Foto del estudio de Elena del Rivero tras el 11-S
El 11-S de 2001, Arcadi Espada estaba en una casa del Ampurdán hablando por teléfono con un amigo y creyó que lo que ese bromista le contaba sobre las Torres Gemelas era un chiste. A Ignacio Sotelo le avisó su mujer y pudo ver en directo, por televisión, el choque del segundo avión. Juan Avilés pensó que los edificios atacados eran las Torres Kio; Powell siguió los acontecimientos con sus alumnos de la Southern Methodist University y Félix de Azúa estaba en Londres, en casa de una amiga que veía en esos momentos una película de Bruce Willis: "No fue capaz de decirme nada, así que me fui a la ducha. Cuando salí, se estrellaba el segundo avión." El Cultural ha planteado a estos intelectuales cómo ha cambiado el mundo en esta década. Además, revisamos la influencia del 11-S en el arte, el cine, la música y estudiamos la arquitectura que está reinventado el perfil de NY y su Zona Cero.
Juan Avilés: El 11-S cambió el mundo porque reveló la inmensa letalidad potencial del terrorismo. Antes se decía que los terroristas mataban a pocas personas para aterrorizar a muchas, pero Al Qaeda demostró que para lograr el máximo efecto lo mejor es causar muchas víctimas. Desde entonces el terrorismo masivo es una amenaza para la que debemos estar preparados. En ese sentido específico el cambio es irreversible, pero en el plano más general de la política, la sociedad o la cultura, creo que se tiende a sobrevalorar el impacto del 11-S.
Charles Powell: Creo que a menudo se exagera la importancia histórica del 11-S. Ciertamente, los ataques a las Torres Gemelas se cobraron 2.977 víctimas -más que en Pearl Harbor- pertenecientes a 89 países, hecho sin parangón en la historia del terrorismo. Pero su impacto económico, por ejemplo, fue escaso. Con la perspectiva que nos ofrece el paso del tiempo, cabe pensar que el 11-S ocultó otros fenómenos más importantes, que sí pueden considerarse irreversibles. Pienso sobre todo en el auge de los BRIC (término que se acuñó ese mismo año), el declive relativo de EEUU, y la aceleración del proceso de globalización. En cierto sentido, la aparición de Al Qaeda fue un síntoma más de esto último, y de la creciente importancia de los actores no estatales en las relaciones internacionales.
Arcadi Espada: No, yo no creo en esa magnitud de cambios. Para poner un ejemplo: creo que la televisión, internet o la secuencia del Adn, sí los han propiciado. Pero desconfío de la capacidad de cambiar el mundo de este tipo de sucesos. Lo probable es que estos sucesos simbolicen los cambios. Más allá de lo que las matanzas terroristas suponen para los que pierden su vida, estos sucesos sólo son imágenes, síntesis.
-¿La crisis de la democracia y de la identidad nacional es una consecuencia inesperada del terrorismo islámico?
Ignacio Sotelo: De ningún modo, yo diría incluso que nada tienen que ver con el terrorismo. La crisis de la democracia representativa, con el papel preponderante de los partidos políticos, viene de antiguo, aunque hayamos sido conscientes de ello en los últimos lustros. En rigor, a la esencia de la democracia pertenece el encontrarse permanentemente en crisis. Una democracia viva exige cada vez más democracia y sobre todo otro tipo de democracia. Congelar la democracia en el modelo establecido es condenar de antemano su mejor calidad, la de ser perfectible. En cuanto la crisis de la identidad nacional no es un fenómeno que se constate por doquier, al contrario, parece que la identificación nacional de estadounidenses, ingleses y franceses, por dar unos pocos ejemplos que podrían extenderse a voluntad, sigue siendo fuerte. Incluso en España donde excepcionalmente se habla, y mucho, de crisis de la identidad nacional, proliferan los nacionalismos periféricos. Más que de carencia desazonante habría que hablar de metástasis cancerígena.
