Me ocurre que comprendo el entusiasmo con Dexter, el personaje, pero no comprendo el entusiasmo con Dexter, la serie. He visto las cinco temporadas aunque ha habido varios momentos en los que he estado a punto de abandonar. En octubre comenzará la sexta temporada en la Fox. No es una serie que dé mucho de sí como formato de teleficción de calidad (la colocaría en un término medio), pero el personaje protagonista, el "asesino en serie más querido en América", según reza la promoción, es un gran hallazgo, o más bien una gran variante de la interesante nómina de asesinos del reino de la ficción, desde doctor Jekyll y el señor Hyde hasta el Estrangulador de Boston o Hannibal Lecter. Por supuesto, su actor, Michael C. Hall, que tuvo un importante papel en Dos metros bajo tierra, es un activo imprescindible. El personaje que interpretaba en la serie de Alan Ball guarda varias similitudes con Dexter, como su relación con los muertos o la pérdida precoz de su padre.
Si no fuera por Michael C. Hall, por su gloriosa encarnación/apropiación de Dexter, muy probablemente hubiera abandonado la serie tras su primera temporada. El primer inconveniente, grave, es que es demasiado previsible, mucho más de lo que puede permitirse una teleficción en estos tiempos. Aunque ha ido puliendo sus historias cada año, afinando ciertas evidencias y proporcionando algunos golpes de guión sorprendentes, el esquema general de cada temporada es el mismo: la relación de Dexter con un antagonista/cómplice, que va de su hermano hasta su discípula, pasando por la amante adicta, el amigo político y el homicida maestro. Todos estos personajes actúan en cierta forma como espejos deformados del propio Dexter, quien busca en ellos aquello que le pueda redimir, un lugar donde poder ser él mismo, donde sincerarse y compartir su verdadera personalidad. El segundo inconveniente es la pobre y también muy previsible evolución de los personajes secundarios. No voy a entrar en detalle, pues quien conozca la serie ya sabe a qué me refiero. Ni la hermana, ni los compañeros de trabajo, ni Rita han dado la talla. Sólo alguno de sus antagonistas, que son invitados especiales en cada temporada, como Jimmy Smits en la piel del político Miguel Prado y sobre todo John Lithgow como el asesino y padre de familia de la cuarta temporada, han logrado estar a la altura que exige un personaje tan complejo como Dexter. También me ha gustado la interpretación en la quinta temporada de Julia Stilles, una actriz que desde su aparición en Traffic de Soderbergh siempre me ha gustado.
La complejidad de la serie, por lo tanto, es la que proporciona su personaje protagonista, y es en verdad la única que puede seducirnos para llegar hasta el final. Dexter cautiva al espectador porque su esquizofrenia, su dualidad, es en cierta medida la dualidad que cada uno llevamos dentro. Forense policial y asesino en serie. Sus ocupaciones, además, son simultáneas, se retroalimentan, no podrían existir la una sin la otra. El estudio de la sangre se proyecta en el ritual de sus ejecuciones. Al contrario del personaje creado por Robert L. Stevenson, no abandona al doctor para convertirse en monstruo, sino que es ambas cosas a la vez. "Soy un monstruo". Él lo sabe, siempre lo ha sabido. Dexter es un ser sin emociones que actúa bajo un estricto código homicida (sólo descuartiza a asesinos, "a gente que se lo merece"), el llamado "código Harry" que le instruyó su padre (el fantasma shakesperiano que recorre la obra) con el fin de que pudiera sobrevivir y llevar una vida más o menos normal a pesar de su naturaleza homicida, a pesar del "pasajero oscuro" que lleva en su interior. Pero al mismo tiempo es un hermano mayor en quien poder confiar, un compañero de trabajo respetable, un amoroso marido y padre de familia, un vecino dedicado a la comunidad... ¿Cómo hacer todo esto verosímil?
Lo más interesante de Dexter es el modo en que los guionistas han sabido extraer un tono muy particular, quizá el único posible, a esa dualidad diablo-ángel del personaje, cuya brutalidad y sadismo irrumpen cuando nos hemos acostumbrado a cierta humanidad en su comportamiento, incluso a veces a su dulzura. En la segunda temporada se juega con la idea de retratar a Dexter casi como un superhéroe, "El Vigilante" de la bahía de Miami, un justiciero que sólo mata a elementos peligrosos para la sociedad, pero pronto la serie abandona ese camino. El tono que destila Dexter, y que convierte en su esencia, es el de la ironía constante. Los pensamientos interiores de Dexter, su voz en off -que es tanto narrativa como reflexiva-, se encargan una y otra vez de poner en cuestión la realidad, de añadirle macabros dobles sentidos. Su verdad interior es la que proporciona el drama y el humor, pues sólo se desprende de la máscara que lleva encima para mostrarse al espectador, quien no puede dejar de sentirse como su mejor y más eficaz cómplice.
En cierto modo, respecto a las simpatías que le dispendia el televidente, Dexter recorre el trayecto inverso de Tony Soprano o Walter White. Es decir, mientras estos van revelando temporada a temporada su lado más oscuro, su moralidad más denigrante, hasta convertirse en seres que nos vemos obligados a despreciar (cuando siempre les hemos admirado), con Dexter ocurre más bien lo contrario. La neutralidad afectiva de su personaje es la misma con la que nos vemos forzados a seguir sus peripecias, pero a medida que avanza la serie, y en contra de su propio convencimiento, vamos descubriendo cómo Dexter es mucho más humano de lo que imagina, es decir, que a fin de cuentas sí es capaz de sentir amor, o compasión, o cierta conexión con sus semejantes. Sujeta al transparente formato narrativo y a la conocida línea dramática que ha replicado en cada temporada, y sin que las mutaciones de los personajes hayan sido realmente sustanciales, la serie viene pidiendo una sacudida, un cambio de rumbo importante. La estrella invitada de la sexta temporada es Edward James Olmos, una buena noticia, y parece que la religión va a jugar un papel importante. Después de todo, Dexter como padre viudo con un niño que parece desarrollar su genética homicida, no pinta mal del todo.
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