Ilustración e Independencia
Carlos Martínez Shaw
18 junio, 2010 02:00La Ilustración americana (y filipina) fue en buena medida una versión provincial de la Ilustración metropolitana. La influencia española se advierte en las fuentes, en los contenidos, en el programa de modernización, en las instituciones que introducen la nueva cultura: las Sociedades Económicas de Amigos del País, los Consulados y los centros de educación superior o de investigación de nueva planta. En cualquier caso, las ideas de la Ilustración metropolitana sufrieron un proceso de adaptación al contrastarse los conceptos importados con la diferente realidad de las Indias. Y, del mismo modo, el desarrollo fue menor por la insuperable precariedad del acercamiento a un fenómeno que estaba alcanzando su madurez en el lado europeo del Atlántico. Particularidades éstas bien expresadas por el ilustrado quiteño Eugenio Espejo: “Estamos en el ángulo más remoto y oscuro de la tierra, a donde apenas llegan unos pocos rayos de refracción de la inmensa luz que baña a regiones privilegiadas”.
Hubo como en España una Ilustración oficial difundida desde los centros del poder virreinal, con instituciones que desarrollaron una destacada labor y adquirieron un merecido prestigio, como fueron la Academia de San Carlos de México, las Sociedades Económicas de Amigos del País extendidas desde Manila (1781) a Chiapas (1819), los Consulados promovidos por el Reglamento de Libre Comercio de 1778, los Colegios de San Carlos o Convictorios Carolinos que fueron los sucesores de los colegios de la Compañía de Jesús tras su expulsión en 1767, el Seminario de Minería de México, el Colegio de Medicina de Lima y los Jardines Botánicos y los Observatorios Astronómicos, que en casi todos los casos fueron un resultado palpable de las grandes expediciones científicas de la segunda mitad del siglo: las expediciones de límites, las expediciones botánicas a los reinos de Perú y Chile, al Nuevo Reino de Granada y a Nueva España o la reina de las expediciones marítimas que fue la comandada por Alejandro Malaspina (1789-1795), sin olvidar la Expedición Filantrópica de la Vacuna, que introdujo la inoculación de la viruela en Hispanoamérica y en Filipinas y hasta en la China continental (Macao y Cantón).
Ilustración espontánea
Pero también hubo una corriente ilustrada espontánea protagonizada por una intelectualidad que, en el marco o al margen de las instituciones oficiales, fue capaz de debatir nuevos conceptos, de darles publicidad a través del opúsculo o de la prensa local, de aplicar las creaciones ideológicas surgidas en Europa a las diferentes circunstancias económicas, sociales y políticas de las Indias, de modo que estas elaboraciones más o menos autónomas del pensamiento indiano avanzado de fines del siglo XVIII caminaron en muchos casos hacia la formulación del ideal independentista como mejor fórmula para el progreso de los territorios ultramarinos.
Y eso a pesar de que, al igual que ocurriera en la metrópoli, las Luces tuvieron también unos claros límites en América. Como en España, la cultura ilustrada fue una cultura progresista que hubo de enfrentarse con los partidarios de la tradición. Del mismo modo, fue una cultura minoritaria, que se difundió sobre todo entre los reducidos círculos de intelectuales peninsulares y criollos. Por otra parte, fue una cultura elitista, diseñada para ponerse al servicio de las clases dominantes y de la que quedaban excluidas por definición las clases subalternas (que incluían, salvo contadas excepciones, a indios, mestizos, pardos y negros. Lo más trascendente fue que el proyecto ilustrado acabó pareciendo insuficiente a algunos de los intelectuales americanos, que teorizaron una alternativa liberal que conducía a la independencia.
Literatura de la emancipación
En efecto, como ocurriera en la metrópoli, en los años finales del siglo, la crítica ilustrada empezó a incorporar ciertos elementos inasimilables por el sistema político, aunque sin conllevar todavía una ruptura. Sin embargo, poco después, se disparará una verdadera literatura de la emancipación, ya a extramuros de la cultura de las Luces. Es el momento de la aparición de la Carta a los españoles americanos del jesuita peruano Juan Pablo Viscardo, del Memorial de agravios del neogranadino Camilo Torres, de la Representación de los Hacendados del rioplatense Mariano Moreno. La crisis metropolitana de 1808 será la señal para la insurgencia. A partir de esta fecha, y aquí encontramos un rasgo diferencial lógico con los liberales españoles, la mayor parte de los componentes de la última generación ilustrada (sin duda la más activa, la de Caldas, Belgrano, Unanue) se pasará con armas y bagajes al campo de la emancipación. De este modo, se unirán con los hombres de la generación siguiente, con los hombres de la generación de Simón Bolívar.
Así, puede decirse que en América los ilustrados se sirvieron de los instrumentos puestos a su disposición por el reformismo ilustrado para elaborar una alternativa al sistema colonial que no podía ser otra sino la independencia, pese a la oportunidad representada por el generoso proyecto de las Cortes de Cádiz. El propio Simón Bolívar, el Libertador, reconoce su deuda personal con las enseñanzas ilustradas, que es también la deuda de la América independiente para con las Luces, cuando escribe a su preceptor, Simón Rodríguez, las famosas palabras: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Usted me señaló”. Ese fue el papel histórico de la Ilustración en las provincias ultramarinas.