Alicia Giménez Bartlett. Foto: Antonio Moreno
En la noche de Reyes se alzó con 67° edición del Premio Nadal con 'Donde nadie te encuentre'
Pregunta.- Acabar esta novela, que tanto se le ha resistido, imagino que le ha habrá producido una especial satisfacción, ¿no?
Respuesta.- La verdad es que sí. Cuando tuve por primera vez la biografía de la Pastora de José Calvo me entró un furibundo ataque creativo. Veía tantas posibilidades que durante un año trabajé como nunca no la había hecho, horas y horas... Significaba escribir sobre un tema que había pospuesto tantas veces que cuando puse el punto final me sentí muy bien.
P.- ¿Puede decirse que la Pastora fue víctima como mujer y se vengo como hombre?
R.- Es una bonita interpretación. No lo había pensado así. Cuando estuvo en prisión le hicieron unos estudios médicos que aclaraban que se trataba de un falso hermafrodita. Genéticamente era un hombre. Desde joven vivió una crisis de identidad brutal, en medio de una España y rural y atrasada. Siempre estuvo marginada y sufrió constantes burlas. Hasta que entró en el maquis. Allí la trataron como a un compañero más.
P.- La leyenda dice que tiene 29 asesinatos a sus espaldas. ¿Mataba por resentimiento?
R.- Esas muertes nunca se pudieron demostrar ante los jueces, en los consejos de guerra en que se la juzgó. Aunque tampoco se demostró lo contrario: que no las cometió. Ella no entró en el maquis por convicción ideológica, sino por deseo de venganza. Rompió algunos palos en las cabezas de quienes se habían burlado de ella. Y a la Guardia Civil le tenía un fuerte odio, porque presenció muchos de sus abusos.
P.- ¿Qué valor representativo tiene de la época de la posguerra?
R.- Ella es protagonista de una de esas historias que sólo pueden ocurrir en España. Si Spielberg hubiera nacido aquí rodaría 400 películas cada semana con este material. Alucinaría. Sólo el planteamiento de unos hombres asilvestrados en la montañas vigilando a las patrullas de la Guardia Civil por los caminos es tan apasionante y tan cinematográfico...
P.- La trama la concentra en tres meses de 1956. ¿Por qué en ese periodo tan breve?
R.- Porque ese es el periodo en que la buscan dos personajes, no para denunciarla ni entregarla, sino por interés científico, uno, y por dinero, el otro. Su búsqueda en las montañas les depara muchas aventuras. Además, en esa fecha es cuando sale de su escondrijo, después de dos años sola en el monte, para ir a trabajar a Andorra.
P.- ¿A qué achaca la omertá que existe en torno a su figura en el Maestrazgo?
R.- Ella les recuerda un pasado muy duro y el enfrentamiento civil. Además, imagino que no quieren que se les identifique con algo tan truculento.
P.- ¿Diría que es una novela negra?
R.- No según el sentido clásico del género. Pero por deformación profesional sí he mantenido el suspense a lo largo de la narración para llevarla a un final con sorpresa.
P.- ¿Cree que la concesión del Nadal ampliará la valoración de su obra, quizá demasiado centrada en su saga de Petra Delicado?
R.- Quizá sí, pero te advierto que no reniego para nada de mi faceta negra. Gracias a Petra Delicado tengo un contacto muy fácil con mis lectores, que casi la consideran de la familia. El mundo de la novela negra está tan desacralizado que es muy agradable. Nos juntamos por ahí, en festivales, y nos pegamos buenos whiskazos. No quiero renunciar a eso por ser una escritora más selecta.
P.- Al recoger el premio le hizo un bonito guiño a Ana María Matute...
R.- Es una gran escritora y también es nada solemne. En las entrevistas que le hacía tras el Cervantes casi nunca hablaba de ella; hablaba de los autores que le gustan, de los restaurantes donde se comen bien... Es sencilla y generosa, y eso hay que aplaudirlo siempre.