José Sancho, por Gusi Bejer.
Después de bucear por la historia de España en televisión en series como Cuéntame o encarnando al cardenal Tarancón, José Sancho llega a los Teatros del Canal de Madrid el próximo jueves con Los intereses creados, de Jacinto Benavente. Una obra con cien años que no ha envejecido.
Respuesta: Es un personaje que enriquece a quien lo rodea. Y dentro de una obra magnífica que, sí, viene muy bien en esta coyuntura, cuando valores como la honradez o la justicia son puestos de vuelta y media.
P: "Mejor que crear afectos es crear intereses", dice Crispín en la obra. ¿Escrita en 1907 o en 2012?
R: En 1907 y se desarrolla en el siglo XVII, pero... Para los negocios siempre, no sólo ahora, es mejor crear intereses. Porque los afectos no se pueden crear, vienen. Aunque no está nada mal la réplica de Leandro a Crispín, que dice que hay que tirar siempre al ideal, que el amor puede estar por encima de todo.
P: Pero en la obra Polichinela no es una víctima inocente de los pícaros, sino que recibe un castigo por todo lo cometido antes. ¿Ocurre eso ahora o los pícaros de hoy se retiran con una gran provisión de fondos?
R: Polichinela no se arruina, no se queda sin un duro al final. Pero sí, es cierto, los pícaros de hoy se retiran con el riñón bien cubierto. Estoy seguro de que acabarán pagando el daño que han hecho. En decepciones, en falta de afectos, pasando los últimos años solos en el asilo... No sé, no soy profeta, pero lo acabarán pagando. A no ser que sean también los dueños del asilo.
P: ¿Qué quiere decir con que éste es un montaje mediterráneo?
R: La comedia del arte tiene sus orígenes en Milán, luego desciende hasta Nápoles y después pasa a España, donde se hace fenicia. Pero Valencia también es mediterránea, abierta, descarada, sonora como las fallas, llena del colorido. Hemos convertido Los intereses creados en una mascletá.
P: Ha dicho usted también que la obra supuso "la ruptura absoluta con el teatro conservador de principios de siglo". ¿Lo sigue viendo conservador, por dónde van los tiros?
R: Sí, el teatro mantiene unos principios aletargados que tiene que romper. Debe emerger un autor con fuelle literario que pase por encima de lo que hay. Pero con el jolgorio necesario. Como Benavente. Veo a los autores actuales demasiados resentidos.
P: ¿Es de los que piensan que ya nadie recuerda a Benavente o a Valle, de quien está en la cartelera madrileña Luces de bohemia? ¿O es una herejía decir eso?
R: Nieva podía haber sido Valle, pero se frivolizó y no lo fue. Y no encuentro un Benavente. De los actuales hay un chico joven con mucho futuro, Ernesto Caballero, pero lo veo muy dependiente del teatro público.
P: ¿Cuál ha sido su experiencia como director, le cuesta escoger las obras?
R: Me gustan los grandes textos como Enrique IV pero estoy bastante pegado a la tierra. Me fijo en los grandes, por ejemplo en Tamayo y su Enrique... A partir de ahí soy como los buenos alumnos. Escogí Los intereses creados por su permanente actualidad. Luego la levanto desde abajo, como el rodaje de Tarancón, desde cero. Soy bastante obstinado.
P: ¿Y cómo actor?
R: En esta profesión dependes de que te llamen, pero luego puedes escoger. Creo no haberme equivocado, la prueba es que llevo más de cuarenta años en esto, donde poco a poco voy asentándome. El secreto es querer aprender siempre de los que saben más que tú.
P: Durante mucho tiempo fue ‘Estudiante', aunque no de teatro. Supongo que los métodos y esas cosas no le dirán mucho.
R: No soy partidario del método, porque los sentimientos no le llegan a uno obligatoriamente a las siete de la tarde. Además, cuanto más elaborado está un personajes, más metálico sale. Es como un árbol seco. Eso sí, al que le valga, que lo aproveche.
P: Entonces, las escuelas de teatro...
R: Están muy bien... para los farsantes, y farsantas, de la profesión. Hay algunas buenas, pero la mayoría son una estafa, unas sectas que habría que prohibir por decreto. ¡Si hasta enseñan a ir a los casting!