Eusebio Lázaro junto a las actrices Ana Marzoa y Yolanda Ulloa. Foto: Luis Malibran
El director, actor y dramaturgo estrena hoy su última obra en el Festival de Otoño en Primavera
Pregunta.- Las más fuertes es a) un homenaje a la mujer, b) una obra reivindicativa, c) una pieza feminista.
Respuesta.- No es tanto un homenaje, aunque trabajar con mujeres para mí ha sido un privilegio. Surge de unos textos que escribí para una actriz con la que tuve una relación hace tiempo y que me parecieron buen material dramático. Muestro la lucha de dos mujeres en distintos momentos de su vida, una lucha que siempre tiene más esfuerzos que la del hombre. Enfoco estos problemas desde una perspectiva más real que reivindicativa, es un teatro contemporáneo por la forma de exponerlo, por lo despojado de la situación.
P.- Decidió desdoblar el texto original y contar con dos actrices, Ana Marzoa y Yolanda Ulloa, para exponer esa lucha femenina.
R.- Sí, por una parte Ana interpreta El premio, un texto que es muy Chéjov porque muestra una situación estridente pero siempre tomada con humor. Ella desvela episodios intensos de su vida como actriz en los momentos antes de recoger un premio y rememora los personajes que ha interpretado. A la vez bebe y eso le va dando un sarcasmo con el público se ríe. Estaba claro que el papel era para Marzoa porque ella tiene ese registro amplio y variado. La parte de Yolanda es más de Escenas de matrimonio, de Bergman, sobre una relación que se rompe pero que mantiene la dependencia artística.
P.- En la parte de El Ensayo usted interpreta a la otra cara de la relación y a la vez al director de escena y macho dominante.
R.- Él es un hombre culto pero con prejuicios, practica un machismo sutil. Ella tiene un discurso más tierno y le dice que las relaciones no tienen por qué ser de dominación. Es que las mujeres no tienen por qué seguir los patrones de los hombres. Lo que de verdad transmite la obra es que la lucha por los derechos civiles es fundamental y la mujer tiene que encontrar sus derechos sin perder su feminidad. La sociedad que tiene a la mujer supeditada no es una sociedad libre.
P.- ¿Y cómo nos va en España?
R.- España ha dado un enorme salto desde que yo era un chaval. Aquí había una situación de dependencia absoluta. Era una relación no muy lejana al fundamentalismo islámico. Cuando viajé a Irán me recordó a mi juventud en Cartagena, donde las mujeres llevaban velo y a veces durante años si se moría alguien. Lo que ocurre es que en esa transición de una sociedad hacia la igualdad hace falta un cambio de mentalidad en la manera de relacionarse como pareja, en la sexualidad, sobre todo en las clases con menos acceso a la cultura, en los ámbitos rurales... En esos campos los hombres no pueden concebir que de pronto sus mujeres les digan que son unos tiranuelos y que se separan, porque las matan.
P.- Todos los días, por desgracia.
R.- Esos ministerios de igualdades en vez de dedicarse a las terminaciones femeninas y masculinas deberían haberse preocupado de hacer una labor didáctica. Que sigan muriendo mujeres porque no se ha entendido el cambio de relación en la pareja es más grave que el hecho de que el hombre pueda ascender más fácilmente en la oficina, aunque sean cosas que vayan juntas. Hay un momento en la obra que habla sobre este problema, sobre la indiferencia que hay ante este tipo de noticias.
P.- ¿En el teatro o en las artes en general las mujeres lo siguen teniendo más difícil?
R.- Sí, es una cosa de siglos. Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que meterse en un convento para que la dejaran escribir tranquila, lo que quería era tener su biblioteca. Hasta hace no mucho no había mujeres compositoras o directoras de orquesta. Hoy en muchos campos artísticos ya no existe esa traba y hay muchas mujeres al frente de instituciones culturales que son estupendas. Hay muchas barreras caídas al margen de algunas instituciones anquilosadas, como la Real Academia Española. Lo grave, grave es que en la fábrica cobren menos que un hombre.
P.- Y, en cambio, nombran a Helena Pimenta directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y hay quien insinúa que su nombramiento se debe a que es mujer.
R.- Me parece una muestra de estulticia que lamento mucho. Es una mujer que vale mucho, muy rigurosa con su trabajo. Es lo mismo que en Mérida con Blanca Portillo, hablamos de dos personas de talento y tampoco hay tanto talento masculino en el mundo del teatro.
P.- Dejando atrás las cuestiones de género, Las más fuertes es una obra limpia en los medios, despojada, como usted ha definido. ¿Estética o crisis?
R.- Es más una decisión estética, no es minimalismo sino "no acumulación", trato de evitar la decoración. El espacio escénico tiene que encontrar metáforas conceptuales. Esa tendencia de nuevos ricos de los 90, con cascadas o maquinarias que se movían mientras un actor recitaba un monólogo de Shakespeare ya no es necesaria. El decorado decimonónico ha pasado a segundo plano incluso en la ópera. Pero, claro, lo fácil es poner a todo el mundo en jeans, y no puede ser, hay que encontrar la metáfora. Sobre la crisis, me da la sensación de que se han eliminado compañías semipúblicas y se sustituyen por unas políticas menguadas, de cortos vuelos y bastante miopes, dedicadas a distribuir pequeñas ayudas, ha sido una pena.
P.- Hay mucha gente del teatro contenta con esas nuevas políticas, con las coproducciones con el CDN, por ejemplo.
R.- No conozco mucho la situación ahora porque hace tiempo que no pido una ayuda. Pero aquellos profesionales que hacíamos un esfuerzo para subir cosas más complejas a los escenarios ya no podemos plantearlas. Las ayudas han tenido una dispersión que no conduce a nada bueno. La cultura debía tener unas instituciones más continuadas, como sucede en Europa, al margen de los cambios políticos. Y no es queja, yo detesto la cultura de la queja, los creadores tenemos que tener una actitud más constructiva, la sociedad lo va a agradecer.