'Collage' de Rubén Vique

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Letras

Viajes imposibles (3): La saga de Erik el Rojo. Viajamos con los vikingos de la Edad Media

Hablamos del siglo XIII y de una región geográfica, Islandia, donde la tecnología no había avanzado aún como en el resto de Europa.

23 julio, 2024 02:00

Nos vamos hoy a las inhóspitas tierras del Norte, a esos reinos de frío y tinieblas, gobernadas por la luz de sus aguas y la oscuridad de sus cielos, tapizados con los espectros vaporosos de las auroras boreales. ¿Quién iba a dejar de creer en lo sobrenatural antes de que se descubriese el campo magnético de la Tierra y sus efectos en la ionosfera? ¿Quién podía dudar de los dioses a la vista de aquellos espectáculos celestes?

En este viaje, lo primero es entender la luz y también, sobre todo, su ausencia. Hablamos del siglo XIII y de una región geográfica, Islandia, donde la tecnología no había avanzado aún como en el resto de Europa. Hablamos de un lugar donde, durante buena parte del año, el sol no ilumina más que tres o cuatro horas.

El resto del tiempo, las personas deben vivir en la oscuridad, temiendo a las fieras, y alumbrados solamente por pequeñas hogueras, las estrellas, y esas magníficas proyecciones de los dioses, que representan sus aventuras ante los mortales desde un cielo incandescente. O espectral. Ese es el escenario de la Saga de Erik el Rojo, o Saga de los Groenlandeses, a los que hoy vamos a acompañar en su increíble periplo.

Foto actual de un volcán islandés bajo la aurora boreal

Foto actual de un volcán islandés bajo la aurora boreal

Y como esto es un libro de viajes, es necesario advertir de un detalle que puede llevarnos a equívoco y acabar donde no esperábamos. A menudo la literatura se inspira en lugares existentes para modificarlos y crear lugares imaginarios. Pero hay casos en los que sucede justo al revés: primero nacen los lugares imaginarios y luego, otros seres humanos, muchos años después, otorgan esos nombres a los emplazamientos que descubren o colonizan.

Un caso curioso, por ejemplo, es la Patagonia, que recibió este nombre porque Fernando de Magallanes, descubridor de esas tierras para Occidente, había leído Primaelón, una novela de caballerías en la que aparece un gigante bárbaro llamado Patagón. Así nació la Patagonia, cuando encontraron varios esqueletos de gran estatura, cuyas dimensiones reales aún se discuten.

En el caso de nuestro viaje, vamos dirigirnos a Markland, Vinland y Helluland, con la graciosa particularidad de que esos territorios existen en nuestros días, pero no se corresponden con los descritos en la Saga de Erik el Rojo ni los visitados por sus esforzados personajes. Su nombre se hizo coincidir más tarde, como homenaje, como recuerdo, o como búsqueda de correspondencia con los viejos mitos, para otorgar prestigio a unas tierras que se deseaban colonizar.

Vamos allá, sin demora, que una hora de retraso puede significar la diferencia entre la tempestad y la calma. Entre la vida y la muerte. Salimos de Islandia, de esa tierra de hielo y volcanes, erizada de peligros, paisajes y romances sobre gente ruda y heroica. Y salimos en un Drakkar, esos intrépidos barcos vikingos de poco calado y enorme maniobrabilidad que aterrorizaron la Europa de los años más oscuros, llegando, dicen, que hasta Bizancio, o más allá. Las aguas del Norte son gélidas y profundas, y las tempestades, legendarias.

Barcos vikingos en una pintura de Gerhard Albe. © Museo Marítimo de Estocolmo (Suecia)

Barcos vikingos en una pintura de Gerhard Albe. © Museo Marítimo de Estocolmo (Suecia)

Para viajar en un barco como ese no vale cualquiera, ya lo advierto. La estabilidad es poca, el balanceo inmenso, y a menudo hay que remar esforzadamente durante días, y sin descanso, porque las corrientes son tan fuertes en esa parte del mundo que a veces puedes marcharte pero ya no te es posible regresar.

Nuestro primer destino es Groenlandia. No sabemos si la actual tierra que lleva ese nombre, cubierta de hielo, y dependiente administrativamente de Dinamarca, es la misma que encontraron los vikingos medievales y la bautizaron como Tierra Verde. Quizás tuvieron suerte, o encontraron buen tiempo, o quizás sea cierto que en aquellos siglos la temperatura de la tierra era un poco superior a la que vivimos hoy en día. 

En cualquier caso, después de aprovisionarnos de agua y comida en la Tierra Verde, nos dejaremos llevar por la corriente o por el viento hasta Helluland que, a tenor de su nombre, es una región de piedras planas, o rocas lisas. Algunos la identifican con la actual isla de Baffin, territorio canadiense muy al norte, pero podría ser cualquier otro lugar de las inmediaciones. Sabemos de sus piedras planas, de sus bosques, de su abundante fauna, y de la presencia allí de unos nativos a los que los vikingos llamaron skraelings, y con los que trabaron escasa relación. Quizás el viajero de hoy sea más afortunado.

La isla, para hacernos una idea, tiene aproximadamente el mismo tamaño que España, y cuenta con grandes montañas y ríos, y una costa accidentada y llena de ensenadas, muy apreciadas por los vikingos. Hay también abundante caza y no pocas ocasiones de ser cazado, así que es importante redoblar la prudencia.

Desde allí, si la suerte y el mar son buenos, nos dirigiremos a Markland, una región más al Sur, denominada con este nombre que viene a significar tierra boscosa o tierra fronteriza. Para visitar esta tierra hay que buscar pasaje para lo que actualmente sería la península del Labrador, en Canadá, donde aún podemos temer a la fauna, disfrutar de los bosques, los ríos inmaculados, las cascadas y esperar tranquilamente buenos vientos.

La madera es buena para reparar los desperfectos que los elementos puedan haber causado a nuestra embarcación, y dicen que los espíritus también son benignos, y hasta los indígenas lo son si no te metes con ellos, tentación que no consiguieron evitar los vikingos, por lo que cuentan en su historia.

Desde allí, cuando Odín quiera, podremos buscar mejores mares hacia el Sur, hacia Vinland y visitar el viejo asentamiento de Leifbunfir, única colonia vikinga en la región. Allí viven los monópodos, que son seres de una sola pierna, muy gruesa, centrada en el cuerpo, aunque su raza también es descrita, desde tiempos inmemoriales, en otros lugares del mundo. El clima de Vinland es mucho mejor que el de los anteriores destinos, así que podremos aprovechar para pasar unos días y hasta para disfrutar de sus vinos, pues se dice que en Vinland no nieva nunca y que florecen buenas viñas.

Por eso, algunos quisieron identificar Vinland con Florida, pero más bien parece que estemos cerca de la isa de Terranova y es probable que el vino de esta tierra no se elabore con uvas, sino con bayas de nogal blanco americano, que también se hacían fermentar para producir bebidas espirituosas. Quien se acerque a esta tierra, pro favor que nos informe de los sabores y efectos de estos curiosos brebajes.

Luego, lo más difícil es el viaje de vuelta. A los viajeros actuales les suele asaltar la manía de volver, pero esto no era común en aquellos tiempos, más proclives a creer que la vida estaba donde estaba quien la vivía, y no en un lugar determinado, vinculado a otras personas y otras experiencias.

Quizás regresar a alguna parte esté sobrevalorado. 

¡Toca remar! ¡Vamos allá!