Digan lo que digan, la industria audiovisual norteamericana tiene verdaderos autores. Aaron Sorkin es uno de ellos. Alguien que siempre ha trabajado en los bastidores. Es su especialidad. No sólo porque su visibilidad está siempre en segundo plano (como creador de series y guionista de cine), sino sobre todo por su especial talento para crear ficciones, estrechamente ligadas a la realidad, en torno a los mecanismos y actividades que hay detrás de cualquier espectáculo, acontecimiento o fenómeno. Es como una especie de Robert Altman, un observador nato con una extraordinaria visión poliédrica del mundo, un narrador ágil y ambicioso, un dialoguista mordaz, capaz de explicar el funcionamiento de un sistema a partir de los comportamientos humanos (sentimentales y morales) que forman y dan vida a ese sistema.



Aaron Sorkin seguramente se llevará el Oscar por el guión de la prodigiosa La red social, basado en el libro Millonarios por accidente, de Ben Mezrich. He vuelto a ver la película de David Fincher estos días sólo para confirmar mi convencimiento de que el guión cinematográfico da un nuevo salto de calidad y complejidad en manos de Sorkin mediante su incisivo análisis de la creación de Facebook. Y también para fantasear con la idea de que algún día se hará una serie televisiva basada en este apasionante relato, de manera que se pueda representar con el detalle que requiere. En todo caso, el filme es asombrosamente rico en detalles. La red social es una película hablada, un guión de más de 160 páginas extremamente barroco, con diálogos velocísimos y una estructura endiabladamente inteligente, que invita al espectador a resolver pequeños misterios desde la inducción, sin necesidad de entrar en aburridos discursos explicativos o monólogos esquemáticos, y sobre todo evitando juzgar a sus personajes. El golpe maestro del guión es su escena de apertura y su escena final, casi clónicas, en las que Sorkin introduce el verdadero "rosebud" de Mark Zuckerberg (interpretado por Jesse Eisenberg), es decir, ese impulso inconsciente de su personalidad que activó su genio informático para inventar facebook. [Por cierto, no hay que perderse el encuentro por primera vez entre Mark Zuckerberg y Jesse Eisenberg en Saturday Night Live del pasado 29 de enero].





El guión de La red social es un prodigio del cálculo para crear una apariencia desordenada, es un perspicaz comentario de nuestro mundo, de la dinámica comunicativa de las redes sociales, de la imposibilidad de "contar" la realidad por el simple hecho de que la realidad no es solo una. Ya en el guión de Zodiac (escrito por James Vanderbilt), David Fincher llevaba al cine esta idea, rompiendo la tradición del thriller cerrado y conclusivo mediante la historia real de una investigación que fracasó, pues nunca pudo atraparse (identificarse) al "Asesino del Zodiaco", por mucho que en determinado momento (y así lo muestra la película en una escena magistral) los detectives le tuvieron delante de sus narices, convencidos de su culpabilidad. Pero una cosa es la verdad y otra disponer de pruebas sobre ella. Es muy razonable que Fincher escogiera a Sorkin para escribir La red social, pues su trabajo en televisión ya viene desde hace años manejando esta idea de carácter casi filosófico en torno al relato cinematográfico, que por fin se enfrenta a la imposibilidad de "explicar el mundo", y por lo tanto su obligación de acercarse a la borrosa realidad desde diversos puntos de vista, con una sensación visceral de que el tiempo se mueve a un ritmo implacable, precisamente para arrastrar al espectador a esa indiscernible realidad en la que ninguna versión es verdadera o falsa, si bien todas son igualmente válidas.



Todos estos principios aplicados al relato audiovisual (sea cine o televisión) son un verdadero desafío para cualquier guionista experimentado, pues la complejidad no debe estar reñida con la claridad ni, por supuesto, con el ritmo. Y eso es lo que siempre nos proporciona Aaron Sorkin: complejidad, claridad y ritmo. Es una garantía. Los diálogos mordaces y aparentemente desordenados de sus series -Sports Night, El ala oeste de la Casa Blanca y Studio 60 on the Sunset Strip- avanzan hacia esa idea de retratar un mundo de representaciones a través de lo irrepresentable, lo que no se puede mostrar, lo que nunca se ve. Las tres series versan sobre el entorno oculto tras el mundo visible, es decir, las bambalinas del espectáculo, sea éste un show televisivo o el teatro político. En Sports Night (1998-2000, 42 capítulos, ABC) se centraba en los entresijos de un programa de deportes con capítulos de veinte minutos que a veces tenían más contenido que muchos largometrajes. Quizá una de las principales razones de que la serie no tuviera un gran éxito (aunque llegó a la tercera temporada) es que se adelantó a su tiempo en términos de cadencia escénica. Se le achacó a la serie que avanzaba demasiado rápido para el público televisivo del momento. Esto responde al modo en que los personajes, como salidos de una comedia de Howard Hawks, prácticamente escupen los diálogos, y cómo este retrato del periodismo deportivo (que viene a conformar un microcosmos de la sociedad norteamericana) va añadiendo capas y capas de significados a veces difíciles de digerir o asimilar.





De la redacción del Continental Sports Channel, Aaron Sorkin dirigió su atención a los pasillos de la Casa Blanca, su proyecto más ambicioso hasta la fecha. El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006, 154 capítulos, NBC) es a estas alturas un clásico. Y lo es por varios motivos. Las luchas internas y las crisis del presidente Jed Bartlett (Martin Sheen) son todo un comentario político a la era Clinton y la atmósfera pre-Bush, o a cómo se erige la leyenda de un presidente como Lincoln, pero es en términos escénicos donde la serie exhibe su mayor virtud. La firma de la serie es el "walk and talk", es decir, personajes que andan por pasillos, hablan entre ellos siempre en movimiento, se separan y vuelven a reunirse en los intersticios del edificio. Las conversaciones de pasillo se convierten en el elemento dinámico fundamental de la serie. Las paredes de la Casa Blanca, sus estancias populosas y vacías, son los bastidores de esa gran función teatral que es el mundo político. De ahí, Sorkin volvió a las bambalinas, al espectáculo televisivo.



La serie Studio 60 sigue las vidas personales y profesionales de la gente que trabaja y dirige un gran programa-espectáculo de comedia, Studio 60. Con una renovada mordacidad y elocuente incorrección política, la serie refleja el romance, la política y el delicado equilibrio entre el talento creativo, los actores y personalidades que actúan delante de las cámaras, y los estrambóticos ejecutivos de la cadena, que colisionan constantemente en el mundo del simulacro y la representación.



Ahora nos llegan noticias de que Aaron Sorkin está muy cerca de llegar a un acuerdo con la HBO para producir una nueva serie, que supuestamente transcurriría en los bastidores de una cadena de noticias al estilo CNN.