Julio Manrique

Confiesa Julio Manrique que para dirigir una obra de Mamet hay que ser más un detective privado que un director teatral. Lo dice con conocimiento de causa: ha puesto en escena tres piezas del autor norteamericano, "un clásico ya del teatro contemporáneo": Los bosques, una versión de El jardín de los cerezos de Chejov y American Buffalo . Con esta última llega ahora a las tablas de la Abadía, tras pisar -con paso firme, según la crítica- las del Lliure. Para Manrique los textos de Mamet están plagados de pausas y silencios "muy siginificativos" que "hay que llenar". Esto es, esclarecer. Sólo así puede llegarse a comprender la complejidad de sus tramas, en las que los personajes -su conducta y sus acciones- son el principal elemento, muy por encima de posibles mensajes más o menos políticos.



Pregunta.- Afirma que esta obra le ha obligado a ser más un detective secreto que un director. ¿Por qué?

Respuesta.- La obras de Mamet no permiten ni piden demasiada creatividad al director, ni tampoco puestas en escenas demasiado metafóricas. Sus textos son partituras muy precisas, muy bien escritas. El trabajo está en descifrar la acción y los comportamientos ocultos de los personajes que tejen la obra. Hay que hacer una lectura muy minuciosa para comprenderlo.



P.- Y esclarecer el sentido de sus silencios, de sus pausas, ¿no?

R.- Sí, los silencios en sus obras son muy elocuentes y muy teatrales. Mamet es autor que ofrece pocas acotaciones. El director se tiene que espabilar. Él no te dice cosas como "y tal actor se levanta y coge un vaso". Lo que sí hay es muchas pausas, muy poéticas y muy musicales, con una función dramática clave, que hay que intentar llenar, para comprender la acción y las intenciones de los personajes.



P.- La acción y los personajes están, precisamente, muy por encima del mensaje en Mamet.

R.- Mamet les da mucha libertad a los personajes. Les deja respirar, crecer, los mete en líos, los hace luchar, discutir... Y de las fricciones entre ellos surge la obra. Cada espectador que puede sacar sus lecturas, porque Mamet escribe teatro no ensayos.



P.- Pero en American Buffalo subyace una crítica a la cultura segregación tan marcada que se hace en Estados Unidos entre ganadores y perdedores.

R.- No hay ningún mensaje explícito, él se limita a exponer una serie de hechos. La obra retrata esa mitología fundacional americana, propia del Oeste, en la que hay una constante lucha por el espacio y por el poder. Todos buscan su hueco y para eso tienen que sobreponerse al resto de competidores. Y con el que pierde no hay compasión. Mamet no es un autor politiquero, pero sí parece sugerir que este modelo no le parece justo. La crisis del capitalismo de nuestra época le da a la obra, además, una vigencia directa.



P.- ¿Cómo valora American Buffalo en la trayectoria de Mamet?

R.- Fue la obra que los disparó, su primer éxito contundente. Quizá luego se haya superado con Glengarry and Glenn Ross, Oleanna, El criptograma... Quizá sean más redondas, pero American Buffalo tienen una electricidad muy poderosa. Él luego ha reconocido que refleja un momento de su vida en que le gustaba pasar por un chico malo y jugar al póker en antros llenos de alcohol y humo. Él quería retratar ese ambiente canalla aunque luego se dio cuenta de que, en realidad, escribió una obra sobre la familia, la que forman los tres personajes protagonistas.



P.- Algunos críticos aseguran que su obra se ha desinflado en los últimos años.

R.- Estoy de acuerdo, sus últimos textos no están a la altura de sus grandes obras. Su última buena obra fue Matrimonio de Boston. Noviembre y su versión de Fausto no me han interesado tanto. No sé a qué atribuir este bajón. Quizá es que simplemente no se pueden escribir grandes obras siempre. Pero cualquier día puede sorprendernos con otra obra magistral. Para mí Mamet es ya un clásico contemporáneo, como Pinter, que se seguirá representando por muchos años.



P.- Antes los demócratas lo tenían como una de sus banderas culturales, pero él se ha revuelto contra ellos. ¿Cómo ve ese tránsito ideológico (real o percibido)?

R.- Él siempre ha intentado ir por libre. Le jode mucho que le coloquen en grupos. Su caso recuerda un poco al de Boadella, crítico constante de la progresía cool y estupenda pero, en su opinión, llena de hipocresía y dobleces. Es un cabreo que viene ya de muchos años. En el fondo es un gran provocador. Un ejemplo es su libro Verdad y mentira. Herejía y sentido común en el oficio de actor en el se carga el método Stanislavski y a sus seguidores. Algunos dicen que ahora se está pasando de la raya y que se ha hecho un facha. No sé, prefiero no enterarme.



P.- ¿Qué teatro vamos a ver en el Romea cuando tome sus riendas en septiembre?

R.- Pues Mamet es un tipo de autor que da bien la medida de lo que quiero que sea mi proyecto. Quiero que se vean autores contemporáneos pero ya consagrados. También estarán autores clásicos, pero vistos desde perspectivas contemporáneas. No creo que el Romea sea lugar para experimentos. No quiero ponérselo demasiado difícil al público pero tampoco quiero ser complaciente con él.



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