Image: David del Puerto

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El Cultural

David del Puerto

"Me siento como un dieciochoañero perplejo, curioso y nada dogmático"

12 mayo, 2010 02:00

David del Puerto

Mañana estrena 'Carmen Replay', encargo del Teatro Real, en la Universidad Carlos III de Madrid.

Benjamín G. Rosado
Le llena de orgullo a David del Puerto (Madrid, 1964) que la crítica hable de él como un compositor maduro, que ha alcanzado un estilo personal e intransferible. Le gusta y al mismo tiempo le inquieta, porque sabe que hay algo de mentira en todo ello. "Con la edad soy más adicto a los cambios, a los nuevos lenguajes, que cuando tenía 25 años. Cada vez soy más curioso, menos dogmático". Dicho esto, hay que reconocerlo, se entienden mejor los postulados de su Carmen Replay, encargo del Teatro Real, que pasará los días 13, 14 y 15 de mayo por el Auditorio de la Universidad Carlos III de Madrid y que viene sin manual de instrucciones. Mezcla de música, danza y videoarte, en su rebobinaje de Carmen no hay "aprioris postmodernos" ni "intención alguna de intelectualidad". Sólo disfrute. Y del bueno.

PREGUNTA.- ¿Cuántos años luz separan a las dos Carmen, la suya y la de Bizet?
RESPUESTA.- Me temo que muchos, aunque el argumento es el mismo, pues tanto el trabajo coreográfico como el de videoarte han respetado la historia original. Poro, como digo, musicalmente no tiene nada que ver. Se trata de un espectáculo absolutamente moderno, muy heterogéneo, de muchas y muy diferentes influencias, que huyen de la unidad estética decimonónica. Como mucho, se pueden reconocer dos o tres citas, alguna seguiriya, a modo de guiño cariñoso.

P.- Rejoice, el grupo musical que estará en el foso, consta sólo de una guitarra eléctrica, un acordeón y una soprano. ¿Se trata de otro de sus alio modos, de sus "otras maneras"?
R.- Es un alio modos porque es la primera vez que me enfrento con mi grupo, Rejoice, a un espectáculo de este tipo, lleno de elementos escénicos en los que participan tanto la música y como las coreografías de Tony Fabre. Y también porque la parte cantada, que interpreta la soprano Laia Falcón, tiene una paleta de colores poco habitual. Habrá poca palabra y mucha vocalidad.

P.- Se la encarga el Teatro Real, pero se estrenará el sábado en el Auditorio de la Universidad Carlos III de Madrid. Más de uno habría dicho que no. ¿Le faltan a usted complejos?
R.- No sé si es una cuestión de complejos, pero lo cierto es que mi música es una búsqueda constante, de nuevas músicas y, por supuesto, de nuevos públicos. Es importante para un compositor salir de vez en cuando del circuito habitual. Porque buena parte de la vanguardia se ha instalado en el conformismo de saber hacer muy bien una única cosa. Contra ese muro de ladrillo hay que liarse a puñetazos y patadas. No se puede obedecer los dictados de la música contemporánea en nombre de una profundidad que, en muchos casos, no es más que puro aburrimiento.

P.- Díganos una gran verdad, de ésas que a muchos harían daño.
R.- Una gran verdad es decir que, a mi modo de ver, es más profundo y sugestivo el West Side Story de Bernstein que la Estructura para dos pianos de Boulez.

P.- ¿Cómo definiría entonces a los compositores de los años "10" del siglo XXI?
R.- Vivimos en una avalancha, en una inmensidad de colores. Lo que mejor puede definir a los músicos de esta década es la propia indefinición.

P.- Y usted, menos joven pero igual de juvenil.
R.- Igual o más, si lo que define al juvenil es su vocación de cambio, de progreso, de inconformismo. De verdad que ahora me siento un verdadero dieciochoañero perplejo, curioso y mucho menos dogmático que cuando tenía 25 años. Ahora es cuando más me gusta la música impura, que es como un cubo que agitas, lleno de influencias, y que nada tiene que ver con la intelectualidad.

P.- ¿Por eso ahora ha vuelto a la guitarra eléctrica?
R.- Renovar la relación con el instrumento ha sido del todo gratificante. Tienes ocasión de trabajar aspectos armónicos, melódicos o el tratamiento electrónico que tanto uso en mis composiciones en primera persona. Y te ayuda agilizar el lenguaje, a veces sepultado bajo la mesa de trabajo y una pila de notas abstractas.

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