El Cultural

Adela Cortina

“La fe no se puede exigir, ser un buen ciudadano sí”

19 abril, 2007 02:00

Adela Cortina, por Gusi Bejer

El verdadero coraje contemporáneo es la compasión. Lo dice Adela Cortina (Valencia, 1947), que hoy recibe en Gijón el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007 por Ética de la razón cordial (Nobel), un libro en el que traza las líneas maestras de su pensamiento y pone cara a cara con la actualidad a pensadores como Habermas, Kant, Pascal o Marcuse.

Pregunta: Si en el principio fue la palabra (o la acción, según Goethe), ¿con cuál arrancaría esta entrevista?
Respuesta: "Cordura", que es un injerto de la prudencia en el corazón de la justicia. Creo que es lo que nos falta para llevar una vida feliz.
P: ¿Puede haber dentro de esa cordura una educación para la ciudadanía?
R: Debe haberla, si queremos tener ciudadanos, y no vasallos o esclavos, si queremos contar con gentes que sean protagonistas de sus vidas, en solidaridad con los que son sus iguales. El ciudadano no nace, se hace.
P: Entonces, ¿cree que hay motivos para la polémica?
R: Para la polémica ideológica, tal como ha quedado la asignatura en el decreto de mínimos, a mi juicio, no. Para discutir sobre si los contenidos son atractivos, si su distribución a lo largo de los cursos es adecuada, claro que sí. Pero eso no parece que interese a nadie, todos están en otra cosa.
P: ¿Qué le diría al Gobierno socialista en esta materia?
R: Que sería mejor concentrar los contenidos en una asignatura en 4º de la ESO, cuando los alumnos son más maduros, y darle al menos dos horas semanales, en vez de repartirla en cursos inferiores con una horita semanal, que no va a ningún sitio.
P: ¿Y al PP?
R: Que cualquier padre puede estar de acuerdo en que a su hijo se le eduque en la autonomía y la solidaridad. La clave después son los libros de texto y los profesores en esa asignatura y en todas las demás.
P: ¿Qué da la educación para la ciudadanía que no dé la religión?
R: Son cosas diferentes. La opción de fe es personal, y por eso a ella se puede invitar, no se puede exigir. Sin embargo, a todos los que viven en una comunidad política se les puede exigir que sean buenos ciudadanos.
P: ¿Existe "vida ética" fuera de la religión?
R: La vida ética tiene que ver con la justicia y la libertad, con la solidaridad, la felicidad y el compromiso. Claro que puede haber vida ética fuera de la religión, pero al creyente le viene en la propia entraña de su fe.
P: ¿Cuál es la mayor inmoralidad a la que nos enfrentamos hoy?
P: Que casi nadie se atreve a decir lo que piensa, y por eso mismo tampoco casi ninguno se cree lo que dicen los demás. Y en el ámbito global, la pobreza, el hambre y las tiranías.
P: ¿Puede la ética justificar algún tipo de guerra?
R: Sólo las que se enfrentan a la violencia estructural, a la destrucción inmisericorde de los pobres, cuando se han ensayado todos los medios pacíficos y lo único que se busca es crear una situación justa.
P: ¿Es el terrorismo la máxima expresión de esta inmoralidad?
R: Por lo menos, una de las mayores. Y no sólo el terrorismo de Al Qaeda, que por supuesto, sino el que se ejerce en países democráticos, cuando hay que lograr los propios objetivos convenciendo con razones, no quitando vidas ni privando a otros de la libertad.
P: ¿Alguien que lo ejerce o lo justifica estaría éticamente enfermo?
R: No tiene corazón, y ésa es una enfermedad letal.
P: ¿Se puede globalizar la ética?
R: Se debe. Si otro mundo es necesario, y no sólo posible, porque el que tenemos no está a la altura de los seres humanos, el proceso de globalización debería orientarse desde la ética.
P: ¿Es la ética un patrimonio exclusivo del ser humano?
R: Por supuesto. Es el ser humano el que no tiene más remedio que justificar sus elecciones y responder de ellas, como bien señalaron Zubiri y Aranguren. Es el único que es inevitablemente libre.
P: ¿Hay derechos fuera de lo humano entonces?
R: Destruir a un ser valioso o dañar a uno que tiene capacidad de sufrir es impresentable, aunque ese ser no tenga derechos. No hace falta atribuir derechos a un ser para reconocer que no se le debe dañar.
P: ¿Es verdad que el dinero puede mover montañas… de inmoralidad?
R: No sólo el dinero: la erótica del poder y el desvelo por el prestigio también hacen lo suyo.
P: Hágale al ciudadano medio un menú degustación con los valores que considere imprescindibles.
R: Empezaríamos degustando el buen sabor de la libertad, propia y ajena, seguiríamos paladeando la solidaridad, el gozo de ser con otros desde el respeto mutuo y la compasión, y para postre serviríamos justicia, que en realidad ya estaba anunciada desde el comienzo. Una buena siesta nos pondría en bandeja la felicidad. Y no necesitaríamos para nada bicarbonato.
P: Por último, ¿cómo le definiría a Kant nuestra época para que pudiese entenderla?
R: Como una época extraña, en la que todos dicen estar de vuelta de la Modernidad, y, sin embargo, siguen añorando ese ideal kantiano de un Reino de los Fines, en que cada ser humano sea respetado en su dignidad, siguen soñando con una paz duradera y con una cosmópolis, con una ciudad mundial donde cada persona se sienta y sepa en su casa. Ahora hay más medios para lograrlo que cuando él escribió, y es cosa de seguir poniendo manos a la obra.