Descubriendo a Coco
Edmonde Charles-Roux
29 mayo, 2009 02:00Coco Chanel. Foto: R. Schall
En 1946, la colaboracionista Gabrielle Chanel, en su exilio de lujo en Saint-Moritz, le hablaba a Paul Morand sobre el dinero: "El amor por el dinero es algo físico, como una enfermedad". Pero este mal no se lo adjudicaba a sí misma. Le decía a Morand que el dinero por el dinero le parecía una abominación. Sin embargo, Chanel mentía una vez más. Todo su pasado secreto, sórdido y a veces abyecto, todos sus amantes millonarios, intelectuales o poderosos (incluido el alemán H. V. Ribbentrop, esbirro de Goebbels), toda la fiereza de su carácter y su talento para triunfar en la moda y en sociedad, respondían a una profunda obsesión. Lograr, con el poder y el prestigio del dinero, sepultar a la huérfana desclasada y paupérrima que había sido abandonada en el hospi-cio de Obazine por un padre buhonero. A lo largo de su vida, y excepto las salpicaduras sociales de la sospecha de colaboracionismo (que pudo tapar a medias), Coco Chanel consiguió ocultar para el mundo aquel pasado que correspondía al de una mujer marginal que utilizó todo su talento, su rabia y su arribismo contumaz para dejar atrás años de frustraciones y miseria.
Edmonde Charles-Roux publicó esta biografía en 1974, tres años después de la muerte de la diseñadora. Fue el primer retrato que desintegraba la protectora construcción, llena de fantasías, extravagancias y enredos que había difundido Chanel sobre su infancia y juventud. Jamás habló Gabrielle Chanel de las monjas que le enseñaron a coser en lúgubres cuartos de piedra en la Abadía de étienne de Limousin, ni de su transición de modistilla a las actuaciones ligera de ropa en el café Cantante de Moulins, La Rotonde, donde le pusieron su nombre de guerra: Co-Co. Nunca quiso recordar a su familia de taberneros y vendedores ambulantes ni a las mujeres de vida alegre de Vichy, con las que inició su carrera de horizontal. En Vichy encontró a su primer amante rico, Etienne Balsan, que la instaló como mantenida en su mansión, antiguo castillo de Felipe el Hermoso, de Royallieu. Y allí, revolucionando los atuendos de las damas en las carreras de caballos y sorprendiendo en las fiestas de las demimondaines provincianas, empieza la vida soñada de Gabrielle. Pero ella aspiraba a mucho más. Se había reinventado una y otra vez, y ahora deseaba ser independiente, poderosa, con un negocio propio en París, inmensamente rica, manejando con maestría los hilos de la sociedad, despreciando a quienes la habían despreciado.
Todo lo consiguió. Y la trayectoria, a veces cruel, de una mujer que subyugaba con su vigor, sus mitologías, su amoralidad y sus ideas geniales capaces de cambiar la historia de la indumentaria, es lo que narra con finura y precisión, Charles-Roux en Descubriendo a Coco. Más que una biografía, el público asiste a una gran novela que empieza con la Francia campesina del XIX y nos arroja, con un paso terrible por la II Guerra, al mundo contemporáneo y a los últimos embates del lujo y de la gran moda de élite. La autora
no trata de embellecer a la biografiada; deja que una audiencia inteligente comprenda más allá de sus palabras. Su escritura es cortante, limpia, de refinada exactitud. El episodio del contubernio de Chanel con los nazis y con su amante "Von D." como le llamará Roux, indica más negrura en el corazón de la modista de lo que dio a entender al acostarse con el aventurero alemán (estuvo en el departamento de propaganda con Goebbels, luego fue diplomático y espía). Se nos hace ver que Chanel aprovechó las leyes de la ocupación para arrebatar los derechos de sus perfumes a sus dueños legales, los hermanos Wertheimer, judíos y emigrados a los EE.UU. que dejaron sus pertenencias en París. Chanel colaboró, pues, al saqueo nazi. Una vez más, el dinero y la abyección estaban detrás de los movimientos de la diseñadora.
La veterana Edmonde Charles-Roux (1920), premio Goncourt en 1966, resistente y condecorada por su valor en la II Guerra, y durante años presidenta de la Academia Goncourt, ha hecho uno de los mejores retratos de Coco Chanel. La alta escritura de la biógrafa, su cercanía vital y documental, no rebaja los horrores, ni se obsesiona con el mito. La autora se mantiene al margen, despliega una época, retrata a la protagonista, sin fantasear ni emitir veredictos, entre sus célebres contemporáneos, y consigue que el libro se lea con placer.