Ángel Gabilondo. Foto: Begoña Rivas

Acaba de publicar el libro 'Darse a la lectura'

La política y la lectura son actividades que deberían tener una relación más fluida. Pero muchos de nuestros representantes públicos demuestran cada día, desde sus respectivos púlpitos, que esa fluidez no es más que una utopía. No es el caso de Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949), hombre juicioso y bien leído que hasta hace cuatro días ostentaba la cartera de educación en el gobierno socialista de Zapatero. Ahora ha vuelto a sus quehaceres en la docencia y la investigación, como catedrático de Metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid. Y también ha vuelto a escribir. Su último libro, Darse a la lectura (RBA), es un breve ensayo donde reivindica esa actividad tan enriquecedora, tan subversiva y tan inconformista que es leer.



Pregunta.- ¿Cómo han cambiado sus hábitos lectores tras dejar la primera línea de la política? ¿Ha vuelto a las lecturas necesarias (metáfisicas) tras empacharse de lecturas contingentes?

Respuesta.- En alguna medida quizá ha cambiado la mirada en la actividad política. Hay una cierta tendencia a leer lo que es más útil o inmediatamente aplicable, urgido por la necesidad de dar respuesta inmediata a los asuntos. Pero fundamentalmente las lecturas no son muy diferentes. Siempre me han acompañado Aristóteles o Cicerón, Séneca o Epicteto o Marco Aurelio a quienes, como a nosotros, tanto les inquieta la relación entre el pensamiento y la vida pública y el cuidado de uno mismo.



P.- Ha habido alguna lectura en particular que le ha sido especialmente útil a la hora encontrar criterios para decidir en ese "espacio de incertidumbre" que es la política. Digamos que una especie de oráculo al que recurría en los momentos de duda.

R.- Supongo que no le extrañará que diga que la Constitución Española es una buena compañía y que, también, he encontrado, aunque pueda parecer extraño, aunque espero que no, aliento en la legislación que expresa el sentir de los ciudadanos sobre la Educación. Pero me han interesado mucho los textos escritos por quienes viven la educación y han hecho de ella una forma de vida. Pero, todo ello, no ha dejado de ser compatible con la lectura de los clásicos y eso me parece un regalo y un privilegio.



P.- Dice que "se lee porque hay algo que no acaba de ir bien". ¿Por eso se dio a lectura?

R.- Si uno cree que él es inmejorable o que en el mundo todo va bien o se resigna porque no hay nada que hacer o no tiene una curiosidad mínima ni voluntad alguna de transformación, de nada le servirá leer.La lectura exige estar dispuesto a dejarse decir algo, creer que uno no lo sabe ya todo y mejor que los demás y considerar que es preciso intervenir.



P.- A qué edad se dio realmente a la lectura. ¿Fue en la infancia? ¿En la adolescencia?

R.- La donación es cosa de toda una vida, para esto no hay edades, pero también se aprende a entregarse, por ejemplo a las emociones, a los sentimientos, a los sueños, a la imaginación y yo tuve la suerte de empezar pronto con estas inquietudes. La lectura fue un modo también de encontrarme conmigo mismo y con los demás. Sí recuerdo que de adolescente leía.



P.- Su libro es una "invitación y una reivindicación de la lectura". De los múltiples argumentos que se esgrimen habitualmente para defender esta costumbre, ¿con cuál se queda? ¿O cuál propone?

R.- Leer es aprender a elegir, a escuchar, a seleccionar... Leer nos enseña a comprender, a no limitarnos al horizonte en el que nos movemos, a abrirnos a los otros y al mundo, a no resignarnos, a viajar y a cambiar lo que no nos parece presentable. Pero sobre todo leer nos enseña a pensar y a no depender sin más de lo que otros piensan, supuestamente, en nuestro lugar.



P.-¿No le ve ningún efecto secundario perjudicial y no deseado a la lectura? Por ejemplo, la evasión inconsecuente. O la pérdida de pie con la realidad (ahí está el ejemplo de Don Quijote). O un repliegue excesivo sobre nosotros mismos.

R.- Todas las cosas interesantes conllevan sus propios peligros, pero se trata de no quedar atrapado por ellos. Todo depende de qué se lee y cómo se lee. Sí, desde luego, leer ha de ser un acto de conversación y de comunicación y esto no impide que sea también un acto solitario. No están mal los repliegues para coger fuerzas pero no han de ser ni una huida ni una rendición. Leer ha de abrirnos a lo otro y a los otros.



P.- ¿Piensa que el libro electrónico puede contribuir de algún modo al fomento de la lectura? ¿O a lo contrario? ¿Con qué ojos mira al aparatito?

R.- Es una ocasión más, una ocasión nueva, otra oportunidad. Quizá exige también una modificación de la mirada, de la relación con un nuevo objeto y quizá eso requiera otro modo de ser sujeto y otro modo de leer. Soy de los que opinan que los formatos son compatibles y que abrir nuevas posibilidades es un enriquecimiento.



P.- Le cuesta mucho contagiar a sus alumnos la pasión lectora. ¿Les cuesta a las nuevas generaciones cada vez más entrar al capote de la página impresa?

R.- No sólo contagiamos, también somos contagiados. Es importante sentir el amor y la pasión por la palabra y por el libro como objeto y como posibilidad y hacer sentir la importancia de su cuidado y de su belleza, del papel, del tipo de letra, de los márgenes de la encuadernación y sobre todo del placer de ir viendo lo que se va diciendo y anticipando lo que está por venir. La lectura cuida de nuestra memoria.



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