Jaime Martín.
Esta tarde debuta como titular de la Orquesta de Cadaqués en el Auditorio
El director y flautista Jaime Martín (Santander, 1965) no se ha recuperado aún de su primer contacto con la música. Tenía ocho años cuando su padre lo llevó a un concierto del antiguo Festival de Santander, el de la Plaza Porticada. "Cada nota era como una ráfaga que me sobrecogía y zarandeaba por dentro", recuerda. Ya en el verano de 1982, y en mismo enclave revelador, cuna de su melomanía, le sonó su primera flauta.
"Tocaba Jesús López Cobos y aproveché el tumulto para sacarle brillo al instrumento delante de un cestillo improvisado en el que sólo caían duros" . En uno de los descansos del concierto (el oficial), apareció Alfonso Aijón, presidente de Ibermúsica, que "patrocinó" su hazaña callejera con mil pesetas de la época.
Tres décadas después, el entonces flautista y el promotor se reencuentran en el Auditorio Nacional (Beethoven, Dvorák) para el concierto de investidura de Jaime Martín como nuevo titular de la Orquesta de Cadaqués, una de las canteras más provechosas de talento musical en España. Y el martes repite en Zaragoza.
Pregunta.- ¿Siente que salda una cuenta pendiente con el destino el concierto de esta tarde?
Respuesta.- Creo que, de alguna manera, se cierra un círculo. Aijón y yo volvemos a vernos casi 30 años después. Nos encontramos en aquella antigua versión del Festival de Santander que llenaba de gradas la Plaza Porticada. La acústica, desde luego, dejaba bastante que desear.
Se colaban ruidos de moto, la lluvia sacudiendo el techo y, en cierta ocasión, hasta unos manifestantes a favor de Palestina. Pero tenía su encanto. Yo había quedado para tocar fuera con un amigo del conservatorio. Nos echaban duros y poca cosa más. Hasta que salió don Alfonso, que aguzó el oído y se sacó un billete de la cartera. Yo sabía quién era, y a él no se lo olvidó mi cara. El concierto de esta tarde es una prueba de su confianza en mí y en el proyecto de una orquesta magnífica.
P.- Una masía, dicen.
R.- La verdad es que desde su fundación en 1988 nos hemos mantenido en unos niveles más que aceptables de calidad apostando siempre por el crecimiento.
No queremos fichar a un director o a un concertino estrella que nos lance, sino generar nuestro propio talento. En todos los órdenes. Del último viola al director.
P.- Su Concurso Internacional de Dirección les ha permitido conocer a un millar de candidatos. ¿Qué perfil gusta más a los músicos?
R.- Hay de todo. Dirigir no es un arte, sino mil.
Hace apenas tres años que debuté en el podio y cada vez que me cruzo en un auditorio con un director no pierdo ocasión de trasladarle mis dudas o plantearle alguna cuestión, partitura en mano. Los hay que hablan y se explican mucho. Y otros, en cambio, que lo transmiten todo con una mirada. Por lo general, éstos prosperan más que los otros.
P.- Y, frente al espejo del camerino, ¿a quién le gustaría parecerse?
R.- Si se pudiera copiar, le aseguro que todos seríamos Carlos Kleiber . Zubin Mehta solía bromear diciendo que dirigir es saber correr detrás de una orquesta. Se refería a que es algo verdaderamente complicado y agotador. Requiere de una tremenda capacidad de comunicación.
P.- También hay podios funcionariales.
R.- En todos los ámbitos hay impostores o gente que ha perdido la ilusión con el paso de los años. Cuando empecé a acariciar la posibilidad de dirigir me apunté a un curso que impartía un conocido maestro.
Y digo maestro y no su nombre real porque aquella parecía una clase de coreografía con los brazos .
P.- Hubo batutas que fueron verdaderos cetros. ¿Cuánto pesa la suya?
R.- Para serle sincero,
más que autoridad, la batuta me proporciona libertad. No me ata a ninguna idea concreta acerca de la música, sino que me da alas para sobrevolarla.
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