El Cultural

Misfits. Una serie contrahecha para espectadores inadaptados (1)

11 octubre, 2011 02:00


No será esta la última vez que escriba sobre una serie británica. La hegemonía del 'boom' televisivo la acapara por supuesto la teleficción norteamericana: por su salto de calidad y por su abrumadora cantidad, por su conciencia rupturista-evolutiva y también por su inmensa tradición. Pero en esto último, y en algunos aspectos más, la teleficción británica también tiene mucho de lo que presumir. Si las series norteamericanas más importantes y renovadoras han establecido unos umbrales de calidad, un reconocible tono cultural, ciertos códigos morales que comparten tanto Mad Men como Breaking Bad o Fringe o Boardwalk Empire o Treme o Game of Thrones (por citar las mejores del momento), la teleficción británica ha desarrollado una agudeza creativa verdaderamente idiosincrásica, capaz de competir quizá no en igualdad de condiciones -industriales y de producción-, pero sí con una mayor libertad, con cierta distancia y, por tanto, con más espacio para tomar riesgos.



La premisa básica de Misfits (E4) suena a un producto que, en el mejor de los casos, no pasa de ser una pobre parodia de Héroes (NBC), combinado con un olor adolescente y un toque de sátira social: cinco jóvenes delincuentes coinciden en un centro de rehabilitación para llevar a cabo servicios comunitarios y el primer día de trabajo quedan atrapados en una insólita tormenta que les confiere extraños superpoderes. Pero la influencia de Héroes, además de supuestamente falsa (Howard Overman asegura que empezó a idear el proyecto de Misfits antes de conocer la serie americana), es demasiado fácil y banal. Siempre esperamos algo más de la inteligencia irónica de los brits, de su capacidad para sumergir bajo la trivial apariencia -una serie cuyo ominoso montaje videoclipero evidencia su espíritu teen y su carisma pop- una mirada singular y confiada, con su inevitable conciencia postmoderna.



En sus dos primeras temporadas (la tercera se estrenará a mediados de otoño en la televisión británica), Misfits ha desarrollado las premisas de su argumento con una determinación que hace honor al título de la serie. La equivalencia castellana de misfits no es exacta, tiene difícil traducción. La película de John Huston del mismo título, con guión de Arthur Miller, se "tradujo" en España como Vidas rebeldes (una muestra más de esa afición tan española de cambiar caprichosamente los títulos de las películas), y en Argentina como Los inadaptados, que es más correcto, pero aún así algo se pierde en el camino de la traducción. El apelativo misfit denota algo más que la mera inadaptación, también estaría relacionado con cierta forma de 'frikismo', con una personalidad extravagante o una apariencia deformada, incluso monstruosa, lo que ha llevado a algunos escritores a hablar de los "misfits" como personajes "contrahechos". La serie de Overman es una serie perfectamente 'freak' y extravagante, inadaptada y monstruosa. Contrahecha. O hecha a contracorriente. Un verdadero misfit en el panorama de la teleficción contemporánea.

¿Qué es lo que hace tan especial esta serie? Varias cosas, por supuesto. Destacaría su extraño talento para cautivar al espectador con material de derribo, con su forma de repetir lugares comunes (otra trama de superhéroes) en lugares insólitos (el gris, deprimido paisaje suburbial y poligonero de la urbe británica) y con personajes fuera de toda norma. De hecho, la fuerza que emana de los personajes es el verdadero corazón del triunfo de la serie. En su arranque, los cinco protagonistas -Nathan Young (Robert Sheehan), Kelly Bailey (Lauren Socha), Simon Bellamy (Iwan Rheon), Alisha Bailey (Antonia Thomas) y Curtis Donovan (Nathan Stewart-Jarret)- no dan demasiados argumentos en su defensa: son antipáticos, egoístas, irritantes, infantiles, estúpidos. Poco de ellos nos atrae y nos seduce. Pensamos que será difícil que nos preocupemos por sus destinos en los episodios venideros. Pero la serie es increíblemente eficaz cuando se trata de transformar la mirada del espectador, y durante los 13 capítulos que suman las dos temporadas (6 y 7), todos ellos -mediante un protagonismo colectivo hábilmente equilibrado- van adquiriendo personalidades muy poderosas con las que inevitablemente, a pesar de sus idiocracia generalizada, logramos simpatizar.



La brillante vuelta de tuerca que Overman introduce en la fórmula "superhéroes" se encuentra en el modo en que los poderes que desarrollan los personajes se emplean para reflejar o amplificar las diversas virtudes, defectos y características de su personalidad. Un ejemplo: Simon es el joven solitario y marginado al que todo el mundo ignora y por tanto desarrolla el superpoder de la invisibilidad. En el caso de Alisha, la chica sexy del grupo que despierta irrefrenables deseos de lujuria a cualquiera que la toque, los superpoderes son más bien una maldición, un estigma. A pesar de que la mayoría de ellos son actores debutantes, las interpretaciones de los cinco protagonistas resultan ejemplares, especialmente las de Robert Sheehan (que se ha convertido en un fenómeno de la pantalla británica) y Lauren Socha en el papel de Kelly, que desarrolla la capacidad (no debidamente explotada, hay que decirlo) de leer la mente. No es este el único guiño del guión a True Blood, otra serie sobre misfits.