Álvaro García. Foto: Nacho Alcalá
El poeta malagueño recibe hoy el Premio Loewe de Poesía.
Pregunta.- Dice que Canción en blanco completa el "tríptico de la plenitud", en el que también están Río de agua y Caída. ¿Qué tiene en común esos tres poemarios?
Respuesta.- Que los tres son poemas cubistas, en los que conviven diversos ritmos, diversos tiempos (el pasado, el presente y el futuro), y en los tres aparecen insertos de la realidad objetiva, como esos fragmentos de periódico incrustados en los lienzos. Los tres aspiran a la totalidad, igual que el amor, que busca comprender la realidad en todos sus sentidos. Por eso son poemas largos. En poemas cortos no me cabía todo lo que quería meter. Y porque siempre he admirado esa estructura de letanía que ya cultivaron grandes poetas de comienzos del siglo XX como Elliot, Pound y Apollinaire.
P.- De estos poetas también le atrae e intenta emular su "aparente frialdad"...
R.- Así es: intento ser contenido, precisamente porque soy muy apasionado. Siento la necesidad de establecer un orden para que el poema me dure, para que no se agote en fogonazos y resulte epidérmico. Intento potenciar la relectura, que se vuelva a leer y se descubran nuevos aspectos, que conserve su carácter enigmático, algo que le otorga esa frialdad aparente. Porque, ya digo, sólo es aparente. Además, creo que la tradición poética hispánica ya ha sido demasiado efusiva.
P.- Atrapar la totalidad, alcanzar simultaneidad. Son quizá los principales objetivos de Canción en blanco. ¿Eso cómo se consigue?
R.- Hay unos versos de Altolaguirre que siempre me han inspirado: "Le robo al tiempo todas mis edades / para poblar las íntimas moradas / donde estaremos juntos siempre, siempre". Eso es lo que intento hacer cuando escribo poesía, porque hacerlo en la vida puede acabar en el ridículo: como intentar pasar por joven cuando se tiene ya cierta edad, o lo contrario. Y para que un poema crezca y tenga vida propia no se le puede lastrar en exceso con los sentimientos de uno. De ahí en parte la sequedad que empleo. Lo que hago es quitarme de en medio y dejar que en el poema ocurra todo. Por eso también lo titulé Canción en blanco.
P.- Escribir el poema con la mujer a la que amas abrazándote por la espalda también contribuye a inocular esa simultaneidad a lo que escribes, ¿no?
R.- Bueno, eso es una anécdota. Pero el amor me dio un arranque de energía sin el que no hubiera sido capaz de escribir el poema, porque con la inteligencia y la memoria a solas no haces nada. Y era también muy importante que esta persona participase del optimismo en la poesía, en su virtud de hacer comprender el universo desde una habitación.
P.- Pero ni siquiera en esa habitación los amantes pueden centrarse exclusivamente en su amor. Al encender la televisión los informativos dan cuenta de la invasión de Iraq. Parece que quieres decir que es imposible blindarse en la pareja, en-con el amor...
R.- El lamento es en realidad que ese amor no pueda contribuir en nada a evitar que ocurran tragedias así, a mejorar al mundo. En Canción en blanco se da una especie de empate entre la felicidad y la tragedia. El amor que viven en la habitación tampoco se celebra. El amor es pasión, es padecer también... Está la conciencia clara de que ocurra lo que ocurra vendrá la muerte y el olvido. El único pulso que nos rige es el de la naturaleza.
P.- Y ahora ha vuelto al poema corto, tras diez años de poemas largos y únicos...
R.- Sí, he dedicado diez años a este tipo de poemas. Algún día creo que habrá que plantearse publicarlos juntos, en un solo volumen. Ya necesitaba descansar, los poemas cortos son como silbar. He empezado una serie de sonetos eróticos más que amorosos. Tras escribir este tríptico me he liberado un poco de la necesidad de trascendencia, aunque ésta se cuela también en estos poemas cortos.