El Cultural

Ignacio Martínez de Pisón

"Stevenson tiene todas las de perder al lado de los pokemon"

15 noviembre, 2000 01:00

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha vuelto a patear los contornos de su territorio más querido: la infancia. Esta vez, sin embargo, no circula por Carreteras secundarias, sino que viaja, en primera, de la mano de María bonita (Anagrama), una niña que se asfixia en una ciudad dormitorio de Madrid y que sueña con otra familia, con otros mundos, con otra vida. Una vida sin mentiras ni miserias. Y se sueña feliz.

Pregunta: ¿La infancia es el paraíso perdido?
Respuesta: La infancia es más bien triste y aburrida pero, por algún raro mecanismo de la memoria, lo que recordamos de ella es lo que tuvo de alegre y divertida.
P: ¿Qué le recomendaría a un niño del 2000 que no sabe si elegir un libro o pokémon?
R: Le recomendaría, por ejemplo, La isla del tesoro. Se lo recomendaría sabiendo que Stevenson tiene todas las de perder al lado de pokémon.
P: ¿Cuáles eran sus lecturas infantiles?
R: La más importante, los libros de Tintín, que en aquella época debían de parecer tan poco provechosos como hoy nos parecen los dibujos de pokémon. Luego pasé a las novelas de misterio y de aventuras y finalmente, casi sin darme cuenta, me encontré convertido en un apasionado de la literatura.
P: Cuando despertó ¿la realidad estaba allí?
R: Cuando desperté, me volví a dormir.
P: ¿Existe algún atajo para evitar el dolor?
R: ¿Qué sería del placer sin dolor?
P: ¿De qué le gustaría huir?
R: De la cursilería, de la lágrima fácil, de los excesos retóricos, de los políticos que abusan de la palabra utopía, de los escritores que escriben sólo por vanidad, de los que creen que una novela puede arreglar el mundo...
P: ¿Ha circulado por demasiadas carreteras secundarias?
R: Llevo toda mi vida circulando por España, que es un país de carreteras secundarias, una enorme ciudad de provincias, más próxima a la de la película Calle mayor que a cualquiera de las de Woody Allen. Ahí reside gran parte de su encanto.
P: ¿Qué cree que le espera al final?
R: Rodar y rodar, como dice la canción.
P: ¿Por qué Estoril, por qué Don Juan?
R: Durante todo el siglo XX, los novelistas españoles estaban como obligados a tratar el "problema de España". Ahora que por fin nos hemos liberado de tan alta responsabilidad, tiene su gracia recuperar irónicamente algún episodio de nuestra historia: a eso es a lo que aspiraba en el episodio de Estoril de María bonita.
P: Después de tantos años, ¿cómo recuerda hoy la transición?
R: Como la época en la que todavía creíamos en lo que nos decían los políticos.
P: ¿Ha terminado?
R: El único rincón de España en el que la transición no ha concluido es el País Vasco. Allí concluirá el día en que tengan un lehendakari del PP que hable en euskera.
P: Al final, la protagonista se siente responsable de todo. ¿Cómo superar el sentimiento de culpa?
R: Los de mi generación, que tuvimos una educación religiosa, difícilmente podremos superarlo: una religión sin culpables parece inimagi-
nable. La generación de mis hijos, por suerte, no tendrá que cargar con ese lastre tan poco original que es el pecado original.
P: ¿Qué cambiaría si pudieramos elegir a nuestros padres?
R: Supongo que nada.
P: ¿Y nuestras vidas?
R: Supongo que todo.
P: ¿Qué cambiaría de la suya?
R: Muchas cosas de mí mismo y pocas de quienes me rodean.
P: Si transformamos nuestro paisaje vital, ¿cambiamos de vida?
R: Cada vez que uno viaja, se convierte en otra persona.
P: Su relato es una historia de aprendizaje, pero ¿se aprende a vivir?
R: Llevo toda la vida aprendiendo. El día que deje de aprender supongo que habrá empezado la vejez.
P: ¿Con qué precio?
R: El único precio es la pérdida de la inocencia, pero acaso la inocencia sea una de esas pocas cosas que hay que perder cuanto antes.
P: ¿Qué fantasmas esconde en su armario Ignacio Martínez de Pisón?
R: Los secretos que uno guarda son los que acaban saliendo en las novelas. A lo mejor, los que escribimos novelas lo hacemos para averiguar nuestros propios secretos.
P: ¿Cómo es un día normal en su vida?
R: Corto, cortísimo. Cuando me llega la hora de acostarme, me doy cuenta de la cantidad de cosas que podría haber hecho y no he hecho.
P: ¿Qué está leyendo ahora?
R: Varios libros a la vez: el último de Vila-Matas, Desde la ciudad nerviosa, el último de la serie Montalbano de Andrea Camilleri, Una cita con Borges de José María Conget... También otros que me gustan menos y prefiero no citar.
P: ¿A qué clásico regresa siempre y por qué?
R: A la trilogía de La guerra carlista, de Valle-Inclán. Lo leí por primera vez en la adolescencia, y cada vez que lo releo me vuelvo a sentir como el adolescente impresionable que entonces era.
P: ¿Cómo sería el plano de su ciudad secreta?
R: Tendría marcados con rotulador los lugares en los que alguna vez disfruté de una buena conversación.
P: ¿Escribe para no estar solo, para que le quieran, para...?
R: Escribo para no aburrirme y no aburrir.
P: ¿Le importa el hipotético, hipócrita lector?
R: Me importa mucho. El problema es que no sé quién es y al final acabo escribiendo para mí mismo, que es algo que siempre he reprochado a otros escritores.
P: ¿Y el crítico?
R: Yo, hablando de libros, sólo me fío de la opinión de unos pocos amigos. Un crítico tendría que ser algo así, un amigo cuyos gustos conoces y del que, por eso, te puedes fiar cuando te aconseja o desaconseja un libro.
P: ¿Y el editor?
R: El editor te importa cuando no lo tienes.