Image: Rosa Montero

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El Cultural

Rosa Montero

“La vida es como el cubo de Rubik, complicada, a veces desesperante”

28 febrero, 2001 01:00

Sólo los iniciados conocen el país de la Reina Blanca, donde uno vende y se vende por por un sueño menos, por una dosis más... Es el territorio de El corazón del Tártaro (Espasa), la última novela, de intriga y pasiones, de Rosa Montero, que también acaba de publicar una antología de relatos sobre mujeres infieles.

Pregunta: La protagonista de la novela es una editora de pasado más que turbio: ¿es un retrato o una venganza?
Respuesta: Ni una cosa ni la otra. Es un viaje por una realidad extrema. Una de las cosas que más me gusta del oficio de escribir novelas es que te posibilita vivir otras vidas.
P: ¿Qué tienen que ver la vida y el cubo de Rubik, una de las claves de su relato?
R: Que son dos juegos complicados, a veces desesperantes y a menudo irresolubles.
P: ¿Así que "despojados de todo, somos geometría"?
R: La vida, la materia, todo se reduce a un entramado básico de cristales y líneas.
P: ¿"La infancia es el espacio que habitas el resto de tu vida"?
R: En cada infancia creamos el mundo. Y en ese mundo personal y particular vivimos encerrados, y a menudo condenados, el resto de nuestra vida. Madurar consiste en salir de ese encierro y volver a dibujar el paisaje de la realidad.
P: Zarza está acostumbrada a no sentir, a no contar nada. ¿Usted cuenta demasiado...?
R: La verdad es que no. Tengo una apariencia espontánea y abierta, pero luego soy bastante reservada.
P: ¿Y de sí misma, a través de sus relatos?
R: No me gusta la narrativa testimonial. Como dije antes, al escribir prefiero vivir otras vidas. Pero las novelas siempre tienen algo que ver con el escritor; no biográficamente, sino simbólicamente. Son como los sueños: al durmiente le pueden parecer argumentalmente disparatados, pero son una expresión, a veces muy oscura, de su subconsciente.
P: ¿Escribe para no estar sola, para entender el mundo?
R: Sobre todo, para saber, para aprender, para entender. Y porque no sé vivir sin hacerlo.
P: Sí, pero ¿le resulta sencillo "apropiarse de la memoria ajena y escapar de la propia"?
R: La memoria propia es una construcción, un invento, y a menudo echa mano de elementos ajenos.
P: Como ella, ¿también tiene "recuerdos que hieren como la bala de un suicida"? ¿Son tan terribles?
R: Por fortuna, creo que no tengo recuerdos tan devastadores. Pero en el fondo de mí misma puedo intuir lo que es la desolación y el horror absoluto. Supongo que todos los humanos nos hemos asomado alguna vez al infierno.
P: El final de la novela es abierto: ¿es posible reinventarse a uno mismo?
R: Yo soy optimista y creo en la maravillosa capacidad de superación del ser humano y en la belleza de la vida. El corazón del Tártaro nos dice que la vida puede ser un infierno, pero que del infierno se puede salir, aunque sea mutilado.
P: ¿Hasta qué punto nuestras mezquindades están justificadas por la desgracia?
R: Hasta ningún punto. La desgracia puede explicarnos, pero no justificarnos. Creo que siempre se puede conservar la dignidad
P: Como escritora y con sus personajes ¿se siente "en el centro puntual de la maraña/Dios, la araña"?
R: Es una imagen terrible, pero quizá certera. Aunque creo que soy más compasiva que ese dios arácnido.
P: Explica en el libro que solemos confundir bondad e idiotez, que la vida es como ir por territorio enemigo... ¿es pesimista o realista?
R: Soy realista y a la vez optimista, o, por lo menos, voluntarista. Además, esas dos opiniones no son mías, sino de personajes del libro.
P: Como Zarza, ¿también usted prefiere el segundo final de El Caballero de la Rosa?
R: Por supuesto, porque permite la vida. Aunque se paga un precio elevado.
P: ¿Sabe el traidor que es traidor?
R: La inmensa mayoría de los traidores llegan a justificar lo injustificable para creerse estupendos.
P: ¿Qué es, dónde está, el corazón del Tártaro?
R: En el interior de todos nosotros. Es la posibilidad del dolor, la desgracia que acecha, la propia perdición.
P: ¿Qué hace con su miedo?
R: Intento asumirlo. Es decir, ponerle palabras, entenderlo. Y, además, siempre pienso que la vida también es maravillosa, que te da fuerzas insospechadas cuando más lo necesitas, que está llena de milagros.
P: También ha editado una antología de relatos sobre mujeres infieles. ¿La pasión lo justifica todo o es un espejismo?
R: La pasión es una mentira. Dulcísima, pero mentira.
P: Hablando de infidelidades, ¿no le dicen nada en su casa (Prisa/ Alfaguara) por irse con otra (Espasa)?
R: En primer lugar, la gente de Prisa es abierta, profesional y tolerante. Y, en segundo, resulta que no he publicado ni una sola de mis ocho novelas con ellos. De modo que lo sorprendente (e infiel para mis editores habituales) sería publicar una novela con Alfaguara.
P: ¿Qué ha descubierto con sus últimos libros que no sabía que sabía?
R: Con el libro de relatos nada, porque aprendes escribiendo y en ese volumen sólo he hecho un breve prólogo. Con la novela muchas cosas, pero son demasiado íntimas para revelarlas aquí.
P: Su padre fue banderillero: ¿recuerda alguna tarde especial?
R: Recuerdo cuando toreaba en Madrid (se retiró cuando yo tenía cinco años, así es que son recuerdos muy antiguos). Se vestía en casa de mi abuela; entraba en el baño vestido de señor normal y salía de Dios, todo lleno de brillos. Luego le esperábamos rezando el rosario. Volvía con la pechera manchada de sangre seca de toro.
P: ¿Cuál ha sido su mejor faena?
R: Haber conseguido dejar de fumar.
P: Si cada novela te lleva a la siguiente, ¿qué está preparando?
R: Un libro híbrido entre autobiografía y ensayo literario. Y además tengo pendiente una novela medieval en la que llevo trabajando varios años y que se me ha colado en parte en El corazón del Tártaro.