El Cultural

El miedo

Gabriel Chevalier

29 mayo, 2009 02:00

Traducción de J. R. Monreal. El Acantilado. Barcelona, 2009. 368 pp., 21’15 e.

Tras la guerra del 14, las fantasías románticas sobre el frente revelaron su trágica inconsistencia. Las terribles pérdidas (medio millón de bajas en Verdún) despertaron una conciencia a favor de la paz, que inspiró los primeros testimonios antibelicistas. Erich Maria Remarque, ex combatiente alemán, recreó su experiencia en la notable Sin novedad en el frente (1930), adaptada al cine por Lewis Milestone. Aunque la sociedad prefería el sentimentalismo de Adiós a las armas (1932), la realidad sostenía la versión de Remarque: "la muerte no es una aventura. Los que sufrimos los piojos, las ratas y los obuses, nos limitamos a sobrevivir. Eso es todo" Movilizado por el ejército francés, Garbiel Chevallier (Lyon, 1895-Cannes, 1969) ofrece en esta novela de marcado carácter autobiográfico una perspectiva semejante, casi simétrica: "La gran ocupación de la guerra es el miedo. Pasé hambre, sed, sueño, frío y piojos… ¡Eso es todo!". Sólo una acusada insensibilidad moral puede justificar una afirmación tan extravagante.

Chevallier confiesa que acudió al campo de batalla no "para batirse, sino por curiosidad: para ver". Su entusiasmo se enfrió cuando asistió al linchamiento de un anciano que definió la guerra como un "atentado contra la razón". Ese horror se hizo más profundo cuando participó en la primera ofensiva. Avanzando por una ciénaga rebosante de cadáveres, comenzó a preguntarse: "¿Es esto la guerra?". El primer alemán muerto apareció ante Chevallier como "la máscara de un Beethoven ajusticiado". La propaganda contra el "vil teutón" no sólo era ridícula, sino falsa, porque la humanidad de cada soldado perduraba aún la muerte. Chevallier no cita a Renan por causalidad: "Jesucristo reveló al mundo que el hombre está por encima del ciudadano". No hay que culpar a Dios , sino a los políticos y a los generales. Chevallier describe los estragos de la maquinaria bélica con un estilo que recuerda el pincel alucinado de Francis Bacon: "carnes rojas y violáceas, parecidas a carne podrida de carnicería, grasas amarillentas y fofas, huesos que dejaban escapar la médula".

En ese escenario horripilante, "manda el miedo". Por eso, cuando Chevallier es herido no experimenta una revelación, sino una liberación. La liberación de ser enviado a un hospital, donde contemplará el sufrimiento de otros, pero con la seguridad de estar a salvo. Experimenta la vergöenza del superviviente, pero el egoísmo es más fuerte. Al igual que en Senderos de gloria (Kubrick, 1957), la aparición de una hermosa joven alemana encenderá una brizna de esperanza en los soldados franceses. Ha finalizado la guerra y el hombre aún conserva la sensibilidad para amar y desear la belleza.