Mariss-Jansons

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El Cultural

Mariss Jansons: "En música hay que volcarse, no valen las reservas"

17 mayo, 2000 02:00

Hasta hace poco, Mariss Jansons sólo era conocido por su extraordinario trabajo con la Filarmónica de Oslo, que bajo su mando pasó de ilustre desconocida a figurar en los festivales internacionales, y por su vinculación con la Filarmónica de San Petersburgo. Hace un año que ha tomado posesión como titular de la Sinfónica de Pittsburgh, pero su nombre lo barajaron Boston y Berlín y ahora Nueva York. él, sin embargo, prefiere ir despacio.

-¿Cómo ve la evolución de la música en nuestros días?
-Se está produciendo en ella el mismo fenómeno preocupante que en todas las facetas de la vida: la pérdida de espiritualidad a favor del materialismo y una tecnología que, si bien es necesaria, no es suficiente. El hombre es cerebro, corazón, sentimientos… y todo ello hay que educarlo a través de la belleza. Sin embargo, en casi ningún país se enseña música en las escuelas. No hay apoyo político, y es que la música se ve más como entretenimiento que como cultura.

-¿Echa acaso de menos sus tiempos en aquella Rusia donde el totalitarismo cuidaba la música como oro en paño?
-Es curioso cómo las dictaduras han cuidado las artes. Los políticos rusos de entonces no amaban la música ni frecuentaban los conciertos, pero acertaron a ver las posibilidades de propaganda política que les podía reportar la música. En este sentido, hemos salido perdiendo.

-¿Qué ha notado que haya cambiado de la mítica Filarmónica de Leningrado, de la actual Filarmónica de San Petersburgo?
-Antes era un privilegio pertenecer a la Filarmónica de Leningrado. Había un reconocimiento social y un orgullo en los músicos. Hoy trabajan por sueldos miserables y sólo viven gracias a las giras por el extranjero. Si la orquesta se mantiene artísticamente es por la enorme tradición musical del país y el tesón de personas como Temirkanov o Gergiev.

-¿No cree que ustedes mismos, los directores consagrados, dan poco ejemplo al dedicarse sólo a las grandes orquestas?
-Es difícil saber qué es lo más adecuado, si hacer música estupenda con una orquesta estupenda o ayudar a sacar lo mejor de una orquesta mediana. El problema es que, hay que reconocerlo, resulta muy gratificante la gran orquesta y, además, dota de prestigio el dirigirla.

-¿Qué considera lo más importante en un concierto?
-Sin duda que deje huella, que el espectador note que algo está sucediendo, que se impresione. Yo intento huir de la rutina, que es el mayor pecado de la música en nuestros días. Para mí es necesario volcarse en cada ocasión y no valen las reservas.

Revolución en las orquestas

-En los últimos tiempos hay una revolución en el mundo de las orquestas y se buscan titulares por doquier. Su nombre se barajó en Berlín, Boston y Nueva York… ¿Cree que son los músicos quienes sugieren estos nombres, o son los todopoderosos agentes?
-No podría contestarle que exista una influencia directa o indirecta de los agentes en el nombramiento de titulares, porque le tendría que especificar algún caso y no tengo pruebas de ninguno. Lo que tampoco quiere decir que no piense que puedan existir influencias. La música se ha convertido en un negocio. El prototipo de agente como Alfonso Aijón, una persona entregada por completo a la música, que la conoce y la ama, ha pasado desafortunadamente a la historia. En España, ya que hablamos de Aijón, tienen la suerte de ser, con Japón, los únicos países del mundo en los que aún se construyen auditorios.

-Pero no sólo es cuestión de construirlos y hacerse la foto inaugurándolos, hay que dotarles de contenido y eso es lo que hoy parece no interesar. Si no se introduce la música en los niños, ¿qué futuro espera a los conciertos?
-En los conciertos de todo el mundo se ve poca gente joven, pero quiero creer que siempre habrá un público. En Pittsburgh desarrollamos muchos programas para mantener una ocupación del 85% en una sala de 2.700 localidades, lo que es mucho para una ciudad de poco más de dos millones de habitantes. Nosotros mismos realizamos en las escuelas la labor que no hace el Estado.

-Hubo un periodo en que usted grabó muchos discos. Ahora la cosa no está tan fácil…
-Efectivamente. Se venden pocos discos y se graban menos. Y es que, para qué vamos a engañarnos, no tiene sentido volver a grabar vez tras vez las mismas obras. Quien tenga una sinfonía de Beethoven por Furtwängler o Karajan, ¿qué necesidad tiene de comprar otra? Y el repertorio moderno no sirve, porque las casas discográficas quieren recuperar su inversión en dos años y eso es imposible. Aún así tengo varios proyectos, entre ellos añadir a Pittsburgh a mi ciclo Shostakovich.

Ausencia de la ópera

-Casi nos hemos enterado de que usted dirige también ópera porque leímos en los periódicos de su infarto cuando dirigía La Bohème. ¿No le interesa la ópera?
-¡Cómo no me va a interesar! Lo que sucede es que la ópera requiere tres semanas y ¿de dónde las puedo sacar? Tengo un compromiso de diez semanas en Pittsburgh, dirijo cada año en Berlín, Viena, Nueva York, Amsterdam y Londres, y, de momento, sigo en Oslo.

-¿Cuál es su mayor preocupación musical y personal?
-Musicalmente me preocupa la autenticidad, que el público sepa distinguir lo bueno de lo malo. Que no caiga en construir dioses a partir de mediocridades. Personalmente, algo cambia cuando uno se ha debatido entre la vida y la muerte. Aunque me queda una gran cantidad de adrenalina, tengo mayor profundidad en mis miras e interpretaciones y una sola obsesión: ir cada vez a más. Despacio, pero cada día a mejor.