Caballero Bonald: "La patria es lo que uno puede ver desde su ventana"
Su fundación inaugura hoy su congreso anual, que abordará el maridaje entre la naturaleza y la literatura
21 octubre, 2009 02:00Varios meses después de que viera la luz el poemario La noche no tiene paredes, aquella caída libre hacia los abismos de la memoria en la que la duda era una reivindicación perentoria, José Manuel Caballero Bonald, 83 años, sigue sumando versos a su obra en forma de “últimas voluntades”. Pocas cosas le emocionan, pero la rabia ante “el descalabro general de la moral” le mantiene vivo. Eso, y el paisaje del Coto de Doñana que se dibuja tras su ventana, amante como ha sido siempre del edén sureño junto al que nació. Muy relacionado con este amor suyo por la tierra, la fundación que lleva su nombre celebra esta semana su congreso anual, que versará, a petición del poeta jerezano, sobre el binomio Literatura y Naturaleza.
PREGUNTA.- ¿Qué influjo ha tenido la naturaleza en su trayectoria literaria?
RESPUESTA.- La naturaleza influye siempre en el habitante, hay una forma de vínculo nada secreto, casi congénito, entre el sitio en el que se vive y la propia vida. En este sentido han sido siempre dos ámbitos muy unidos en mi obra.
P.- ¿Eligió usted el epígrafe de las jornadas?
R.- Teníamos varios y a mí este me pareció interesante porque permitía introducir la opinión de científicos como Delibes De Castro, de especialistas en la naturaleza, que daba el contrapunto adecuado a las jornadas.
P.- ¿Cuál es el lugar por excelencia en la naturaleza literaria de Caballero Bonald? ¿Ha mutado con los años?
R.- La patria es aquello que se ve desde la ventana de la casa donde uno vive en paz y feliz. Lo que yo veo es el Coto de Doñana, un sitio inolvidable, porque desde niño representó la idea aproximada que uno tiene del paraíso. Es un lugar casi edénico que representó para mí un acicate literario y un modo emocionante de conectar con la naturaleza.
P.- Durante el congreso le entregará el Premio de Ensayo Caballero Bonald a Vargas Llosa.
R.- Me he alegrado muchísimo y, aunque no formo parte del jurado, lo celebro porque en su libro, El viaje a la ficción, el novelista rinde tributo a otro novelista también predilecto por él y por mí, Juan Carlos Onetti, de cuyo nacimiento además se cumplen cien años. El de Vargas Llosa es un genial ensayo sobre este autor uruguayo que me ha acompañado en mi vida de escritor. La obra es un ejemplo de sensibilidad y de agudeza crítica que narra a la perfección esa elección de la ficción como vida.
P.- Continuando con los reconocimientos, usted acaba de recibir el Premio García Lorca de Poesía, ¿cómo valora la concesión y qué aprendizaje fue el mayor de cuantos le dio el poeta?
R.- El premio lo valoro, naturalmente, aunque con los años el entusiasmo decrece y la ilusión ya pierde el carácter excesivo. Por otra parte, me honra que sea García Lorca el que dé nombre a este galardón porque para mí ha sido un maestro lingüístico. El Llanto por Ignacio Sánchez Mejía ha sido uno de los grandes poemas del siglo XX. En su tiempo yo podía recitarlo de memoria y, aún hoy, a pesar de que me falla la cabeza, puedo recordar largas parrafadas. También Poeta en Nueva York, por supuesto, me parece una obra fundamental.
P.- ¿Y qué le sigue emocionando?
R.- Me emocionan muy pocas cosas. Vivir en paz en Sanlúcar o en Jerez, donde voy con frecuencia. En cambio, sigo atentamente cómo va el mundo y la política en España, y eso me produce lo contrario, una depresión innegable por el descalabro de la moral y el trabajo que costará regenerar todo lo que se ha perdido. La democracia me crea verdadera preocupación. Esta época es distinta a otras anteriores, ahora podemos decir las cosas, pero hay un peligro inmediato de descalabro general. Sobre todo, pienso que la forma básica de enfrentarse a ese mundo es imponer a rajatabla la Declaración de los Derechos Humanos.
P.- ¿Cuál cree que es el mayor de esos males?
R.- El mayor mal es el de la inmoralidad, el cinismo, la irresponsabilidad, la mala educación cívica...
P.- Emoción no le queda, pero la rabia la conserva intacta.
R.- Sí, afortunadamente, España de la rabia y de la idea. La rabia me mantiene joven.
P.- Sobre La noche no tiene paredes usted afirmó sentir que cada poema de aquel libro era una última voluntad. Pasado un tiempo, ¿ha vuelto a sumar voluntades versadas a su obra?
R.- Cada poema tiene un carácter testamentario, porque ahí vuelcas tu vida, la resumes y la sintetizas con elementos que hacen el poema. Eso tiene algo siempre de última voluntad, y yo ahora estoy muy dentro de ese mundo.