La representación del espacio constituye uno de los intereses que fundamentan la pintura de Pedro Calapez (Lisboa, 1953), en esta exposición resuelta en una serie de acumulaciones de cuadros de reducidas dimensiones. éstos, al hilo de aquellas actuaciones que se han acercado al arte conceptual para revitalizar la pintura y reclamar su vigencia, acuden a la fragmentación y su reconstrucción políptica como estrategia compositiva. Con este objetivo, Pedro Calapez se pone manos a la obra y edifica una serie de espacios pictóricos, cuya virtualidad depende de la intervención del color como sostén esencial de la ingeniería. Una ingeniería que se cimenta en soportes de madera sobre los que el artista extiende las masas de color abstrayendo lo que se podría ver como un paisaje, codificado según un riguroso plan de proporciones y reglas. De esta forma, Calapez deja intervenir al espectador a quien invita a afianzar el edificio pictórico. Agrupadas estas pinturas según medidas, una vez se han avenido los contrastes cromáticos de última hora, y pulidos los detalles, la obra queda lista para el visto bueno. El esquema siempre suele ser el mismo, y varía apenas, según la conveniencia del artista, cuando éste altera la escala cromática o invierte el sentido del gesto de la pincelada.