La cuestión es la siguiente: procuro ver todo episodio piloto con el que me cruzo y, si no, lo busco. La cantidad de series televisivas (norteamericanas y británicas) es tan inabarcable, su producción tan vertiginosa, y el tiempo por supuesto tan limitado -algún día haré el cálculo de horas por año que invierto viendo series- que inevitablemente hay que ser muy selectivo, aunque con cierta organización y algo de voluntad es posible hacer un seguimiento más o menos transversal de la teleficción actual más interesante. A partir de lo que me ha provocado el episodio piloto decido si seguiré viendo la serie o no, porque una vez que veo el segundo capítulo ya no abandono (es como empezar un libro y dejarlo a medias), voy al menos hasta el final de temporada. Por ejemplo, con Terra Nova me ha bastado y sobrado el arranque para decidir que no le veo ningún sentido seguir viendo la serie a no ser que quiera morir de aburrimiento. Quiere ser una mezcla de Jurassic Park y Lost pero ni sus ostentosos efectos especiales ni los planos personajes ni la ambición de la trama -una colonia de humanos del año 2149, cuando la Tierra sufre de colapso medioambiental, que viaja a la era prehistórica para recomenzar una nueva civilización- impiden que sea insoportablemente predecible y, además, de una cursilería bochornosa. Todo en defensa de esa gran institución que es la "familia americana". En este sentido es incluso más obscena que Falling Skies, y ya es un decir.
Un caso opuesto es el de The Killing, que se podrá ver en La Sexta a partir del miércoles 12 de octubre. El magnífico episodio piloto (doble) fue el culpable de que devorara los diez capítulos de la primera temporada, si bien a su término me quedé con sentimientos encontrados. Esta serie poroducida por Fox Television Studios y emitida en el canal AMC, que viene a ser una versión americana de la serie danesa Forbrydelsen (que no he visto), es un thriller de gran éxito centrado en la investigación del asesinato de una jovencita, tanto desde el punto de vista de los policías como de la víctima y los sospechosos. Un genuino producto de género, serie negra de raíz tradicional que en su versión americana transcurre en la fría y hostil ciudad de Seattle (Washington). El episodio piloto, en todo caso, lleva a engaño. El resto de capítulos no logran estar a su altura. O más bien no entregan todo aquello que anticipa el arranque, extremadamente refinado, serio, carismático y prometedor.
Creo que los grandes problemas de The Killing, pero al mismo tiempo (y esto es extraño) algunas de sus mejores virtudes, están directamente relacionados con el empleo del tiempo y la dosificación del suspense. No de un modo estricto, pero sí con cierta conciencia de experimentación narrativa, cada capítulo abarca más o menos 24 horas en el transcurso de la investigación -en manos de la inescrutable detective Sarah Linden (Mireille Enos) y su compañero Stephen Holder (Joel Kinnaman)-, de manera que la primera temporada se centra en las dos primeras semanas tras el asesinato de la estudiante Rosie Larson. (Ni que decir que el caso no se resuelve, que habrá que esperar a la segunda o ¿tercera? temporada). En términos de intriga, el mecanismo no arranca realmente hasta el capítulo siete. A partir de entonces, The Killing encuentra un timming del que podemos hacernos partícipes, pues hasta entonces la serie da demasiadas muestras de morosidad narrativa, tanto con la personalidad de sus protagonistas -sobre todo de la inspectora Linden, que al principio de la serie está a punto de abandonar su trabajo para casarse y trasladarse con su hijo a California- como con el desarrollo de la investigación, que se quiere preciso y minucioso, deteniéndose en pistas falsas, procesos burocráticos (todos aquellos procedimientos que series como The Shield o 24 resuelven en unos segundos, aquí se ajustan a tiempos más verídicos) y sucesivos palos de ciego con sus ominosas pérdidas de tiempo (de actores y espectadores). Y aún así, es quizá posible la redención cuando en los últimos compases de la temporada vamos adentrándonos en los territorios psicológicos de la serie. Intuimos un propósito en los tiempos de espera: tomar conciencia lentamente pero con apabullante evidencia de la envergadura de la tragedia. Que uno de tantos asesinatos brutales que vemos con general indiferencia en la televisión no pase esta vez sin pena ni gloria, que realmente nos paralice y nos preocupe el modo en que Sarah Linden (quien pondrá en peligro su futuro matrimonio) se ve arrastrada por el curso de la investigación.
Desde su campaña de promoción, mediante el tagline "¿Quién mató a Rosie Larsen?", la serie se manifiesta deudora de la irrepetible Twin Peaks. Por lo tanto, cualquier comentario sobre The Killing está obligado a diagnosticar las comparaciones que la propia serie reclama. La similitud, diré, es estrictamente argumental. Como Laura Palmer, también Rosie Larsen era una bella y aplicada estudiante, de rostro angelical, muy popular en su instituto, el caso flagrante de una, en apariencia, víctima inocente. Como en Twin Peaks, la investigación va desmontando tópicos y apariencias, y de las cloacas comienzan a surgir oscuras implicaciones (con el sexo, la prostitución, las drogas y la política) que redefinen la impresión generalizada en torno a quién era realmente Rosie y en qué empleaba su tiempo libre. Exnovios y profesores, como en el caso de Laura Palmer, se suman a la lista de sospechosos. Por supuesto, la pregunta "¿Quién mató a Laura Palmer?" era en el fondo una pregunta retórica. Twin Peaks personalizaba la respuesta en la figura dupla de Leland Palmer / Bob el Espíritu del Mal, pero la respuesta real, como ese tema de Dylan Who Killed Davey Moore? (y su variante ¿Quién mató a Norma Jean?), apunta a la culpa colectiva de una comunidad social -familia, amigos, escuela, política, prensa- que permitió que eso ocurriera. Hacia esa dirección camina también la depuración de responsabilidades en The Killing.
La serie se va abriendo lentamente y en paralelo a otras líneas narrativas concluyentes y/o dependientes de la investigación. La más perjudicada, por sus opciones melodramáticas y tendentes al morbo lacrimógeno, es la relacionada con el duelo de la familia de la víctima: sus padres, Mitch (Michelle Forbes) y Stan (Brent Sexton) Larsen, sus dos hermanos pequeños y su devota tía Terry (Jaime Anne Allman). En este bloque, algunos momentos se acercan peligrosamente a replicar el sentimiento de rabia y venganza personal -Mitch es un exconvicto que perteneció a la mafia, pero ahora es un ejemplar trabajador, marido y padre de familia- y la atmósfera de ausencia y desolación de Mystic River. Afortunadamente, el resultado no es catastrófico. El tercer bloque en discordia es una campaña electoral, del candidato a la alcaldía Darren Richmond (Billy Campbell), que se ve envuelta en el caso. No diremos más porque la segunda temporada traerá otras respuestas que, a la postre, serán nuevas preguntas.