El Cultural

Belén Gopegui

"Carmen Martín Gaite me enseño a decir que no"

21 marzo, 2001 01:00

Sin estridencias ni concesiones, Belén Gopegui (Madrid, 1963) está empeñada en seguir creciendo como escritora.Su última novela, Lo real (Anagrama), sobre la esclavitud del trabajo, la ambición y la imposible dignidad, confirma cuánto. Eso sí: absténganse los amantes de lo intrascendente y facilón. Gopegui puede hacerles pensar.

Pregunta: ¿Lo real es una
novela sobre la identidad, sobre la moral y la justicia?
Respuesta: Es una novela sobre personas concretas en situaciones concretas, y algunas de
esas situaciones quizá susciten preguntas sobre la relación entre los valores, preguntas de la clase: ¿es posible la paz sin la justicia? ¿donde no hay libertad puede haber comportamientos morales?
P: ¿Qué la diferencia y qué la relaciona con sus anteriores libros? ¿Qué supone en su trayectoria?
R: A veces pienso que La escala de los mapas y Tocarnos la cara son libros escritos sobre todo para personas que leen, que se acercan a la literatura como un mundo separado de la realidad, y que La conquista del aire es una novela escrita sobre todo para personas que viven y que buscan en los libros instancias semejantes a las de la vida. Me gusta pensar que Lo real es una novela para personas que leen y viven, por así decir, para personas que pueden servirse de aquello que permite que la literatura mantenga una relación dialéctica con la vida.
P: ¿Por qué "no pueden nacer héroes en unos años como los nuestros"?
R: Esta es una frase de la narradora de mi novela, yo no suscribiría todo lo que ella dice. En este caso, tanto mi narradora como yo entendemos que los héroes no nacen el día que vienen al mundo sino el día en que empiezan a realizar hazañas. Irene Arce utiliza la expresión héroe en su acepción más común, esto es, con un componente épico. La épica, en última instancia, exige la batalla, la contienda entre dos colectividades pero, para que una batalla sea tal, según opinaría mi narradora, ambos bandos deben tener alguna posibilidad de ganar.
P: ¿Por qué interviene en su novela, a la manera de los clásicos, el coro?
R: He oído tanto a mis colegas decir que no saben para quién escriben o bien que escriben para ellos mismos o para un lector imaginario, etcétera, que, bueno, creo que tenía ganas de ver la cara, de oír la voz, de los lectores y lectoras posibles. Pues al menos sí sé que no escribo para el coro de los convencidos y convencidas, sino para el de los reticentes.
P: ¿Resulta complicado "doblar el último recodo" y descubrir una verdad general?
R: Suele resultar inconveniente. En las medias verdades, en el
relativismo, en la subjetividad, no hay lugar para el conflicto, para lo mejor y lo peor; en las verdades generales sí existe ese lugar.
P: ¿Cuál es la más aterradora que ha descubierto?
R: Aterrador me parece un adjetivo excesivo, digamos que una de las verdades más difíciles, a pequeña escala, consiste en darse cuenta de que los ricos no son ricos, sino que están ricos, y lo están a costa de otros.
P: ¿En qué consiste "la dulce trampa de la dignidad"?
R: Esta expresión pertenece al coro, quien pone en entredicho la ilusión de que es posible mantener un interior puro o incontaminado mientras un agua sucia cubre las calles, mancha los zapatos. La dulce trampa tiene que ver con la idea de que así como para ser justo o para ser valiente hay que serlo en actos concretos, actos que nos ponen en relación con los demás, parece que ser digno es algo intrínseco a las personas. En mi opinión las personas no son ni dignas ni justas ni valientes, sino que se hacen en relación con las demás personas.
P: ¿Cuándo, cómo daña la dignidad?
R: Hay, por ejemplo, una gran sabiduría en las expresiones del tipo: se enfadó y se fue "muy digno". ¿De qué sirve irse "muy digno"? O uno se queda y resuelve el motivo del enfado, o se va dispuesto a poner en pie un enfrentamiento, o se va triste. Irse "muy digno" quiere decir que uno resuelve el enfado en un lugar falso, en su interior, en la idea que uno tiene de uno mismo.
P: Edmundo no intenta ser señor pero sí dejar de
ser criado: ¿es posible, o estamos atrapados sin salida?
R: Mientras el mundo esté dividido en amos y criados, no parece que sea posible.
P: En uno de sus libros escogió un protagonista muy complejo, el dinero y cómo transforma las vidas y las relaciones de tres amigos. ¿Qué importancia tiene en su vida?
R: Mucha, escribí la novela entre otras cosas para averiguar hasta qué punto en nuestras sociedades podían ser ciertas frases del tipo: el dinero es lo de menos, el dinero da igual. Casi nunca lo son.
P: ¿Por qué exigió que cambiasen el título de la adaptación cinematográfica de La conquista del aire?
R: Lo exigí en el momento
de firmar el contrato, sin haber visto la película. Lo hice porque creo que no es posible contar lo mismo de dos maneras distintas. Como dice Edmundo, la materia no está separada de la forma, la materia se aparece bajo una forma u otra, y es un árbol, o un caballo o un poco de agua.
P: ¿Le gustó la película?
R: Sí. Partiendo de la idea de que son géneros distintos y de que no cuentan exactamente la misma historia, entiendo que recoge de manera suficiente el conflicto de la novela -cómo el ascenso social de los personajes principales se lleva por delante a otros peor situados. Me parece una película interesante y que se aparta de algunos tópicos presentes en el cine español.
P: Escribió el prólogo del libro póstumo de Carmen Martín Gaite: ¿cuál cree que hubiera sido el final de haber podido terminarlo?
R: En el prólogo se cuentan algunas indicaciones muy someras que ella había hecho sobre el final. En todo caso creo que habría sido un gran final para un gran libro.
P: En este tiempo sin maestros, ¿lo fue ella para usted? ¿qué fue lo mejor que le enseñó?
R: Sí lo fue. Me enseñó el rigor y también me enseñó a decir que no. Lo malo es que no son cosas que se aprendan para siempre, no pasan ni tres meses sin que te veas en la situación de tener que elegir entre un sí que busca las prebendas y un no que a veces no sabes lo que busca.