Durante casi dos años, Joaquin Phoenix, uno de los actores más carismáticos de Hollywood, vivió una extraña aventura pública y personal, al anunciar su abandono del cine, para dedicarse a una nueva carrera como músico hip-hop. Con un horroroso cambio de look, que olvidaba todo glamour para mostrar una imagen barbuda y descuidada, Phoenix hizo notorias apariciones televisivas, actuó como cantante, pretendió grabar su primer disco bajo los auspicios de una estrella de la música negra, sorprendiendo a propios y ajenos con una actitud tímida y extravagante, rayana en el autismo.



Este proceso, que le enfrentó con el Star System, convirtiéndole en chiste recurrente, fue documentado cinematográficamente por Casey Affleck, constituyendo la esencia de I'm Still Here, una de las propuestas más interesantes de la temporada... Y un auténtico "fraude", que cuestiona las convenciones no sólo del documental, sino del concepto de realidad en el siglo XXI.



El cambio de rumbo personal y artístico de Phoenix era un montaje. Una ficción tan elaborada como el viejo Hombre de Piltdown, y que, como aquélla, engañó a la mayor parte de los medios de comunicación y sus popes. I'm Still Here es un "falso documental" -lo que los anglosajones llaman mockumentary-, cuya supuesta frescura y autenticidad, son, en realidad, producto de una elaborada ficción que, antes de llegar incluso a la pantalla, fue vivida por sus protagonistas (no sólo por Phoenix, también por sus cómplices) como si de la "realidad" se tratara. Juego de espejos pirandelliano, que obliga a mirar más allá de la broma. Que si lo es, lo es también con la artera naturaleza de las bromas situacionistas de los 60.



Hoy, el "falso documental" se ha convertido en género por derecho propio. No faltan ejemplos históricos -desde el cine mondo hasta obras maestras inclasificables como el Fraude de Welles-, pero lo cierto es que, especialmente a partir de El proyecto de la Bruja de Blair, combinar de forma inextricable la apariencia de realidad y las técnicas documentales con una historia ficticia, dotándola de nueva convicción y capacidad para suspender la incredulidad del espectador, ha pasado a ser un tópico entre los estrenos del año. Aunque muchos de los títulos que explotan este hiperrealismo cinematográfico suelen inscribirse en el cine de terror -aplicando una técnica literariamente empleada por Lovecraft hasta el virtuosismo-, era inevitable que llegara a otros campos. Con I'm Still Here, que muchos siguen tomando por auténtico documental, su sofisticación raya en lo patológico, ya que el propio Phoenix representó en su vida cotidiana el papel que se había asignado para la película, fundiendo y confundiendo por completo los límites entre arte y vida, que empezaran a tambalearse en el siglo XIX, con Baudelaire, Wilde y los decadentes.



En un mundo donde el sueño de Warhol -los quince minutos de fama para todos- son nuestra pesadilla cotidiana, lo más relevante de este experimento es cómo evidencia la inconsistencia de nuestras categorías ontológicas y, más aún, cómo la persistencia del mapa mediático sobre y por encima del mundo fenomenológico es capaz de hipnotizarnos hasta hacernos perder la capacidad de distinguir entre ficción y realidad. Entendida como certera resquebrajadura en el espejo de Matrix, I'm Still Here es, más que una película, un acto de terrorismo cinematográfico, justo y necesario. Aunque quizá inútil.