Powell: La pregunta me plantea varios problemas: no creo que exista realmente una crisis (global) de la democracia ni de la identidad nacional, ni me parece correcta la expresión terrorismo islámico, que da por buena la vana ilusión de Bin Laden y sus secuaces de representar a todos los musulmanes, motivo por el que es preferible hablar de terrorismo yihadista. En todo caso, es importante subrayar que este fenómeno no ha logrado destruir los sistemas democráticos contra los que ha atentado, y que, a pesar de algunos de los excesos cometidos en la (muy mal llamada) "guerra global contra el terror", las democracias han salido fortalecidas de su choque con el yihadismo.
Félix de Azúa: No lo creo. Quizás lo contrario sea más cierto: es nuestra inseguridad sobre la democracia y la identidad nacional lo que da fuerza a los islamistas y a los nacionalistas.
Espada: No. Tampoco creo que la democracia esté en crisis. De Pekín a Trípoli sólo se oyen gritos en favor de la democracia. Por desgracia tampoco estoy seguro de que la identidad nacional esté en crisis. Pero si lo estuviera sería a consecuencia de la extensión de la democracia.
Avilés: No creo que la democracia esté en crisis, ni que las medidas antiterroristas adoptadas hayan afectado de manera relevante a su calidad. Respecto a los problemas de identidad nacional relacionados con el tema, es decir la exacerbación del miedo al otro, cabe admitir que el terrorismo islamista ha contribuido a alimentar la xenofobia de algunos sectores de la sociedad europea. Pero no creo que el señor Anglada y sus pares sean xenófobos debido al terrorismo. Su actitud responde más bien al rechazo a convivir con gentes de diferente cultura y es por tanto una respuesta a los fenómenos de la globalización y la inmigración.
-El aumento de la población árabe en Occidente desafía nuestros prejuicios y fortalece, quizá, alguna certeza: ¿aceptar el velo en las escuelas y el burka en las calles es una muestra de tolerancia o de rendición?
Espada: Ni en nuestras calles ni escuelas, ni en las suyas. El concepto de espacio público (como el del derecho de intervención, al menos moral) es una de las grandes conquistas de Occidente. Se trata de un lugar de neutralidad que no es la suma de todas las convicciones privadas. Y mucho menos de los gritos privados. El espacio público regula la obligatoria intimidad de cualquier esvástica.
Azúa: Es una muestra de lo pendientes que están los políticos del telediario. Es perfectamente trivial que las niñas se cubran con un velo o lleven el ombligo al aire. No lo es tanto que se sepulten bajo un burka. Es obvio que lo primero carece de importancia y lo segundo es un espanto, pero los políticos no suben en el escalafón si tienen las ideas claras. Lo suyo es el embrollo.
Avilés: El establecimiento en nuestros países de una población con raíces culturales diferentes, como es el caso de los musulmanes, nos obliga a adaptarnos más rápidamente a un mundo globalizado. La convivencia quizá resulte más compleja de lo que esperan los optimistas, pero sin duda será más fácil de lo que piensan los xenófobos. En general la regla debe ser el respeto mutuo, pero en casos concretos no es fácil decidir. Yo opino que se debe aceptar el velo en las escuelas como una prenda de vestir que no ofende a nadie, y prohibir el burka como una muestra de humillación a la mujer y una amenaza potencial a la seguridad, ya que en los espacios públicos las personas deben dejarse reconocer.
Sotelo: El aumento de población musulmana en Europa -los menos son árabes- confronta a los más ignaros y más fanáticos con prejuicios racistas que hasta ahora se han mostrado muy difíciles de erradicar, hasta el punto de que la islamofobia se ha convertido en la forma actual de antisemitismo, pero también nos confirma en la certeza de que no hay que dar tregua a un racismo siempre recurrente. Yo prohibiría, tengo mis dudas a la hora de prohibir cualquier cosa, el uso del burka, porque me parece que atenta directamente contra la dignidad de la mujer. En cambio, acepto el velo en la escuela, porque además de acentuar el afán de individualizarse de las minorías, marcando diferencias, obliga a la mayoría a tolerar comportamientos que no entendemos, o no compartimos. En fin de cuentas, no hace tanto tiempo que nuestras abuelas llevaban cubierta la cabeza con un pañuelo, y no solo para ir a misa.
