Cuando entro en el patio acristalado, Daniel ya está sobre el escenario intentando descifrar sus propias palabras en un atril, con una guitarra sin clavijero que parece flotar sobre su gran panza o escurrirse entre sus manos como un extraño y resbaladizo pez espada. Xavi Muñoz Guimerá, Marcos Junquera y José Ignacio Guerrero, músicos del grupo valenciano Betunizer que han sido invitados a ser su banda para la ocasión (después del aclamado concierto de esta noche en Madrid viajarán a Barcelona, Valencia y Valladolid), asisten más expectantes que perplejos a una prueba de sonido caracterizada por la desorientación, esperando a poder subir ellos mismos para intentar tocar junto con el hombre que vive empujado por un engranaje que es un laberinto y que es un complejo mundo propio, un libro de signos, una literatura.
Mientras contemplo el armónico desaguisado de Daniel peleando con sus canciones, cada vez más elevado sobre sus talones, de repente me parece ver flotar una sombra que se proyecta sobre las paredes con forma de cubo donde estamos, tan pronto fina igual que un genio saliendo de una lámpara o un perverso demonio rojo, tan pronto enorme como Thor o el increíble Hulk, tan pronto la de un ángel alado o un inmaculado fantasma. Es posible creer en la sombra separada del hombre. Es posible pensar en que Daniel desencadena las puertas de un mundo paralelo, de un agujero negro en el cielo por el que entran y salen las sombras no siempre horrendas, a veces celestes.
Quizá a Daniel le ocurre lo que le ocurría a Peter Pan. ¿Recordáis su historia? La contaba la obra de J. M. Barrie. Peter Pan persigue su sombra, su propia sombra burlona y emancipada. La sombra que tiene su propia vida hasta que Wendy se la cose a Peter. Igual que Peter, algo en Daniel ha decidido no madurar, vivir en el reino de Nunca Jamás, en el deseo infantil de su imaginación y realizarse así como el artista famoso que quería ser. Quizá con ello sólo esté buscando el amor, el amor verdadero de su Dios cristiano, el amor de los amigos y familia y el público que le otorga el triunfo, y quién sabe si no también el amor de su Wendy particular, su Beatriz, esa chica llamada Laurie Allen a la que conoció de adolescente y a la que junto con la lucha entre Dios y el diablo (igual que Dante) ha consagrado buena parte de su obra.
Daniel no ha vuelto a encontrar a su Wendy, aquella Laurie, el amor absoluto que podría haber sido capaz de coserle la sombra a su ahora gigantesco cuerpo. Laurie probablemente siguió, como Wendy, con su aventura de ser adulta en compañía de su marido el sepulturero. Pero no me cabe la menor duda de que puede volar como Casper, el fantasma amigable, gracias a los polvos mágicos de su particular Campanilla. Y de que su sombra sigue libre aquí y en su Nunca Jamás. Yo la vi el otro día durante la prueba de sonido. No sé si un ángel o un demonio. Daniel Johnston está iluminado porque cuando él la canta, yo me creo a pies juntillas lo que dice esa oración que escribió:
El amor verdadero te encontrará al final
Sabrás quién es tu amigo.
No estés triste, sé que lo hará
Pero no te rindas hasta que
El amor verdadero te encuentre al final.
Es una promesa segura
Sólo si tu estás buscando te encontrará
Porque el amor verdadero está buscando también
Pero ¿cómo puede reconocerte
A menos que salgas a la luz?
No te rindas hasta que
El amor verdadero te encuentre al final.