El Cultural

De entre los muertos

21 marzo, 2012 01:00

Hay que concederle a The Walking Dead al menos tres cosas. (1) Al igual que sus zombies, ha sabido resucitar de la muerte. (2) Ha tomado el pulso de nuestros tiempos apocalípticos como no lo ha hecho casi ninguna otra expresión de la cultura popular. (3) Ha preparado el camino para una tercera temporada que esperamos con mayor expectación que la segunda.

[Spoilers: No lean si no han visto el final de la 2ª temporada]



(1) Lo primero hay que concedérselo a la excelente segunda parte de su segunda temporada. O más bien a quien fuera guionista de The Shield, Glen Mazzara, y que ocupó el puesto ejecutivo (showrunner) de Frank Darabont cuando éste abandonó (según The Hollywood Reporter, le despidieron) debido a los recortes presupuestarios que sufrió la serie de la AMC a mitad de temporada, y que provocó un parón de varias semanas. Pocos imaginaban que del aislamiento en la granja y la búsqueda de una niña perdida (que generó lentitud, aburrimiento y redundancia en los primeros episodios) se pasaría a unos rituales de puesta en escena propios del western y a guiones que beberían tanto de las luchas de poder y traición de Shakespeare como de los escenarios de supervivencia más extremos. Con sonadas desapariciones que nos producen un sentimiento de pérdida. Todo salpimentado, por supuesto, con los momentos ‘gore' tan típicos de la serie. Y que, sorprendentemente, no llegan a cansar, ni siquiera en un season finale masificada de grotescas criaturas.

(2) Lo segundo es obra y gracia de Robert Kirkman, por supuesto, que imaginó ese mundo en el que la supervivencia de la especie humana no da tregua. Pero el acierto de los últimos episodios ha consistido en desviar el tema de la fe (antes se trataba de creer en la supervivencia) a los territorios de la moral y la política (ahora se trata de cómo refundar la civilización). El personaje que mayor peso moral adquiere en la serie, Dale (Jeffrey DeMunn), se convierte en la voz de la conciencia de una Humanidad que se debate entre restablecer unas normas de convivencia y organización social con base democrática y derechos fundamentales, o en dar rienda suelta a la bestia que todos llevamos dentro para adaptarse a la nueva configuración de la ley del más fuerte. Y todos estos principios y debates están desperdigados a lo largo de la segunda temporada con sus matices en gris, dando una de cal y otra de arena, generando la duda en un espectador que no termina de conocer a los personajes porque se van haciendo cada vez más complejos. Todo lo contrario, por ejemplo, de lo que han hecho las series spielbergianas que también han imaginado escenarios postapocalípticos este año, como Terra Nova y Falling Skies.

La perpetuación del núcleo familiar también es el motor narrativo de The Walking Dead. Si sobrevive la familia (la de Rick, la de Hershel, pero sobre todo la familia no biológica que forma el grupo de supervivientes), hay esperanza para el hombre. Sin embargo, a diferencia de las series bendecidas (o no) por Spielberg, la familia no es aquí una institución incorruptible. No es que los guionistas hayan estirado la relación triangular de Rick (Andrew Lincoln), Shane (Jon Bernthal) y Lori (Sarah Wayne Callies) hasta que no diera más de sí (que lo han hecho), sino que han sabido introducir suficiente ambigüedad entre ellos como para aceptar sus profundas transformaciones emocionales, sus umbrales de confianza, incluso dudas sobre la paternidad. Han intoxicado con inteligencia el ambiente que se respira en el grupo y ahora, tras la caída de Shane y el renacimiento dictatorial de Rick, se abre un nuevo paisaje, tanto geográfico (qué mejor forma que prender fuego al huis clos de la granja) como narrativo.

(3) Y llegamos al tercer punto. Básicamente, la buena noticia es que The Walking Dead vuelve a interesarnos. Algo que no lograba prácticamente desde su episodio piloto. La AMC ha logrado colocar a la serie en lo más goloso de su parrilla junto a Mad Men y Breaking Bad. Salvando las distancias, claro. El secreto que Rick revela en el capítulo final redefine la relación entre vivos y muertos que ha mantenido la serie. Ya no son meros antagonistas, sino que los muertos vivientes son proyecciones del futuro de los vivos de la misma manera que los vivos son proyecciones del pasado de los muertos vivientes. Como sospechábamos, la alegoría con nuestros tiempos es bastante precisa: ya estamos todos muertos.

Evidentemente, se requieren nuevos personajes para la continuación. Tanto el plano final de una prisión en la lejanía, como la aparición de un misterioso samurái que salva la vida de Andrea (Laurie Holden), con dos zombis sin brazos ni mandíbulas encadenado a él / ella, establece un nuevo marco para la serie. Los lectores de las novelas gráficas de Kirkman estarán familiarizados con el personaje misterioso, llamado Michonne.