Powell: Esta pregunta me produce cierta incomodidad, ya que al incluir estas cuestiones en una reflexión sobre el significado del 11-S, parece que damos por buena la existencia del "choque de civilizaciones" que auguró Samuel Huntington. En todo caso, el uso del velo y del burka no es la expresión de un hecho estrictamente religioso, sino cultural, pero mientras haya musulmanes que no lo vean así, su regulación siempre resultará conflictiva. Sea como fuere, la prohibición del uso de prendas que ocultan el rostro (como el burka y el niqab) en todos los lugares públicos, como la aprobada en Francia en 2010, me parece perfectamente legítima, y demuestra que Occidente sabe defender sus valores sin menoscabo de la tolerancia religiosa.
- ¿Qué le debe la primavera árabe que ha liberado a Túnez, Egipto, y Libia, a la caída de las Torres Gemelas (y al 11-M)?
Azúa: Absolutamente nada. Algún día sabremos quién ha movido lo de "la primavera árabe" (expresión de una cursilería insoportable que sólo había sido antes usada por El Corte Inglés) y cuyos efectos nadie tiene ni la menor idea de cuáles serán.
Sotelo: La reacción bélica de Estados Unidos, aprovechando el atentado para intentar restablecer su hegemonía en la zona con mayores recursos petrolíferos, después del desastre que para sus intereses supuso la caída del Sha de Persia, y el apoyo incondicional a dictaduras pro-occidentales en Egipto,Túnez, Argelia, Marruecos, han llevado a rebelarse a una parte de la juventud mejor preparada, pero sin la menor oportunidad de lograr un puesto de trabajo que se adecuase a su formación. Lo sorprendente de esta rebelión contra dictaduras que parecían inamovibles, tanto por la durísima represión interna, como por el apoyo del mundo occidental, es que se haya llevado a cabo desde los valores de libertad y de democracia que con no poca hipocresía predica Occidente. Su mayor mérito es, sin duda, haber roto con el islamismo en que la oposición de las masas más pobres y explotadas había tomado cuerpo. Según percibía su impotencia ante la falsificación manipulada de las eleciones y la brutal represión del Estado, el islamismo se ha ido radicalizando en un movimiento cada vez más violento, sirviendo de pretexto a las dictaduras para intensificar la represión sobre toda la sociedad, contando siempre con el apoyo incondicional de Occidente. La guerra contra el terrorismo islámico convierte a la dictadura militar argelina en un aliado imprescindible de Occidente.
Espada: Un retraso en la caída de los dictadores.
Avilés: La primavera árabe no debe nada a los asesinos del 11-S y el 11-M, y supone la negación de todo lo que Al Qaeda representa. Responde a un ansia de libertad y democracia y en la medida de lo posible ha buscado un cambio pacífico, mientras que los yihadistas pretenden implantar una tiranía por medios violentos. Es curioso que el último mensaje de Bin Laden, difundido tras su muerte, sea un elogio a la movilización ciudadana contra los dictadores en Túnez y Egipto, cuando los atentados de Al Qaeda y sus franquicias tienen por objetivo fomentar la discordia ciudadana.
- ¿Creen que Occidente ha sabido asumir su culpa, si existe, por apoyar a esos sátrapas árabes que eran en parte cómplices y en parte culpables de la Ira del mundo musulmán?
Avilés: En un mundo ideal ningún gobernante demócrata habría hecho negocios con tiranos como Gadafi, ni les habría estrechado la mano, pero en el mundo real hay que mantener relaciones con los gobiernos existentes. Occidente no dio el poder a Gadafi, ni a Mubarak ni a Assad, así es que tampoco hay que exagerar con el sentimiento de culpa, aunque se haya pactado a menudo con ellos, por motivos económicos o estratégicos. En cambio, es un deber de las democracias apoyar a los pueblos que han empezado a luchar por su libertad y facilitar su triunfo, incluso mediante la fuerza, como se ha hecho en Libia. Ahora debemos apoyar al pueblo sirio.
