El Cultural

El magnetismo de Luther

28 enero, 2011 01:00

En el segundo capítulo, el atormentado detective de homicidios Luther juega con el suicidio al borde del tejado de la comisaría. Las alturas de Londres en el horizonte. Sabemos que no lo va a hacer. La serie acaba de empezar y él es el protagonista. Sin embargo, su crisis es real, hemos podido sentirla en el contundente primer episodio, y por eso no podemos estar del todo seguros de que no vaya a hacerlo. Las series juegan constantemente con formas para dislocar la narración tradicional. Luther no va de eso, o no sólo de eso, pero gestiona el componente dramático con gran eficacia, de modo que el fatalismo se presenta en cualquier momento y no por ello deja de convencernos. Seguramente esa convicción de la serie con la que narra no sería posible sin Idris Elba, el actor negro que da vida a Luther, el Stringer Bell de The Wire. Gran parte de su magnetismo procede de su pura fisicidad, de los movimientos bamboleantes, torpes y ágiles, de un cuerpo que se arrastra entre la pesadumbre y la inteligencia.

Luther es Idris Elba, por lo tanto. Luther el personaje y Luther la serie. Es un investigador de naturaleza impredecible, dotado de una gran inteligencia pero también de un fuerte temperamento, que se traduce en incontrolables ataques de ira. Tras su reincorporación al cuerpo después de haber sido investigado por presunta negligencia laboral, su exmujer, de la que aún está enamorado, le confiesa en el capítulo piloto que está con otro hombre. El personaje comienza su recorrido en lo más profundo de su arco emocional. El cuerpo le pesa. La mente le tortura. Automáticamente nos sentimos de su lado. Un poco a la manera de Dirty Harry, con su presencia amenazante, siempre a punto de explotar, no responde a las autoridades, juega con sus propias reglas, se obsesiona con los criminales que persigue... Hay algo que le distingue de Callahan, sin embargo: su talento como interrogador. Las típicas sesiones de interrogatorio de los dramas policiales adquieren una insólita frescura en Luther. Idris Elba es un actor cuyo magnetismo no desaparece cuando se sienta y escucha, cuando calla y reflexiona.



Aparte de que Luther nos traslada de los acostumbrados escenarios norteamericanos en los que acontecen la inmensa mayoría de policíacos televisivos a un Londres gris y de amplios y fríos espacios, la estética está muy alejada de la naturaleza televisiva americana. La serie exhibe una distinción europea en su áspera fotografía, en la forma de encuadrar los planos (los rostros casi nunca ocupan el centro del cuadro, sino sus márgenes), de montar las escenas de acción, de construir la puesta en escena y jugar con la abstracción de los espacio... El noir británico también descansa en una fuerte tradición cinematográfica -Hitchcock, Carol Reed, Joseph Losey, Alexander McKendrick y hasta Guy Ritchie-, y la de Luther se remonta por supuesto a la literatura de Conan Doyle, George Simenon o Agatha Christie. Luther no oculta sus clichés, pero sí se esfuerza por darles vida, por adaptarlos a la contemporaneidad y hacerlos convivir con otros géneros. La sensual intro, con música de Massive Attack, invita a una atmósfera propia de la saga de James Bond (donde la ficción hiperbólica se impone al realismo descarnado), pero en la serie nos enfrentamos a dramas (y a escenas) cuya épica y gravedad tienen un tratamiento casi bergmaniano.

En este drama criminal de la BBC, creado por Neil Cross, la muerte sigue teniendo un valor. Algo raro en estos tiempos de simulacro. De hecho, es el único valor de conducta por el que se mueven los personajes. El capítulo piloto de Luther establece las desdibujadas fronteras del héroe y el villano (sin duda uno de los elementos más turbadores de cualquier drama criminal), y lo desarrolla con inteligencia durante los seis capítulos de la primera temporada (habrá una segunda). Se centra en la complicada relación que mantienen Luther y Morgan, una sociópata superdotada que ha asesinado a sus padres. Luther sabe que ella es culpable, ella sabe que él lo sabe, pero él no puede probarlo. Fin del caso. Sin embargo, articulan una tensa relación de competitividad, basada en su afinidad como outsiders y en la fascinación que se ejercen entre sí, ahora que han descubierto un adversario a su altura. En verdad, es el inalienable miedo a sentirse solos los que les mantiene unidos. Cuanto más intervienen por controlar el destino de sus vidas, más se les escapa de las manos. Morgan no cree en el amor. Luther, sí. Y esa es otra de las piedras angulares sobre las que se edifica la trama emocional de la serie. Mientras Morgan se inmiscuye en la vida privada de Luther (especialmente en la de su exmujer Zoe), éste solicita la ayuda del brillante cerebro de Morgan para investigar algunos casos. "Quid pro quo", como exigió Hannibal Lecter. No es una relación sexual, sino intelectual. La aleación de ambos cerebros convierte a esta serie británica en uno de los más felices descubrimientos de la temporada.