Javier Rojo
Sin título, 2003
En su individual de hace tres años en este mismo espacio, el segoviano Javier Rojo (1954) mostraba su complicidad con la línea y la mancha color antracita en trazos que acumulaban pulso y memoria de la visión exterior para composiciones de intuición lírica. El dibujo y la huella eran los protagonistas en la construcción de vistas congeladas. De eso queda la voluntad poética, agudizada, y la articulación de un lenguaje propio que se vuelve más elocuente precisamente al acercarse al silencio. Presente pero borroso está el paisaje y queda rastro de las líneas que daban vida a los juncales y bosquecillos de antes, pero apenas son ya una referencia caligráfica, un deslizamiento desde la llanura del lienzo. Estos nuevos óleos de Rojo son algo así como la predicación de un meditador distraído sobre la variación de las fronteras pictóricas, y la primera en la que sitúan estas obras está en el área donde se rozan abstracción y construcción de paisajes suspendidos. En torno al silencio y la luz de lo pálido, lo claro, lo vacío y muchas de las innumerables maneras, derivaciones y matices que de lo blanco existen, edifica el pintor estas Estructuras líquidas, buscando, por ejemplo, un gris tan deslucido que se disuelva en un alba brillante en cuyo centro salpica una mancha más mate. En definitiva, pintura que encuentra el difícil camino de la expresión de sí misma, mostrándose en su fragilidad y contradicción. abel h. pozuelo