Azúa: No existe tal cosa como una culpa "de Occidente". Si hay "culpables" son perfectamente identificables: los presidentes de las industrias de armamento, los de las compañías petrolíferas, los diamantistas holandeses, los dueños de grupos mediáticos, etcétera. El problema es que quien tenga una moto, una TV, un móvil, un ordenador etc., es igualmente culpable por financiar el régimen que hace todo ello posible, por muy indignado que se sienta.
Powell: Occidente viene apoyando a los regímenes de la región que aportan estabilidad y toleran a Israel, postura que puede resultar muy contraproducente, como ya se comprobó en Irán. El mejor ejemplo de esa complicidad culpable es Arabia Saudí, la cuna de los Bin Laden. ¿Debemos seguir comprándoles petróleo y vendiéndoles armas, cuando es sabido que dedican buena parte de sus enormes recursos a la propagación mundial de la detestable doctrina wahabí? Lamentablemente, mientras no cambien los regímenes de Irán y Siria, seguiremos haciéndolo. Mientras tanto, Occidente debería apostar a fondo por el éxito de las transiciones democráticas en curso; incluso si los nuevos regímenes que surjan en la región resultan ser más anti-Occidentales que sus predecesores, difícilmente serán peores que el de Gaddafi.
Sotelo: La culpa es una categoría moral no aplicable en política. Ante la presencia, pese a la fortísima represión, de miles de personas en la calle que demandan libertad y democracia, no ha habido otro remedio que abandonar a los dictadores, amigos y aliados hasta el último momento, y tratar de que las transiciones que se inician transcurran dentro de pautas que no perjudiquen a Occidente. El que la revolución se haya hecho en nombre de la libertad y la democracia facilita, al menos en parte, ocultar a la opinión pública europea menos ilustrada, el entramado de intereses, que, al márgen de cualquier consideración moral o ideológica, configura la política exterior. Aún así, oficialmente no se han dado razones convincentes de porqué se ha intervenido militarmente en Libia y no en Siria, cuestión fundamental para entender el transfondo de lo que está ocurriendo.
- ¿El 11S ha vuelto a poner en primera linea el debate clásico entre seguridad y libertad? ¿La obsesión por la seguridad no está cercenando la libertad?
Sotelo: Hay debates, como el de libertad e igualdad, o libertad y seguridad, que se han mantenido durante siglos, sin que se haya llegado a una respuesta satisfactoria. Mi consejo es que se deje de contraponer en abstracto seguridad a libertad,y se comience por identificar de qué libertad o de qué seguridad se habla, y sobre todo, quienes son los que se benefician de esta o aquella libertad y seguridad.
Powell: Algunos norteamericanos (y buena parte de sus intelectuales, a juzgar por los contenidos del New York Review of Books) sin duda piensan que la obsesión por la seguridad surgida del 11-S -plasmada en leyes como la Patriot Act, aprobada por Bush en 2001 y parcialmente prorrogada por Obama por otros cuatro años en 2011- ha cercenado seriamente algunas de sus libertades básicas. No deja de ser llamativo que países como España y el Reino Unido, que también han padecido ataques terroristas graves, hayan podido responder a esta amenaza sin recurrir a ninguna legislación especial.
Azúa: ¡Si fuera la seguridad! A ningún partido le importa la libertad, ya que sus empleados y clientes no pueden ejercerla. Así que llaman "seguridad" a su modo de seleccionar amigos y enemigos. Ha sido espectacular el giro de los socialistas a favor de los partidos pro-etarras, como lo fue cuando descubrieron lo maravilloso que es el nacionalismo catalán, es decir, el odio a los españoles. Y si mañana los necesitaran, descubrirían que los obispos católicos son esencialmente progresistas.
Espada: Hay un tipo de intello, tipo Enzesberger, que se ha quejado mucho por tener que exhibir los calzoncillos en los controles del aeropuerto. Han hablado de humillaciones y otras tonterías a la violeta. Desde que salió de la cueva el hombre ha tenido que dedicar una cierta parte de su vida a defenderse. Uno de los grandes orgullos de la Humanidad es que ese tiempo se reduce cada día que pasa.