El Cultural

José María Merino

”Antes había miedo a la imaginación, ahora está inventada la vacuna”

20 febrero, 2000 01:00

Cuenta Merino que un día le telefoneó un invisible para contarle su historia. Era Adrián, protagonista de Los invisibles (Espasa), que pasado mañana sale a la calle. Es la última novela de quien, además, está a punto de recuperar Las novelas del mito (Alfaguara), a vueltas con la infancia, la memoria y el amor.

Pregunta: Adrián, el protagonista de Los invisibles, "no podía imaginar que aquella misma noche se iba a volver invisible". ¿Como Samsa al despertar convertido en cucaracha?
Respuesta: No lo había pensado, pero me sentiría orgulloso si en Los invisibles hubiese una sombra válida, por pequeña que fuese, de La metamorfosis, una de las grandes novelas del siglo.
P: ¿Alguna vez ha deseado ser invisible? ¿qué haría que no haga ya?
R: Cuando era niño. Me parecía un don de libertad e invulnerabilidad. Ahora me daría angustia. Aunque podría saltarme algunas colas odiosas, y descubrir a muchos hipócritas.
P: Cuando despertó -en este caso, cuando se miró en el espejo- ¿la realidad estaba allí?
R: Toda la literatura, incluso la fantástica, ordena la realidad y nos ayuda a entenderla. La realidad siempre está ahí.
P:¿Cuándo tuvo conciencia precisa, como el protagonista, "de lo que significaba no ser un niño"?
R: Cuando supe que era mortal. La niñez es el reino de la intemporalidad, de la inmortalidad.
P: ¿Cómo se supera el miedo "de aquella soledad recién inaugurada"?
R: No se supera nunca, porque es una forma profunda de conciencia. Pero dijo Walt Whitman que "Quien camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral".
P: ¿La memoria lo mejora todo?
R: En contra de las leyes de la naturaleza y de la ciencia, los humanos infringimos la irreversibilidad del tiempo gracias a una máquina llamada memoria. Es lógico que un viaje tan infractor modifique las situaciones vividas.
P: ¿Cuándo la memoria le ha sido más impertinente? ¿Más terrible?
R: Cuando no he conseguido modificar la imagen de una conducta de la que me arrepiento, convertida en fantasma.
P: ¿De qué le ha salvado?
R: De la estupidez de vivir sólo lo que llaman el presente.
P: ¿Cuáles eran los territorios vedados de su infancia?
R: Un desván peligroso, en casa de mi abuelo, y el armario en que mi padre ordenaba meticulosamente sus objetos personales. Pero yo incumplía las prohibiciones.
P: De nuevo, como en tantos de sus relatos, un espejo juega un papel determinante: ¿por qué le atrapan tanto? ¿ya ha pasado al otro lado?
R: Un espejo refleja una habitación, con sus puertas y ventanas, pero las puertas y ventanas del espejo, si pudiesen abrirse, conducirían al envés inexistente del universo, a lo imposible, a la disolución, a la nada.
P: ¿Qué cree que encontraría allí?
R: A pesar del ejemplo de Alicia, yo no me atrevería a hacer excursiones al otro lado del espejo.
P: ¿A quién le gustaría encerrar a ese otro lado del espejo?
R: Metafísica aparte, a todos los fundamentalistas políticos, religiosos, culturales, raciales... A los etarras, en primer lugar. Para que, por los siglos de los siglos, estuviesen obligados a enfrentarse solamente con su imagen. Acabo de inventar el infierno.
P: ¿Cómo es la frontera que separa "el país de la vida y el país de la literatura"?
R: Un espacio que siempre hay que cruzar con salvoconducto, con los papeles en regla.
P: ¿Se puede juguetear entre ambos impunemente?
R: Soy partidario de buscar el equilibrio de vida y literatura, que una enriquezca a la otra. Además, no olvido que, aunque digan que el arte puede ser largo, la vida es breve.
P: Escribe: "En el puro decurso de lo cotidiano, nuestros comportamientos pueden alcanzar abismos de mezquindad, cimas de abnegación y mesetas de estupidez que es ahí, en el terreno de la realidad y no en el de la ficción, despliegan todos sus matices"...
R: La grandeza de la literatura, su calidad simbólica, no puede alcanzar la visión de ciertas pequeñeces, demasiado poco literarias. Esas solamente se pueden vivir, sufrir, no leer.
P: ¿Le ha vuelto a llamar "el invisible"? ¿Cree que le gustará su libro?
R: No he vuelto a saber nada de él. Espero que el libro se difunda mucho. ¡Atención, invisibles, leed Los invisibles!
P: Acaba de aparecer un volumen con sus cuentos completos. ¿Existen géneros menores o autores menores?
R: Quienes sólo ven "gran aliento" en las ficciones de muchas páginas, confunden la literatura con el atletismo. Y el tamaño del autor depende de la referencia comparativa: ¿Shakespeare, Dickens, Kafka,...? Otra cosa es la visibilidad.
P: ¿Qué le van más, las distancias cortas o las largas? ¿Y en literatura?
R: En lo personal no me molestan las distancias cortas, pero sin agobio. En el viaje, largo o corto, depende de cada uno hacer del trayecto una aventura significativa. Al escribir, me gusta alternar distancias y registros.
P: ¿Qué relato le dedicaría a Aznar, a Almunia, a Frutos y a Arzalluz?
R: A todos les recomendaría Vuelo nocturno, de Saint-Exupery. Al señor Arzalluz, que lea también a un gran vasco llamado Pío Baroja, a ver si se entera de que se puede ser, a la vez, vasco, español, europeo y universal.
P: ¿Cree, con Muñoz Molina, que miente "quien dice escribir para nadie, quien dice hacerlo sólo para su placer y suplicio"?
R: Si el escritor secreto existe, nunca lo sabremos ni conoceremos su obra. Un tema para un cuento.
P: ¿Es la imaginación el último refugio contra la vulgaridad? ¿Contra la muerte?
R: Antes había miedo a la imaginación, ahora ya está inventada la vacuna: hemos sustituido los sueños por cosas. A más cosas, menos sueños. A más espectáculo, menos imaginación.
P: Ya le ha telefoneado un invisible para contarle su historia, pero ¿se ha cruzado alguna vez con sus personajes de ficción? ¿Y a ese doble que todos podemos tener y que tal vez nos aceche?
R: A veces he tenido extraños vislumbres. Pero de eso es mejor no hablar, "para que no haya nengun d’aquel", como decían en el pueblo de mi abuelo leonés.