Manuel Gutiérrez Aragón. Foto: El Mundo

Acaba de publicar su segunda novela 'Gloria mía' (Anagrama)

Manuel Gutiérrez Aragón es un buen conversador. Una entrevista con él no es una pregunta y una respuesta, porque él también plantea cuestiones a quien tiene delante y escucha con atención. Tal vez por este loable rasgo de su carácter sus dos novelas publicadas están contadas a modo de conversación. Tras la celebrada La vida antes de marzo, regresa con Gloria mía, las memorias narradas de un hombre que se construye una vida que va desde la guerrilla en la selva al capitalismo salvaje, pues acaba convertido en un empresario que aplica la misma lógica de la lucha clandestina a los negocios. Esa era su idea principal en este segundo relato suyo, aunque reconoce que los lectores se quedan más con la anécdota, con la peripecia de José Centella, un antihéroe hecho de retales de personajes reales ("guerrilleros que acabaron siendo ministros de derechas...") al que, involuntariamente, ha dotado de humor, y que sobre todo se mueve por amor. "Por los amores", corrige este escritor, que lo era antes que cineasta, y que con el disfrute literario ha vuelto, precisamente, su primer amor juvenil: el de escribir historias. Todo esto lo cuenta en un hotel de Madrid, el mismo en el que tantas veces se entrevistó con Elías Querejeta y Luis Merino en unos encuentros de los que habrán salido -mira hacia arriba y hace memoria- "12 o 13 películas entre Ballantine's y Ballantine's".



Pregunta.- ¿Por dónde empezamos?

Respuesta.- Te cuento cosas que se me ocurren y luego tú me preguntas. Lo primero es que una las sorpresas que he recibido de mis primeros lectores es que mi primera idea, la historia de una persona que cuando vio que la revolución no se podía hacer, esa frase un poco nietzscheana de 'si la revolución no es posible, todo está permitido', se recicló en un empresario de éxito, y por la que hice la novela, desaparece para los lectores. Cuando hablo con ellos me hablan de los amores de Centella, de las aventuras y de la selva... no deja de ser una lección para el autor, que va con una plantilla previa y luego el lector revive a los personajes como le da la gana.



P.- Ha vuelto a recurrir al método de la confesión.

R.- Esa es la otra cosa que quería comentar. Hoy día se llevan mucho las novelas testimoniales, casi de reportaje. Es un género que a mí me gusta porque entronca con el realismo y con el autor español que más me podría haber influido, que es Galdós en los Episodios Nacionales. Pero lo que noto en estas novelas es el cosido entre la parte documental y la parte de ficción y mi mayor empeño ha sido que no se note la diferencia entre lo que tiene de información y lo que tiene de ficción. Yo he viajado por Colombia, he hablado con mucha gente, he leído libros. Pero de toda esa documentación habré utilizado un cinco por ciento, lo demás es mío.



P.- Hay partes en las que da la sensación de que esa documentación también la ha tomado de casos nacionales, de los modos de la lucha antifranquista, por ejemplo.

R.- Evidentemente no he vivido la guerrilla colombiana pero sí conozco la lucha clandestina. Tomo cosas de lo que he vivido. En la segunda parte pensé al principio que Centella se iba convertir en un empresario del mundo editorial, pero luego lo cambié al cine porque es lo que yo conozco. Respecto a la documentación de Colombia, he hablado con guerrilleros y me hizo mucha gracia porque son muy literatos, muchos son poetas. Tienen una doble sensibilidad, por una parte muy literaria y, por otra, muy vital. Se consideran personajes literarios.



P.- Sí, queda patente cuando recrea cómo no quieren morir en la selva porque no serán recordados ni tendrán una fuente con su nombre y niños alrededor. Entiendo que estas memorias narradas de Centella y que ha titulado Gloria mía son también el interés del protagonista por la posteridad, por la gloria propia.

R.- Sí, sí, va por ahí. Esta guerrilla no son las FARC sino la del ELN. Una de las frases que le escuché a uno es que si se moría nunca tendría una calle en su pueblo.



P.- En plena locura de novelas contaminadas por el lenguaje del cine, usted consigue evitar los tics del que ha sido su oficio y construye una narración muy literaria.

R.- No sabes hasta qué punto agradezco que me digas eso. En otros autores que no vienen de cine lo noto mucho más que en la mía, la verdad. Cuando era joven todo el mundo y yo mismo creía que iba a ser escritor. Mis compañeros de la Escuela de Cine decían 'No, Manolo no hará películas, hará guiones'. Seguramente hasta que no dirigí una no se convencieron del todo y ahora parece que me cuesta convencer a la gente de que soy escritor y no un director reconvertido, que esa era mi pasión adolescente, mi primera vocación. Con mi anterior libro quise escribir una historia que fuera imposible de llevar al cine, me esfuerzo en esto. Aunque no se escriben las novelas igual después del invento del cine que antes, eso es inevitable.



P.- Hay un punto humorístico, incluso cuando se cuentan atrocidades.

R.- Sí, me sale sin querer, cuando me lo dicen a mí extraña porque me parece una obra muy dramática.



P.- Centella, le he oído decir, son trozos de personas de carne y hueso.

