Juan Villoro. Foto: Domènec Umbert.

Presenta hoy junto a Sergi Pamiès en La Central del Raval de Barcelona (19.30) su libro '8.8: El miedo en el espejo'.

La obra de Juan Villoro (México D.F, 1956) está sacudida por diversos terremotos. También su biografía padece ese tambaleo cíclico. Literatura y vida son, en su caso, dos placas que chocan violentamente y provocan una agitación tectónica en su conciencia de escritor. Los seísmos jalonan la cronología de sus crónicas imaginarias reunidas en Tiempo imaginario, marcan el aprendizaje vital del protagonista de Materia dispuesta y, en su primera obra de teatro, Muerte parcial, están en el arranque de la trama. El autor mexicano ha sobrevivido a los que se produjeron en México en 1979 y 1985. Y el azar ("no la Providencia") le citó con otro el 27 de febrero en 2010 en Santiago de Chile, donde había acudido para participar en un congreso de lengua y literatura infantil. Cuando le dejaron de temblar las manos, semanas después, se puso a escribir 8.8: El miedo en el espejo, su último libro, porque, confiesa, "no puedes sobrevivir a un cataclismo sin que vengan palabras a tu mente".



Pregunta.- ¿Cómo es eso que dice de escribir "con un sismógrafo en el alma"?

Respuesta.- En 1985 la Ciudad de México fue devastada por un terremoto. Hasta entonces, los seísmos no me parecían una amenaza grave, incluso me divertían. En el 85 cambió por completo nuestra forma de vida: si el agua se mueve en un vaso piensas que se acabará el mundo. Esta reacción instintiva nos predispone al miedo. El terremoto de Chile es el sexto más fuerte que ha ocurrido en la Tierra, desde que se miden terremotos. Los mexicanos que estuvimos ahí, teníamos el alma hecha trizas (además, ignorábamos que la arquitectura chilena es una forma del milagro, que lo resiste casi todo).



P.-¿Cuál de estos terremotos le ha causado más pánico?

R.-Lo grave del terremoto mexicano fueron las consecuencias. La sacudida fue fuerte y prolongada, pero leve en comparación con la de Santiago. Sobreviví el terremoto de Chile en un séptimo piso: las paredes se abrían, el mármol del baño se desgajaba, la materia perdía su forma.



P.-¿Por qué cree que en su literatura los seísmos son un elemento recurrente? ¿Es algo consciente o inconsciente?

R.-Las grandes catástrofes generan literatura. No puedes sobrevivir a un cataclismo sin que vengan palabras a tu mente. Nos quedamos atrapados en Santiago porque el aeropuerto estaba dañado. Esos días se convirtieron en una terapia de grupo o un taller narrativo. En el hotel sólo hablábamos de lo que había pasado, las premoniciones que unos habían tenido, la forma en que el miedo apareció para otros, los sueños extraños de esos días. Para recuperar el sentido de la realidad necesitas historias. Los náufragos siempre son elocuentes.



P.-¿Siente que detrás de su casual presencia en Chile el día del terremoto hay una especie de sino?

R.-Está de moda convertir al azar en la versión laica o light de la Providencia. No creo en una predeterminación para lo que sucede: la naturaleza es caótica, impulsiva, irresponsable. Pero una vez que actúa debes aprender sus enseñanzas y aquilatar las consecuencias. Sobrevivir es una puesta en blanco, una segunda oportunidad. No hay salvación sin examen de conciencia. Mi libro surgió como una catarsis para tratar de ordenar lo sucedido y los desafíos morales y cotidianos de tener una "vida extra".



P.-Dice desconfiar de los que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo...

R.-Esa frase surgió en 1985. Acababa de concluir mi libro Tiempo transcurrido, que es una crónica ficticia de mi generación. Abarca 18 años de la vida en México: del movimiento estudiantil del 68 a la víspera del terremoto. Pero no quise aprovechar esa tragedia porque le daba un desenlace sensacionalista al libro. Además, estaba demasiado cerca del tema. Fui brigadista después del terremoto, uno de mis mejores amigos murió ahí; me pareció oportunista opinar sobre algo que no era otra cosa que un espanto. Durante 25 años aludí al tema en cuentos y novelas pero nunca lo enfrenté en forma directa. El temblor de Santiago me obligó a hacerlo. Sentí que al fin podía encarar el miedo que llevaba dentro sin ser victimista o tremendista. Había convivido con esa sombra lo suficiente para saber que es una compañía que en cierta forma me define.



P.-Antes del terremoto de 1985 confiesa que los seísmos incluso le gustaban...

R.-Sí, los confundía con los pasos de mi padre, que cimbraban la casa. El se separó de mi madre cuando yo tenía 9 años. Cuando la casa se movía, yo creía que mi padre había regresado.



P.-Afirma que "lo que el miedo destruye no se recupera de forma integral". ¿Qué destruyó dentro de usted el terremoto que no ha conseguido restaurar?

R.-La ingenuidad de estar a salvo, la certeza de que habrá un día siguiente y la confianza de que puedo dormir sin pijama porque ningún desconocido habrá de verme.

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