El Cultural

El elefante blanco de Scorsese

28 octubre, 2010 02:00

Un dato: el episodio piloto de Boardwalk Empire costó la friolera de 18 millones de dólares. Si sumamos los presupuestos de Malas calles, Taxi Driver, Alicia ya no vive aquí, Jó, que noche y La última tentación de Cristo, la cifra resultante es menor. ¿Un capítulo de televisión es más caro que cinco de los largometrajes más memorables de Martin Scorsese? Sin duda, la migración del autor neoyorquino de la gran a la pequeña pantalla no le ha salido barata a la HBO. Es cierto que el dato tiene trampa -la inversión inicial de una serie no se agota en el primer capítulo-, pero aún y todo arroja una reflexión interesante en torno a cómo los sistemas de producción audiovisual de la ficción norteamericana están pasando por una importante transformación: los roles de prestigio de la televisión y del cine son en ocasiones perfectamente intercambiables. Al respecto, recomiendo leer este brillante artículo del New York Times con el sugerente título "¿Son las películas malas, o es que sencillamente la televisión es mejor?".

Hasta ahora hemos podido ver los seis primeros capítulos de este ambicioso drama criminal, de aliento épico, sobre la era de la Prohibición en Atlantic City (si bien la serie transcurre también en Chicago y Nueva York, centros neurálgicos del hampa en los años veinte), pero todavía es pronto para emitir veredictos o para dar respuesta a la pregunta que planteé en el inicio de este blog: ¿será Boardwalk Empire capaz de renovar y llevar a nuevos límites el género cinematográfico del que se alimenta? Lo que sí podemos asegurar es que esos 18 millones de dólares "están" en la pantalla. El episodio piloto, de hecho, parecía empeñado en mostrárnoslo. Opulenta, exhibicionista, manierista… Boardwalk Empire hacía su estreno de gala como un verdadero "elefante blanco" de la televisión (en terminología del genial crítico Manny Farber), es decir, como un artefacto muy autoconsciente de lo que significa y de lo que tiene que ser. Antes que convencer, Scorsese tenía que deslumbrar.

En este piloto, esencialmente dedicado a la presentación de los personajes, sólo pudimos ver el oropel. No había alma. La cabecera de apertura (que en muchas series revela su espíritu) ya era tremendamente decepcionante: sin imaginación, con una fotografía sintética, un look muy plástico, una música olvidable y un sólo protagonismo. Scorsese parecía haber dirigido ese primer episodio con la conciencia de estar haciendo inventario de sus temas y su estilo, sólo que volcados en la televisión. Pero el estilo no eran en verdad más que gas visuales muy reconocibles en su filmografía (sus travellings de tensión, sus congelados dramáticos, su empleo de la música), y los temas (violencia, traición y cinismo) se reducían a los clichés que él mismo ha filmado en tantas ocasiones, con escenas que son autocitas y decisiones de dudosa moralidad autoral. El diseño de producción estaba al servicio de un estilo que en su momento fue rompedor, y todavía perfectamente identificable a pesar de sus numerosos exegetas, pero que en las imágenes de Boardwalk Empire ya huele a institución, a academicismo, en una marca comercial acaso tan vendible como la Coca-Cola o en un "libro de estilo" para los directores que se pondrán al frente de los siguientes episodios.

Esta sensación de estar viendo un catálogo de intenciones, un "producto" de calidad, elegante y sofisticado, realizado con mucha clase, profesionalidad y buen gusto, pero con un preocupante déficit de tensión y originalidad, no desapareció hasta el cuarto capítulo, titulado Anastasia. Entonces el cielo se abrió. Hasta ahora constreñida al arquetipo, la serie tomó el vuelo. Los motores se pusieron en marcha y las líneas dramáticas dejaron de ser meras promesas. Una vez construido el bastidor (para el que hacía falta tiempo y paciencia), ya puede hilarse el telar histórico y político que, por encima de cualquier otra cosa, es Boardwalk Empire. No hay escena ni personaje que no anide en su interior comentarios políticos sobre un periodo especialmente dramático de la historia americana (las sufragistas, el ku kux klan, la corrupción política…), y sobre todo especialmente revelador de sus pulsiones culturales.

Hay una obsesión por el detalle que, más allá de su barroquismo, acaba obteniendo su recompensa dramática, así como una visión del sexo y la violencia sin pudor (imposible en otros tiempos haber visto un desnudo frontal, femenino o masculino, en máxima audiencia televisiva) que se integra en el carácter exhibicionista de la serie. La superficie de los personajes (unidimensionales hasta entonces) empieza en el cuarto episodio a revelar su complejidad, los paralelismos con la actualidad toman forma (el contrabando de alcohol versus el narcotráfico actual), y ciertos toques estilísticos ya no son una exhibición de poderes, sino decisiones al servicio del drama. Nos gustan especialmente las citas, a la Scorsese, al cine americano del periodo, con fundidos de entrada y salida del episodio al estilo Griffith, o con la proyección de una comedia de Fatty Arbuckle sobre la prohibición. Nos gusta Nucky Thompson (perfecto Steve Buscemi) porque es complejo y contradictorio, lo que lo hace aún más intrigante, como si aún le quedaran muchos rostros que mostrar.