R.- Yo tengo un personaje de referencia para Centella, que existe aunque pertenece más al mundo editorial que al del cine. En España hay bastantes empresarios y políticos que antes de serlo fueron revolucionarios. No son exactamente arrepentidos sino gente que ha aplicado al mundo capitalista la misma lógica que se aplicó a la clandestinidad y han sido implacables en ambos sitios. Este personaje seguramente obedece a una misma forma de pensar, porque el carácter es mucho más fuerte que las ideologías y el que tenía vocación de mandar, la tenía. Yo pinto de la realidad, también en mis películas, aunque no paso por ser un director realista, pero en la escritura esa es mi voluntad primera. Los personajes han tenido su correlato en el mundo real, aunque no serían uno concreto, estarían hechos por capas.



P.- Tiene una corte de secundarios que se agradece. Son de los que se quedan, que hacen avanzar la historia, no son calles sin salida.

R.- Una de las cosas que más me preocupan es que el interés dure hasta el final. Aunque, dicho esto, a mí lo que me gusta de escribir es la escritura misma, igual que en el cine disfrutaba con la puesta en escena. Cuando dirigía hacía un esfuerzo para no dejarme llevar por las situaciones paralelas y los personajes secundarios y pensar en que había que terminar la película. En ese sentido, el cine es una lección porque, como cuesta mucho dinero y te juzgan los demás, tienes que ser comedido. En la literatura te juzgas tú mismo.



P.- Vuelvo al lenguaje, que es muy rico, sobre todo en las partes latinoamericanas.

R.- El lenguaje en Latinoamérica da mucha viveza. A veces, entre los sonidos suaves del lenguaje y los diminutivos, no me doy cuenta escuchando a guerrilleros de la ferocidad que expresan. Mi abuela era cubana y cuando oigo hablar a Fidel Castro no me asusta porque escucho el habla de ella. Si los paramilitares dicen "os arrancaremos los ojitos", no nos suena serio en España, pero sus intenciones sí eran muy serias.



P.- Por la temática de sus dos libros hay quien quiere ver una obsesión suya por ahondar en el tema del terrorismo.

R.- Ha sido una coincidencia. Los atentados del 11-M estaban al final de la primera, era una cosa un poco lejana a la trama. Y en este caso no se podía hablar de terrorismo porque lo de Colombia es lucha armada. Pueden tener relación pero eso no implica que yo quiera especializarme en ese tema aunque, bueno, será por algo, es verdad, pero yo nunca lo he pensado. Será porque ahora ya no hay reconquistas o guerras de independencia sino que hoy la guerra es el terrorismo. La próxima no va de eso.



P.- Ya está con ella, ¿no?

R.- Sí, se ve que me ha dado una fiebre adolescente con la novela.



P.- Porque el cine está como para volver...

R.- Yo dije que me retiraba antes de la crisis. Me preguntaban por qué lo hacía pero creo que ahora todos están en la misma situación. Lo que tengo claro es que no me parecían factibles las dos cosas a la vez. Cuando preparas una película, la preparas cuando estás desayunando, duchándote... y en la novela igual, cargas las pilas mientras paseas. No me parecía honrado. Preferí bajar un telón y ser dos personas. Se ha dicho que voy a hacer otra película y por qué no, pero no de momento.



P.- Insisto, que el cine está terrible.

R.- Hay una desafección de los espectadores que es lo más grave y hemos pasado a una zona de sequía, las salas están desiertas. Creo en el cine en la red, el formato ha estallado y ya no es de hora y media, puede ser de cinco horas, con una serie de televisión de muchos capítulos, o de 20 minutos, como las cartas que se hacen entre directores. Habrá que dar alcance a esos formatos. Ahora, la gente como yo no creo que se pueda adaptar, yo no quiero adaptarme, no me apetece. El cine ahora es o muy pequeño o muy grande y lo que se ha quedado fuera de circuito es la película media, y yo siempre he pertenecido a la clase media del cine.



P.- ¿No lo echa de menos cuando escribe?

R.- Del cine echo de menos el trabajo con los actores, nunca pensé que me pasaría. La narrativa es parecida, al fin y al cabo los primeros guionistas de cine se inspiraron en Dickens, pero la gran diferencia es trabajar con los cuerpos, la ficisidad de los actores es inigualable y eso no tiene remedio y es lo que me hace pensar en volver. Me hace comprender a Bergman, para el que era tan importante la presencia de las actrices.



P.- ¿No se ha visto dándole órdenes a los personajes de sus libros?

R.- No, como decía Unamuno, al final los personajes te ganan a ti, no tú al personaje.



P.- No es cuestión de destapar la trama, pero la Gloria de Centella, que es la hija de su gran amor -y su hijastra-, tiene un poder simbólico en la novela.

R.- Parece que es la imagen de su amor perdido y también el último tabú, es quebrantar con el incesto la última imposición de esa sociedad que ha quebrantado tantas veces.



P.- Para terminar, ¿ha querido construir una parábola sobre la pérdida de valores? Sobre todo ahora, que es tan evidente con la crisis y con sus previos.

R.- Sí, diría más bien sobre un cambio de valores. Muchos de los que vimos que la revolución no era posible acabamos cambiando la vida pero no la sociedad. A mí la crisis no me afecta porque ya viví una sociedad gris y con falta de horizontes. Estoy preparado para no vivir en la sociedad de consumo. En pleno auge consumista siempre me extrañó que le preguntaran a un niño qué quería para cenar, a mí nunca me lo plantearon. Estoy listo para cuando sea muy viejecito en el asilo me digan: toma esto es lo que hay de cenar. A lo mejor no es una crisis sino que esto se queda así.

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