20061116-83

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El Cultural

Julião Sarmento, corpus interruptus

16 noviembre, 2006 01:00

Julião Sarmento. Withholding

Comisario: James Lingwood. Fundación Marcelino Botín. Marcelino Sanz de Sautuola, 3. Santander. Hasta el 7 de enero

El gran anhelo del Barroco, y al mismo tiempo su mayor fracaso, fue hacer visible lo invisible. Mostrar en la pintura una visibilidad, espiritual, que se sitúa más allá de la percepción humana y a la que sólo podemos llegar mediante la fe. Intentó lograr ese fin mediante lo que Christine Buci-Glucksman ha llamado “la locura de ver”; el exceso de formas visuales, luces, efectos de trampantojo, que desbordaban la visión del individuo del XVII. Desde entonces, hacer ver lo invisible, producir visibilidad mediante la imagen, ha sido una de las constantes del arte.

Paradójicamente, Julião Sarmento persigue el mismo objetivo desde una estrategia totalmente opuesta. Lo suyo es la escasez de formas. El trazo pobre realizado al grafito, a veces un simple esbozo, sobre una superficie monocroma, pero de gran riqueza matérica: grumos, capas más o menos gruesas de pintura, burbujas que han reventado. En la mayoría de los casos, además, el dibujo ocupa una pequeña parte del cuadro, dejando un gran espacio ¿vacío? a su alrededor que exige del observador no ya completar la historia de lo que allí ocurre, sino completar la obra misma. “El tema es lo que no está” ha afirmado en alguna ocasión. Pero en ese juego de presencia esbozada y ausencia palpable, la segunda gana por goleada.

De ahí el título elegido para la exposición, Withholding, que el diccionario define como la negativa a dar algo que es debido o la represión de una emoción. La característica común a las treinta y ocho obras expuestas es justamente la negación. Las piezas se centran en la figura femenina, pero una figura que nunca es dada del todo, salvo en el vídeo Parasite, 2003, en el que una modelo se desnuda, asumiendo los estereotipos del erotismo como espectáculo, para luego, repitiendo los mismos movimientos a la inversa, volver a ponerse la ropa y desaparecer. En las piezas escultóricas los cuerpos, realizados en fibra de vidrio, siempre a tamaño natural, con una prenda de vestir negra, están seccionados de forma que su no compleción resulte manifiesta. Lo mismo que en las pinturas. Siempre el trazo de grafito y el negro sobre una base que no llega a ser blanca.

Sólo la mujer del vídeo, la que realiza ese acto simétrico, con el Romeo y Julieta de Berlioz como absurdo fondo sonoro, aparece completa, en su vestimenta y en su desnudez, y además, vestida con una camisa blanca. El vídeo tiene una cierta violencia reprimida, la mirada desafiante hacia el observador, lo inhóspito del espacio, blanco con paredes desnudas. En las pinturas tiene una manifestación algo más explícita: manos que se hunden como garfios en la carne, hilos que sujetan el cuerpo incompleto, diríase que impidiéndole el desplazamiento, sujetándolos al espacio de la representación, cuando no se trata directamente de un cuchillo dirigido hacia el sexo, bajo el irónico título de Compleción más que una interrupción.

Sí, definitivamente, el tema, lo que no está, es la violencia; una violencia dirigida hacia la mujer. Fría, bordeando la psicosis, siempre anónima. No hay sujeto ni objeto. La mano que se hunde en la carne es tan sólo eso: una mano. El cuerpo sobre el que la acción es ejercida es siempre un fragmento. La violencia no es nadie y somos todos.