El Cultural

Filmes y movies

19 julio, 2010 02:00

Entre los directores europeos y los americanos que he entrevistado (y ya son muchos) hay una diferencia fundamental. Mientras los primeros suelen mostrar un apego inmenso a su obra y son propensos a referirse a ella en términos cuasi religiosos, los segundos suelen ser muy conscientes de que su película es un simple producto que forma parte de la vasta oferta cultural. Los primeros, jamás utilizarían la palabra negocio: los segundos, la utilizan todo el rato (incluidos los más exquisitos) y tienen una visión empresarial del asunto: hay una inversión luego tiene que haber unas ganancias. Se ha señalado varias veces como paradigma de esta distinción la utilización de la palabra "filme" (mucho más poética) por parte de los europeos y la de "movie" por parte de los americanos, mucho más prosaica.

Viene al caso porque leo una entrevista con Woody Allen en The Times de Londres en la que ahonda en esta tendencia. Allen, que es un caso, dice que prefiere mil veces ver un partido de béisbol o baloncesto a leer poesía alemana y que es una persona "sin pensamientos profundos". Allen me recuerda a ese John Ford que se levantó y dijo eso de "Soy John Ford y hago westerns". Esto, quien probablemente es el mejor cineasta de la Historia. Otro genio, John Lasseter, decía la semana pasada en El Cultural que "no hay que poner en las películas más de lo que hay". Y se definía como "un animador de California sin más". Confieso que me gusta más la forma americana de abordar el asunto. Me fastidia esa imagen del artista romántico como ser superior, dotado de divinos instintos y entregado a la causa del noble arte por pura vocación que prolifera en nuestro país.

Para empezar, detesto la trascendentalización del arte, que tiene efectos tan alarmantes y perjudiciales por ejemplo en un campo como el de la crítica cinematográfica, poblada por seres convencidos de que se dedican a una práctica dificilísima y sólo apta para iniciados en la secta. Son esos textos insufribles que sólo hablan de la forma y jamás del contenido, esos críticos para los que las películas son esferas huecas que están esperando a que ellos, con su prosa majestuosa, les den contenido. Porque no, no creo en eso de los "escritores de cine", expresión de moda en algunos ambientes para darle tono a la crítica. Su función es fundamental, crucial y necesaria, pero no es literatura.


Esa visión religiosa del asunto tiene otro elemento malvado que los artistas sufren día a día, muy notoriamente en España. Por una parte, en un país católico como el nuestro en el que trabajar es un castigo, se supone que los artistas se lo pasan pipa haciendo lo que hacen y que, por tanto, no tienen derecho a ganar dinero porque uno eso se lo gana a base de pasarlo mal y sacrificarse. Tan entregados están los "verdaderos" artistas a su vocación que lo de cobrar es injusto y, además, significa que tienen unos valores excesivamente paganos. Eso redunda en una desprofesionalización de la tarea artística, condenada al amateurismo y la precariedad cuando una sociedad tiene buen arte cuando es capaz, precisamente, profesionalizar lo que no es más que un trabajo.

Para continuar, la elevación del cine a la categoría celestial significa un tremendo problema ético. Es mucho más importante la lucha contra el sida, la pobreza y la salvación del cáncer que una buena película. Porque la vida hace grande al cine, nunca al revés. Pretender vivir a través de una película, percibir que la realidad sólo tiene valor cuando se legitima a través del arte, sólo comprender el sufrimiento de los inmigrantes o entender los dilemas que plantean las buenas obras como una abstracción meramente teórica es un error grave que vemos todos los días y que reduce las películas a un mero fenómeno estético. Amo las películas como el que más pero creo que va siendo el momento de que quienes nos dedicamos a esto nos demos cuenta de que hay muchas otras cosas importantes en la vida y que una buena película, en el mejor de los casos, debe enseñarnos a entender mejor a nuestros semejantes. Jamás a elevarnos por encima de ellos.