El Cultural

Mentiras: no es país para viejos

15 septiembre, 2011 02:00

Tras diez semanas de ceder la palabra sobre diferentes temas a colegas músicos, pensaba yo volver a mis propios post con algún tema musical fresquito, musical, gustoso. La verdad es que, por necesario que sea, acaba uno algo cansado de tanto pensar y hablar de la trastienda (no se me ocurre un término mejor) de lo musical. Pero no podía ser, no. La semana tenía que empezar con una de esas noticias sobre la que no puedo dejar de escribir aquí: la extensión de los años de copyright sobre las grabaciones discográficas, o sea sobre los discos.

El pasado lunes, el consejo de ministros de la UE confirmó la ampliación del plazo de protección de tal copyright de los 50 años posteriores a la grabación vigentes hasta los 70. Veinte añazos.

Tal hecho tenía lugar tras lustro largo de presiones por parte de diferentes asociaciones de intérpretes y ejecutantes (los que cantan y tocan en los discos) y, por supuesto, de las de productores fonográficos y editores musicales. Aún así, la ley, que debería incorporarse en un plazo de dos años a las legislaciones de los países miembros, ni mucho menos se aprobó por unanimidad sino con la oposición de Bélgica, República Checa, Holanda, Luxemburgo, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia y Suecia y la abstención de Austria y Estonia.

Es más, se aprobó contra los argumentos palmarios de sonados y muy interesantes informes independientes como el que el entonces ministro de finanzas británico Gordon Brown encargara en 2005 al ex editor del Financial Times Andrew Gowers sobre la Propiedad Intelectual , o el más reciente de mayo de este año, encargado por David Cameron al profesor Ian Hargreaves, asistido por un grupo de expertos, y apoyado en numerosas entrevistas y más de 240 presentaciones enviadas por empresas y organizaciones de la sociedad civil.

Por si alguno anda un poco perdido, explicaremos que no hablamos aquí de derechos de autor, sobre los que versa el Tratado de Berna (firmado en 1886 y revisado varias veces, la última en 1979, y al que se han incorporado prácticamente todos los países de mundo). Tal tratado establece que las obras artísticas y científicas de toda clase pasan a ser de dominio público al transcurrir 50 años como mínimo desde la muerte de su autor.

Tampoco hablamos de los derechos de los editores. Esta nueva ley europea es, en teoría, una garantía para los que hacen los discos. De hecho, esta medida ha sido ya no respaldada, sino impulsada, por músicos como Paul McCartney, Cliff Richards o Mick Jagger (hasta el punto de que ha sido rebautizada "Ley Cliff Richards" o "The Beatles Extension"),y la UE ha basado su justificación en un supuesto apoyo "a los músicos que estaban envejeciendo".

¿Qué hay detrás de todo esto? Patrañas. Porque verdaderamente ésta no es una medida que apoye sustancialmente a los músicos que tocan y cantan en los discos, sino a los productores discográficos que suelen secuestrar la mayor parte de tales derechos (los conocidos como royalties) en virtud de contratos leoninos. A estas alturas igual sobra decirlo, pero no está de más recordar que, ya no los músicos, sino los autores de los discos suelen percibir apenas un 5% del precio que el cliente paga por los discos. El argumento de protección al pobre músico viejecito y sin jubilación es falso simplemente porque sólo unos pocos músicos poseen de verdad el copyright de sus masters: los que se autoeditan y gigantes como Sir McCartney que han sido capaces de recuperarlos en parte.

Sólo en un mundo de autoeditados esta propuesta de ley protegería a los creadores e intérpretes musicales. Pero ese tiempo no ha llegado aún. Hablando en plata, los que quedaban "desprotegidos" con el antiguo plazo de 50 años, eran los sellos multinacionales que poseen la mayor parte de los álbumes clásicos de pop grabados en la década de los 60, hoy día la base real de su negocio.

Europeos, con esta aproximación a la ley estadounidense (que protege las canciones hasta 95 años), nos están colando otro gol. Y, amigos músicos, los de siempre lo hacen otra vez en nuestro nombre.