Luis Racionero: "Igual que no me creo el Big Bang, tampoco la Biblia"
Luis Racionero airea en El cráneo de Akenatón, su última novela, algunas heterodoxias historiográficas. El escritor ilierdense retoma la teoría de Freud según la cual Moisés fue, en realidad, egipcio, y el monoteísmo tuvo su origen en Akenatón, y no en Yahvé. “No es ninguna tontería”, advierte. Pero también confiesa que “un escritor no tiene por qué creerse todo lo que escribe”. Con lo que sitúa a sus lectores en un estimulante alero entre lo verosímil y lo peregrino. Sin quitar ni poner rey, invita a una reflexión sustentada en las vertientes canónicas de la ciencia y la historia, pero no estancada en sus moldes.
Pregunta. Su libro pretende, en cierto modo, parodiar las novelas históricas al uso. ¿Cuáles ha leído para someterlas después a sus fines satíricos?
Respuesta. De Dan Brown las he leído todas, El código Da Vinci, ángeles y demonios y El símbolo perdido. Sabe narrar con mucho ritmo. A mí me gusta ir más despacio, recrearme en los detalles. El cráneo de Akenatón no es un novela histórica, yo la definiría como novela de ficción mitológica, o thriller mitológico científico. Intento contar cosas que interesen a la gente, científicas e históricas, no correr de un lado para otro y dejar al lector sin aliento.
P. Pero, como lector, ¿qué le han parecido los libros de Brown, tan vaqueteados por la crítica?
R. Yo no criticaría sus novelas. Hombre, si lo comparas con Tolstoi, es un desastre, un pobre chico. Pero si se juzgan sus resultados de acuerdo con sus intenciones, lo hace muy bien. él pretende enganchar a la gente y lo consigue. Desde que existe el cine y la fotografía, el narrador tampoco puede entreteners demasiado en explicar cómo es la armadura de un caballero o la Bahía de Nápoles. Prefiero a Tolstoi, y a Proust (sobre cuando estoy malo), pero para algunos ratos Dan Brown está muy bien.
P. Le quita a Cambridge el velo de ciudad encorsetada por un estricto academicismo, y aparecen profesores obsesionados por el sexo, sociedades secretas...
R. Bueno es algo de sobra conocido, propio de los círculos ilustrados británicos, como el de Bloomsbury, con las relaciones homosexuales de Keynes. O lo que se cuenta en novelas como Retorno a Brideshead... Lo de las sociedades secretas sí que es todo inventado.
P. En la novela juega un papel fundamental una teoría que relaciona la inteligencia con la práctica sexual... ¿Tiene algún fundamento científico?
R. Está basado en las teoría de Oscar Kissmaer, que consideraba que la masa craneoencefálica de los homínidos fue creciendo porque se comían los cerebros los unos a los otros, hasta que empezó a chocar con el cráneo y eso provocó que perdieran su capacidad telepática para comunicarse. Entonces tuvieron que inventar el lenguaje, un método más rudimentario de expresarse. Los cerebros se los comían porque creían que tenían propiedades afrodisíacas. Era una teoría fascinante, de la que se podía sacar una novela, aunque ni mucho menos me la tomara en serio. Es que el escritor no tiene porque creerse todo lo que escribe.
P. Y a la teoría de Freud que afirmaba que Moisés era egipcio, y no judío, y que Akenatón, y no Yahvé, fue el origen del monoteísmo, ¿le concede más crédito?
R. Esto me parece más verosímil. Akenatón vive en el 1350 a. de C., fecha muy temprana, anterior a la escritura de la Biblia... No es ninguna tontería. Igual que no me creo el Big Bang, tampoco me creo la Biblia.
P. ¿A Akenatón lo utiliza como mera excusa para pergeñar una trama con trasfondo historiográfico o es un personaje por el que tiene un interés personal?
R. Sí, viene de un interés personal. Yo fui a El Cairo en 1965, en el viaje de fin de carrera. Primero vi sus esculturas, tan extrañas, con un cuerpo hermafrodita y su cráneo oblongo. Luego me enseñaron que él fue quien inventó el monoteísmo. Ambas cosas me sorprendieron mucho, y desde entonces he leído bastante sobre él.
P. Lo próximo suyo ¿qué será: novela o ensayo?
R. Estoy escribiendo un ensayo sobre cómo en la actualidad el único criterio para valorar una obra de arte es el dinero, una aberración que le debemos a las vanguardias.