Juan Marsé: "La felicidad, hoy por hoy, es mantenerse lejos del bigote"
Juan Marsé, por Gusi Bejer
En 1970 Juan Marsé (Barcelona, 1933) escribió, por encargo de Carlos Barral, un par de libros dedicados a analizar los años 30 y 40 (de las otras décadas se harían cargo Gimferrer, Vázquez Montalbán, Gala...). El suyo fue un análisis con mucho de recuerdo personal, y con mucho cine. Ahora, Marsé recupera aquellos dos libros con el título de uno de ellos, La gran desilusión (Seix Barral), un cocktail nostálgico y cinéfilo que salva ciertas cosas por algún tiempo, porque como él mismo dice, “¿o se cree usted que es-ta mierda de mundo va a durar eternamente?
Pregunta: Este, dice, es un libro de recuerdos. Ahora lo son también del momento en que los escribió... ¿Qué sensación ha tenido al volver a prepararlo?
Respuesta: La de que yo no escribí eso. Y del implacable paso del tiempo. Paro-diando a Borges, el tiempo es un tigre que me devora, pero ese tigre soy yo.
P: Escribir La gran desilusión le ayudó con el manuscrito de Si te dicen que caí. ¿No existiría el uno sin el otro?
R: Nunca lo sabré. Del mismo modo, nunca sabré si Rabos de lagartija existiría sin la fascinación que en la infancia sentía yo por los Spitfire y los pilotos de la raf. A menudo la semilla de una novela queda enterrada bajo toneladas de erudición y sesudas teorías literarias.
P: ¿En qué se parece la tarea del cronista a la del novelista?
R: En casi nada. En una crónica hay que llamar a las cosas por su nombre. En una novela, cuando es buena, las cosas aparecen y se manifiestan allí donde no se nombran.
P: ¿En qué notó la desaparición de la censura a la hora no ya de publicar, sino de escribir?
R: Siendo redactor jefe de Por Favor, al escribir un retrato irónico de Juan Antonio Samaranch, tuve la sensación de pisar un territorio virgen... y todavía peligroso.
P: La Esfera de comienzos de siglo tenía una sección titulada “Así viven los felices”. ¿Cómo eran los felices en los 30?
R: Yo diría que la gente feliz lo es de forma parecida en cualquier época. Tolstoi ya lo constató en los matrimonios felices. En los años 30 la mujer se hizo aventurera, deportista, aviadora, buscó la felicidad por su cuenta. Salud, dinero y amor. Ayer como hoy y como mañana.
P: ¿Y en los 40?
R: En España, una vuelta atrás y años de penitencia. Fueron felices, supongo, los ricos y depredadores amparados por el Régimen, los Julio Muñoz Ramonet y sus queridas, los obispos y los ministros y secretarios generales del Movimiento y de la fet, las jons y de los Grandes Expresos Europeos, que decía Agustín de Foxá, un vencedor feliz de prosa babosa, como la de todos los vencedores.
P: ¿Y hoy?
R: Una forma de felicidad, hoy por hoy, es mantenerse lejos del bigote.
P: Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. ¿Hubo algún bien tras Franco que no hubiera llegado sin él?
R: Tomarse unos vinos en la calle Robadors un sábado sabadete y luego pillar unas purgaciones en “El Jardín”, en el barrio chino, con 17 años, en plena dictadura franquista, era una forma de transgresión que dejaba buen sabor de boca.
P: ¿Quiénes son los Bonnie y Clyde de nuestros días?
R: Ciertos financieros, los consejeros de Bush para la destru-construcción de Iraq, ciertos purpurados, los productores de telebasura, la Fundación Franco, ciertos banqueros, etc.
P: ¿Cuál es su diálogo cinematográfico favorito?
R: En Pasión de los fuertes, de John Ford, el sheriff Wyatt Earp (Henry Fonda) que sufre mal de amores, conversa con el barman del Saloon: “Jim, ¿tú has estado enamorado alguna vez?”. “No”, responde el hombre con indiferencia y sin dejar de fregar vasos; “yo he sido camarero toda mi vida”.
P: ¿Para qué sobrevolaría el Atlántico en solitario?
R: Para olvidar la cantidad de estupideces que sueltan los radioyentes en las tertulias radiofónicas de este país. Es muy deprimente. Y porque sí, por unos
versos de Yeats: “Un solitario impulso de placer/me atrajo a este tumulto en las nubes”.
P: ¿A qué película le hubiera gustado que se pareciese su vida?
R: A El ladrón de Bagdad, versión 1939, con las aventuras de Sabú. O a Cantando bajo la lluvia, una película donde refugiarse y vivir en ella. O El río, de Jean Renoir. Soy uno de los niños que silban en homenaje a don Pietro cuando le fusilan en Roma, ciudad abierta.
P: ¿Y a qué novela?
R: A Guerra y paz.
P: ¿Y a cuál se va pareciendo?
R: Me temo que a Sentiments i centimets, la gran novela en catalán que todavía no he escrito.
P: Espriu le dio un consejo literario extraño: “Cásese”. ¿Qué consejo le daría usted a un joven escritor?
R: Pensándolo ahora, el consejo de Espriu no me parece tan extraño. Nunca confió en mis posibilidades como escritor. Pensaría que, una vez casado, se me pasaría esa manía. A un joven escritor le diría: lee mucho y escribe mucho.
P: Dice que La isla del tesoro le hizo ser escritor. ¿Y encontró el tesoro?
R: El único tesoro que el escritor puede encontrar está en su propio trabajo.
P: ¿Qué recuerda más cuando recuerda?
R: Muchas cosas que no me han pasado, que estuve a punto de hacer y no hice. Y las recuerdo con detalle, porque la memoria las ha ido perfilando e iluminando. Son cosas que me habrían hecho feliz -eso creo- de haberlas realizado. No estoy hablando de soñar ni de fantasear. Estoy hablando de la imaginación.