el Long Island Marriott y el Garden City. Hay excepciones, como las casas privadas de Novak Djokovic o Serena Williams, que decidieron afrontar el importante desembolso económico para elegir esa opción, que además de todos los gatos inmobiliarios incluye el coste de seguridad privada las 24 horas para vigilar que ninguno de ellos salgan de la vivienda para otra cosa que no sea ir a las instalaciones del Billie Jean King National Tennis Center, donde se disputa el torneo. Las reglas, claro, son las mismas para todos, duerman en uno de los dos hoteles o en una casa: prohibido pisar la calle, prohibido ir a Manhattan, prohibido hacer algo distinto a entrenar y jugar al tenis.
“Hay carteles por todas partes recordando que si te saltas la burbuja quedas automáticamente descalificado del torneo”, explica Soler, que se retiró oficialmente el pasado mes de mayo, durante la pandemia, y rápidamente se sentó en el banquillo de Sorribes, la número 82 del mundo que debuta este martes en el US Open ante la estadounidense Liu. “Hay seguridad por todo el hotel, está totalmente cerrado para jugadores y sus equipos. Hay seguridad a la entrada o en los ascensores. Es difícilmente mejorable la situación en la que estamos”, insiste. “Al no haber público, han ampliado muchísimo las instalaciones para nosotros. Por ejemplo, todo lo que antes eran zonas VIP, ahora es para uso de los jugadores. Hay tres gimnasios, hay juegos al aire libre para poder calentar o distraerte, hay tumbonas... Son todo facilidades. La USTA, la ATP y la WTA han hecho un trabajo espectacular y se respira una tranquilidad máxima”.
En la burbuja, lógicamente, hay que llevar siempre la mascarilla y el desinfectante abunda por todas partes. Las pruebas PCR son constantes (cada cuatro días) y los jugadores (acompañados por dos personas de su equipo como máximo) están bajo la lupa constantemente. Cincinnati, que este año se ha movido de Ohio a Nueva York para celebrarse en Flushing Meadows y facilitar la logística, lo ha demostrado durante los últimos días: pese a viajar a Nueva York, Guido Pella y Hugo Dellien no pudieron jugar el torneo debido al positivo de Juan Manuel Galván, preparador físico de ambos, y fueron puestos en cuarentena.
Son tiempos nuevos y desconocidos que este lunes ponen a prueba los esfuerzos de la organización del Grand Slam más bullicioso y eléctrico de todos por celebrar el torneo en una ciudad fantasma y blindada al virus que ha puesto el mundo patas arriba.